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Sánchez, en el centro de la diana política y mediática
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Antonio Casado

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Sánchez, en el centro de la diana política y mediática

El líder del PSOE ya ocupa el centro de la diana mediática y política, como si fuera el culpable de lo que está por ocurrir

Foto: El líder del PSOE, Pedro Sánchez. (EFE)
El líder del PSOE, Pedro Sánchez. (EFE)

Es lugar común que los españoles nos reconocemos en vísperas de una segunda transición. Al respecto, me viene a la memoria un comentario del expresidente Felipe González, cuando hace cuatro o cinco años -por cierto, en plena coincidencia con el exministro de Asuntos Exteriores Josep Piqué, con el que compartía mesa y mantel-, ya planteaba la apremiante necesidad de reformar la Constitución por pura fatiga de materiales. Decía González que en vísperas de 1978 había “un subidón de optimismo” en una España con hambre atrasada de libertades, mientras que ahora, tal vez porque la libertad ha dejado de ser un bien escaso, “todo el mundo se queja de todo” y se vende mucho más caro el pacto entre adversarios políticos.

Es verdad. A tres días de que el Rey encargue la formación de un Gobierno estable al líder del partido ganador en las elecciones del 20 de diciembre, el cielo aparece teñido por los nubarrones de la incertidumbre. Y algunos pensamos que ese pesimismo reinante responde a climas de opinión artificialmente creados por quienes tardan en asumir que la gobernabilidad, como reto, ya no es cosa de uno ni de dos, sino de cuatro, obligados a pactar en nombre de los intereses generales, según mandato de las urnas.

Estamos en vísperas de que el Rey encargue a Rajoy la formación de un Gobierno. A él le toca -a Rajoy, no al Rey- buscarse la vida y concitar una mayoría en torno al proyecto que expondrá ante el Congreso. Sabemos que ya está preparando el discurso, pero no tenemos ni idea del contenido. En cambio, la eventual candidatura de Pedro Sánchez está abierta en canal. Él no deja de dar motivos, claro. Por ejemplo, cuando dice con la misma firmeza 'no' al PP y 'no' a la repetición electoral, porque en una de las dos cosas va a quedar por mentiroso, habida cuenta de que su amontonamiento con Podemos y nacionalistas es inviable.

Su empeño en bloquear la candidatura del PP y ser “el arquitecto de este nuevo tiempo político” escandaliza a su propio partido y alimenta la respuesta preventiva

En todo caso, de momento no está ni se le espera en el Palacio de la Zarzuela como aspirante a la Presidencia del Gobierno. Le tocará, si le toca, solo cuando el líder del PP fracase, si fracasa, en el intento. Será el plan B de Felipe VI. Y entonces, cuando suba a la tribuna del Congreso a defender su proyecto, si se sube, podremos revisar o elevar a definitivo el agobiante proceso de intenciones que le viene imputando la clase política y la opinión publicada. Faltan varias semanas y van a pasar muchas cosas. Sin embargo, el líder del PSOE ya ocupa el centro de la diana mediática y política, como si fuera el culpable de lo que está por ocurrir. Y como si fuera el único responsable de que España tenga o deje de tener un Gobierno cumplidor de los cuatro mandamientos pregonados por Rajoy durante la campaña electoral: estabilidad, seguridad, certidumbre y confianza.

Insisto en que el propio Sánchez echa una mano en la creación de estos climas de opinión. Su declarado empeño en bloquear la candidatura del PP y ser “el arquitecto de este nuevo tiempo político” (¿con populistas y separatistas?), si fracasa la investidura de Rajoy, escandaliza a su propio partido y alimenta la respuesta preventiva.

Así, en las últimas horas, todas las manufacturas informativas parecen dirigidas al líder socialista. A saber: la mayoría de los ciudadanos no quiere que se repitan las elecciones, la facturación electoral del PSOE se reduciría en tal caso, Portugal y Grecia van de mal en peor con gobiernos de izquierdas, el mandato del 20-D no fue de cambio sino de pacto, los españoles penalizan a los políticos que buscan más el enfrentamiento que el pacto, etc. Por si quiere tomar nota.

Es lugar común que los españoles nos reconocemos en vísperas de una segunda transición. Al respecto, me viene a la memoria un comentario del expresidente Felipe González, cuando hace cuatro o cinco años -por cierto, en plena coincidencia con el exministro de Asuntos Exteriores Josep Piqué, con el que compartía mesa y mantel-, ya planteaba la apremiante necesidad de reformar la Constitución por pura fatiga de materiales. Decía González que en vísperas de 1978 había “un subidón de optimismo” en una España con hambre atrasada de libertades, mientras que ahora, tal vez porque la libertad ha dejado de ser un bien escaso, “todo el mundo se queja de todo” y se vende mucho más caro el pacto entre adversarios políticos.

Pedro Sánchez