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¿Quién niega a Rajoy el derecho a gobernar?
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Antonio Casado

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¿Quién niega a Rajoy el derecho a gobernar?

La legitimidad del Gobierno se gana en el Parlamento, no en el recuento de la noche electoral. Ese partido no quiso jugarlo el PP. A Rajoy le faltó valor y determinación

Foto: Mariano Rajoy. (EFE)
Mariano Rajoy. (EFE)

El discurso de Rajoy ante el reto de la gobernabilidad es indefendible. Y cínico por demás. Pero el presidente en funciones no está dotado para el cinismo, al revés de lo que ocurre con Pablo M. Iglesias, por ejemplo. Así el producto verbal se convierte en una variedad política del surrealismo. Y sólo así puede ser entendida su aversión al pacto entre el PSOE de Sánchez y el Ciudadanos de Rivera mientras los reclama como socios ideales del PP en la guerra contra la ingobernabilidad, el caos, la incertidumbre y un nuevo paso por las urnas.

Intentarlo sobre una base inicial de 160 diputados (PSOE-Podemos con abstención de los nacionalistas) habría sido la vuelta de rojos y separatistas. Felizmente aparcada esa tentación de Pedro Sánchez, hemos terminado en el intento de hacerlo sobre una base de 131 diputados (nueve millones de votos). Creen en Génova que lo democrático es frenarlo en nombre de 123 (algo más de siete millones de votos). Ahora, según Rajoy, ya no estamos ante un nuevo Frente Popular como el de 1936 sino ante una “pantomima”, “un brindis al sol que no sirve de nada”. En un comentarista con licencia para la simplificación, eso tendría un pase. En un gobernante, en un hombre de Estado, es una falta de respeto hacia quienes hacen lo que pueden en nombre de los intereses generales.

Repetir hasta el agotamiento que “debe gobernar el partido más votado” no blanquea el mantra en una democracia representativa. La legitimidad del Gobierno se gana en el Parlamento, no en el recuento de la noche electoral. Ese partido no quiso jugarlo el PP. A Rajoy le faltó valor, determinación y liderazgo para tomar la iniciativa y, hablando con unos u otros, crear las condiciones que hubieran dificultado el desmarque de Ciudadanos, e incluso del PSOE.

Cuando el partido lo quieren jugar otros, reclama su derecho a gobernar ¿Quién se lo ha negado? Nadie. Se lo negó a sí mismo, al hacerle la cobra al Rey

No lo hizo y ahora corre el riesgo de irse al trastero de la historia. Cuando ese partido lo quieren jugar otros, reclama su derecho a gobernar ¿Quién se lo ha negado? Nadie. Se lo negó a sí mismo, al hacerle la cobra al Jefe del Estado. Por falta de apoyos, según dijo Rajoy. No le daban los números. Declinó ateniéndose a las mismas reglas del juego que sirven para quien sí aceptó después la propuesta del Rey. A saber: transversalidad de números (aritmética parlamentaria) y transversalidad de principios (afinidades programáticas). Causa estupor que alguien vea ahora en la alianza PSOE-Ciudadanos un “proyecto de exclusión del PP”.

No estamos en campaña electoral sino en grave riesgo de ingobernabilidad en medio de amenazas tan ciertas como el reto separatista de Cataluña, una recuperación económica cogida con alfileres, el miedo a otra recesión, el fantasma de una nueva guerra fría en el tablero internacional, etc. Y eso no se arregla con el “yo o nadie”, mientras otros bracean para desbloquear la situación en nombre de unos compromisos básicamente asumibles por el PP: respeto al orden constitucional vigente enmarcado por la monarquía parlamentaria y la economía de mercado, defensa de la unidad de España, refuerzo del estado del bienestar, apuesta firme por la estabilidad económica, la igualdad, el crecimiento y creación de empleo estable, lucha contra el terrorismo, inequívoca vocación europea, etc.

En su ofensiva contra el acuerdo de socialistas y Ciudadanos, se lo relaciona con la “promoción personal de Sánchez”. Gran descubrimiento

Reflejado de uno u otro modo, todo eso está en el catecismo programático del PP y en el pacto del PSOE con Ciudadanos. ¿Por qué han de ser de mejor condición, como banderín de enganche, para la estabilidad política de España, los 123 diputados del PP y no los 131 del llamado “Acuerdo para un Gobierno Reformista y de Progreso”?

En su ofensiva contra el acuerdo de los socialistas con Ciudadanos, el argumentario oficial del PP lo relaciona con la “promoción personal de Sánchez”. Gran descubrimiento. Por supuesto, como el efecto deseable de sus actos que persigue el líder socialista y cualquiera que se dedique a la política. ¿O no tratan de reforzar su imagen y su promoción personal Rajoy, o Iglesias, o Rivera, cada vez que hablan en público, toman una decisión y hacen o dejan de hacer tal o cual cosa?

Lo dicho. En la ruleta política Rajoy está apostando su resto al fracaso de Sánchez. Es tanto como apostar por el desgobierno si, como parece, la soledad parlamentaria de un PP lastrado por el inmovilismo y la corrupción le impide conseguir a partir de 123 diputados lo que no va a conseguirse a partir de 131.

El discurso de Rajoy ante el reto de la gobernabilidad es indefendible. Y cínico por demás. Pero el presidente en funciones no está dotado para el cinismo, al revés de lo que ocurre con Pablo M. Iglesias, por ejemplo. Así el producto verbal se convierte en una variedad política del surrealismo. Y sólo así puede ser entendida su aversión al pacto entre el PSOE de Sánchez y el Ciudadanos de Rivera mientras los reclama como socios ideales del PP en la guerra contra la ingobernabilidad, el caos, la incertidumbre y un nuevo paso por las urnas.

Mariano Rajoy Ciudadanos