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Arde Podemos y ya no es crisis de crecimiento
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Antonio Casado

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Arde Podemos y ya no es crisis de crecimiento

En Podemos reina el estupor y eso es positivo. La perplejidad, como principio del conocimiento, obliga a hacerse preguntas y abrir procesos indagatorios hacia las causas del mal

Foto: Pablo Iglesias (c) junto a Alberto Garzón (i) e Iñigo Errejón. (Reuters)
Pablo Iglesias (c) junto a Alberto Garzón (i) e Iñigo Errejón. (Reuters)

A principios de mayo, Pablo Manuel Iglesias anunció urbi et orbi que sería generoso con el PSOE si ganaba las elecciones del 26 J. Comenté entonces en este mismo rincón de El Confidencial que “eso solo ocurrirá cuando el sol salga por occidente y se ponga por oriente, como dice cierta dama en la serie favorita de Iglesias”.

Chispeantes tertulianos y finos analistas, cosidos al pensamiento único del “sorpasso”, me acusaron de confundir deseo con realidad y las falanges digitales lo celebraron con chanzas a mi costa, mientras algunos medios teorizaban sobre la entrada en pánico del PP y el eclipse del PSOE frente al irresistible empuje de la izquierda mochilera.

Dos meses después, la sombra de la guerra civil planea sobre el aglomerado Podemos-Etcétera-Izquierda Unida por los sueños rotos y la deserción de un millón largo de votantes. La derrota es huérfana de padre. Pero si mi director, Ignacio Cardero, dice que pablistas y errejonistas se tiran a degüello, no pienso desmentirle. Hasta ahí podíamos llegar.

El pacto con la IU de Alberto Garzón ahuyentó a los votantes centrados que no se sienten comunistas y a los votantes comunistas que recelan de la coalición

No es sano recrearse en el mal ajeno. En Podemos reina hoy por hoy el estupor y eso es positivo. La perplejidad, como principio del conocimiento, obliga a hacerse preguntas y abrir procesos indagatorios hacia las causas del mal: qué falló, quién falló, por qué, cómo pudiste hacerme esto a mí. Lo que no se entiende, como dice mi amigo Pepe Oneto, es que recurran a una encuesta para buscar la caja negra del desastre. Es como dejarse engañar por segunda vez.

Mejor será entregarse a las conjeturas elaboradas por los propios damnificados antes de que Iglesias les sellara la boca. La consigna del silencio llega después de que los de Errejón culparan al pacto de Podemos-Etcétera con IU. Bastonazo a la transversalidad. Y los de Iglesias culpan a los malos planteamientos de la campaña. “Infantiles”, “mucho 'marketing', poco contenido”, dice Monedero, uno de los padres fundadores.

Otros dirigentes eluden el fragor de la guerra fratricida buscando culpables fuera de la familia. El miedo venteado por el PP, el Brexit o el acoso de todos contra uno, por ejemplo. Y un cierto runrún de resonancias caribeñas que insinúa algo parecido al pucherazo. No fue a mayores, pero recordemos que en vísperas de la jornada electoral, Iglesias llegó a dudar de la limpieza del proceso gestionado por un ministro del Interior bajo sospecha de malas prácticas.

En realidad errejonistas y pablistas se reparten el acierto en el diagnóstico sobre las causas del batacazo. Por un lado, el pacto con la IU de Alberto Garzón ahuyentó a los votantes centrados que no se sienten comunistas y a los votantes comunistas que desde el principio recelaron del apareamiento con un partido desestructurado (herida la cohesión emocional, lo demás está por construir en una organización variopinta), inmaduro, errático y dirigido por un experto en artes escénicas, no en ciencia política. Y por otro lado, una campaña pensada para un electorado de limitadas entendederas. A nadie le gusta que le traten como a un indigente intelectual. Ante la simpleza de propuestas por catálogo y sonrisas de cartón piedra, muchos españoles sintieron que los estaban haciendo pasar por idiotas.

Otros dirigentes eluden el fragor de la guerra fraticida buscando culpables fuera de la familia. El Brexit y el miedo venteado por el PP son algunos ejemplos

Búsquese también en causas instrumentales (la impostura, como método), morales (falta de credibilidad en un programa que era el cuento de la lechera) y políticas (apuestas que ganan en Cataluña y Euskadi pero pierden en el resto de España, de modo que lo uno explica lo otro). Y también de liderazgo. Cuando Iglesias decía verse ya de presidente en la Moncloa ponía en fuga a miles de votantes propios.

Algunos dirigentes de Podemos acusaban hace unos días al PSOE de haber alimentado el “miedo al cambio”. La réplica solo tiene un camino. No miedo al cambio, sino a una opción tóxica para la viabilidad económica, la soberanía nacional y el funcionamiento de las instituciones.

A lo mejor la respuesta está en la nada compleja explicación de la presidenta de Andalucía, Susana Díaz: “Se ha visto que la gente no los quiere”. Vale. Y ahora ya no puede decirse que sea una crisis de crecimiento. De decrecimiento, más bien. Ni que otros quieran “acabar con la belleza de nuestro proyecto político”, como decía Iglesias en marzo, en pleno ruido de muebles por la destitución de Sergio Pascual.

A principios de mayo, Pablo Manuel Iglesias anunció urbi et orbi que sería generoso con el PSOE si ganaba las elecciones del 26 J. Comenté entonces en este mismo rincón de El Confidencial que “eso solo ocurrirá cuando el sol salga por occidente y se ponga por oriente, como dice cierta dama en la serie favorita de Iglesias”.