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Antonio Casado

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Lo que el Congreso nos enseñó ayer

Al Gobierno le sobra razón jurídica para no ser fiscalizado, aunque la dinámica política, el sentido común y el respeto a la soberanía nacional aconsejen la rendición de cuentas

Foto: El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy. (EFE)
El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy. (EFE)

El Parlamento alumbrado en las urnas del 20 de diciembre tiene dos grandes obligaciones. Una, controlar al Gobierno provisional, de la que hablan mucho sus exigentes señorías. Otra, reemplazarlo por otro definitivo que normalice la marcha de la legislatura, de lo que nadie dice nada. La primera se va cumpliendo mal que bien, como pudimos ver ayer, en un pleno cuya viveza nos recordó a un debate sobre el estado de la nación. La segunda, en cambio, se incumple descaradamente por la bochornosa incapacidad de la Cámara para cumplir con su deber.

Sin embargo, esa Cámara constituida se permite llevar a ese Gobierno interino ante el Tribunal Constitucional (conflicto de atribuciones) porque, a diferencia de lo ocurrido en la agitada sesión de ayer, ocasionalmente ese Gobierno se niega a ser fiscalizado por una Cámara a la que no debe su legitimidad. Le sobra razón jurídica, porque el vínculo imperativo del Gobierno en funciones, a efectos de control, es con una Cámara ya disuelta y no con la que acaba de nacer. Aunque la dinámica política, el sentido común y el respeto a los depositarios de la soberanía nacional aconsejen la rendición de cuentas en nombre de la leal colaboración institucional.

Es “aconsejable”, como nos dijo el otro día en la radio el propio presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy. Exacto. Esa es la palabra. Pero nadie puede negarle que, además de un principio de colaboración institucional, se guíe también por el principio de oportunidad política, como hacen todos ¿O alguien se cree que los partidos políticos no utilizaron la sesión plenaria de ayer para escenificar la soledad parlamentaria del PP? No seamos hipócritas ni nos hagamos trampas en el solitario.

¿Alguien se cree que los partidos políticos no utilizaron la sesión plenaria de ayer para escenificar la soledad parlamentaria del PP?

He ahí el sino de la nueva clase política. A saber: unida contra el PP pero fracturada en la gobernabilidad de la nación. Nadie diría que las numerosas coincidencias de ayer entre PSOE, Podemos, Ciudadanos y nacionalistas contra las políticas del Gobierno Rajoy (refugiados, déficit público, caja de la seguridad social, reforma laboral, resistencia al control parlamentario, etc.) se vuelven inútiles si se trata de poner fin al vacío de poder que ya dura más de 100 días. Eso sí, a todos se les llena la boca de interés general cuando les hablan de repetir elecciones. Volver a las urnas ahora sería la constatación de un fracaso de los políticos que los votantes castigarían con nuevas cuotas de frustración y desistimiento. Y así lo dicen los dirigentes implicados en el reto de la gobernabilidad.

El pleno de ayer, so pretexto de debatir lo ocurrido en las últimas cumbres de la UE, fue una buena fuente de información para anticipar que la 'mesa a tres' de esta tarde está condenada al fracaso. Al menos por la vía del 199 soñada por Pedro Sánchez (PSOE, Ciudadanos, Podemos).

La enconada incompatibilidad verbalizada por Pablo Manuel Iglesias y Albert Rivera descarta a uno de los dos presuntos costaleros del líder socialista. Y ese no es Ciudadanos, si Sánchez resiste la tentación de hacerle el salto a Rivera y los demás nos tomamos en serio sus declaraciones de vísperas: “Cualquier pacto al que pueda llegar ha de contar con el acuerdo de Ciudadanos. Puedo decirlo más alto, pero no más claro”. Y eso nos devuelve a la vía del 131 (PSOE-Ciudadanos), habilitada por la política pero no por los números.

El Parlamento alumbrado en las urnas del 20 de diciembre tiene dos grandes obligaciones. Una, controlar al Gobierno provisional, de la que hablan mucho sus exigentes señorías. Otra, reemplazarlo por otro definitivo que normalice la marcha de la legislatura, de lo que nadie dice nada. La primera se va cumpliendo mal que bien, como pudimos ver ayer, en un pleno cuya viveza nos recordó a un debate sobre el estado de la nación. La segunda, en cambio, se incumple descaradamente por la bochornosa incapacidad de la Cámara para cumplir con su deber.

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