Es noticia
El nobel, ETA, Iglesias y los periodistas
  1. España
  2. Al Grano
Antonio Casado

Al Grano

Por

El nobel, ETA, Iglesias y los periodistas

Reconozcamos que al líder podemista no le favorecen los precedentes. Ahí está además, para quien quiera rastrearla, su doctrina sobre la libertad de prensa

Foto: Pablo Iglesias atiende a la prensa en la sede de Podemos. (EFE)
Pablo Iglesias atiende a la prensa en la sede de Podemos. (EFE)

Si ETA no hubiera asesinado e intentado asesinar a periodistas en los años de plomo, si Iglesias no hubiera elogiado la lucidez mostrada por esa banda al detectar que el poder no cambió de manos en 1978 y si luego no hubiera calificado de “preso político” a Arnaldo Otegui, yo también me habría rasgado las vestiduras ante el fogonazo del escritor Mario Vargas Llosa: “Podemos es la mayor amenaza para los periodistas desde la transición, salvo quizás los crímenes de ETA”.

Con esos antecedentes, la bofetada del nobel se hizo tan creíble como las quejas innominadas de los informadores que pidieron amparo al colegio profesional por sentirse “coaccionados y presionados”, “de forma personal y privada”.

También aquí los antecedentes son de fácil comprobación en los despachos de 'El Mundo', la SER, 'El País' o 'El Periódico'. Me abstengo de citar medios de línea editorial inequívocamente conservadora y adversa a una formación de la izquierda radical. Bastan los casos concretos de excelentes profesionales que vivieron en carne propia la reprobación publica del líder de Podemos.

Algunos periodistas están hartos de que Pablo Iglesias, por ejemplo, califique las preguntas del informador antes de responder

Ana Romero, Álvaro Carvajal, Iolanda Mármol, Sergio Martín, saben de lo que hablo. Ellos y tantos otros, hartos de que Pablo Iglesias, por ejemplo, califique las preguntas del informador antes de responder. Mala costumbre que uno no veía desde los tiempos de Fraga Iribarne (Parece que ahora Iglesias tiende a contenerse, según pude comprobar al coincidir con él hace unos días en TVE).

Sin los mencionados precedentes, y otros de estricta experiencia personal (gracias a las activas falanges digitales de Podemos, un tecnófobo como yo aprendió a usar la función de “bloquear”), servidor también compartiría el estupor de los dirigentes podemistas: “No nos reconocemos”.

Como si se hubieran caído de un guindo al toparse con la denuncia de la APM. A renglón seguido vino la exigencia de pruebas, dando por sentado que la “campaña sistematizada de acoso personal y en las redes” contra ciertos periodistas es arbitraria y carece de base documental. A modo de colofón vino el consabido recurso a la conjura de sus adversarios, propio de los viejos partidos y, por lo visto y oído, también de los nuevos, cuando sus dirigentes son pillados en falta.

Bastante judicializada está ya la política como para acabar judicializando también las presiones que sufren los informadores

El carismático líder del novísimo partido morado se abstuvo al menos de endosar la conjura a quienes rabian envidiosos por “la belleza de nuestro proyecto”. En esta ocasión se limitó a señalar el camino de los tribunales a quienes dicen verse amenazados por él y su equipo directivo.

Inesperada profesión de fe en los jueces que encarcelan a Bódalo y niegan a Otegui la condición de preso político. Pero se puede coaccionar el trabajo de un periodista sin cometer delito. Bastante judicializada está ya la política como para acabar judicializando también las presiones que sufren los informadores.

No llegaremos a tanto. Al final del culebrón los dirigentes de Podemos se quedarán con el síndrome de vírgenes ofendidas. Y los periodistas con la división de opiniones. Unos suman su voz al grito de la APM. Otros la critican por usar otra vara de medir con los viejos partidos.

A Victoria Prego la contempla una intachable biografía profesional. A Pablo Iglesias, la documentada aversión a los periodistas

Me apunto al primer grupo. Por experiencia propia y ajena. Y por el peso que, al formar criterio, dan en la balanza de la credibilidad los dos nombres en juego:

Por un lado, el de Pablo Manuel Iglesias, que niega las coacciones a los periodistas que cubren la información de su partido. Por otro, el de la presidenta de la APM, Victoria Prego, que ha comprometido con su palabra la veracidad de lo denunciado (“Mi palabra sirve como garantía”).

A Victoria la contempla una intachable biografía profesional. A Iglesias, la documentada aversión a los periodistas que no marcan el paso alegre hacia la conquista de la Moncloa.

Si ETA no hubiera asesinado e intentado asesinar a periodistas en los años de plomo, si Iglesias no hubiera elogiado la lucidez mostrada por esa banda al detectar que el poder no cambió de manos en 1978 y si luego no hubiera calificado de “preso político” a Arnaldo Otegui, yo también me habría rasgado las vestiduras ante el fogonazo del escritor Mario Vargas Llosa: “Podemos es la mayor amenaza para los periodistas desde la transición, salvo quizás los crímenes de ETA”.

Premios Nobel Moncloa Administraciones Públicas Terrorismo