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Hace diez años que llegué y todavía no sé dónde está mi casa
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Juan Soto Ivars

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Hace diez años que llegué y todavía no sé dónde está mi casa

En Casal dels Infants estudian para los exámenes de septiembre jóvenes de muchos países del mundo. El centro lucha por su integración y trata de ayudarlos a subir al tren de la sociedad

Foto: Estudiantes del Casal de Estudiantes en el Casal dels Infants (Edgar Melo)
Estudiantes del Casal de Estudiantes en el Casal dels Infants (Edgar Melo)

Hay un país ahí al lado que se llama España. La distancia que te separa de ese país es la misma que guardan entre sí dos objetos en movimiento: puedes darte un paseo por Vía Layetana y saltarás a un lado y otro de la frontera, te encontrarás en España y fuera de España cada dos o tres metros, todo según la persona con la que te cruces, como en Tánger cuando fue ciudad internacional. En las agencias de viajes de Barcelona hay rebajas porque la geografía baila la conga al ritmo de Lluis Llach y Manolo Escobar y serpentea entre la gente. Si uno se deja los enfados envueltos en papel de periódico y sale a la puerta, verá el prodigio de un país nuevo que germina en la cabeza de sus vecinos de escalera.

Los países aparecen en las cabezas antes que en los mapas. El país que se abre paso a codazos no se llama Catalunya todavía, se llama septiembre. Limita al oeste con España y al norte con Francia, su capital es Barcelona. Durante este mes catastrófico correrá para un lado o para el otro este trozo inseguro de península que baila como un diente de leche. Para que los articulistas mediocres puedan darle dramatismo a sus decálogos, Dios ha decidido que el día 28, tras las elecciones, habrá un eclipse total de luna que colgará un astro sangriento encima de las urnas. El espectáculo está garantizado.

Pero quien crea que en Barcelona y su área metropolitana hay solamente dos países está muy equivocado. La geopolítica se escurre fuera de los periódicos. Seguí su rastro de tinta mojada y llegué al Casal dels Infants que hay entre Badalona, Sant Adriá y Santa Coloma. Allí estudian para los exámenes de septiembre jóvenes venidos de muchos países del mundo, y septiembre tiene connotación geográfica sólo para quien ha cateado la geografía. El centro llena uno de los agujeros en la conciencia de las autoridades públicas. Lucha por la integración de los hijos de las familias humildes y trata de ayudarlos a subir al tren de lejanías de la sociedad.

No había pensado que los exámenes de septiembre generan desigualdad. Me dice Enric: “Estos chicos muchas veces no tienen en su casa gente que les pueda ayudar, ni recursos para enviarlos con un profesor particular. Nos encontrábamos con muchos niños que llegaban a septiembre sin el bolígrafo, sin haberse preparado nada. Es muy importante dedicar las dos últimas semanas de agosto a preparar los exámenes de septiembre para que estén al nivel de los otros chicos y chicas”. Eso es lo que están haciendo esta mañana.

Me voy con ellos al aula y les interrumpo los deberes. Con los adolescentes se siente uno a la vez extranjero y en casa. ¿Sabéis algo de la independencia? Uno me dice con ojos ilusionados y desafiantes que cuando cumpla los dieciocho. Pero luego hablan de sus aficiones y descubro que a Leo, que es un gigante, le gusta coger el metro hasta Plaza Cataluña para sentarse delante de la tienda de Apple Store con los swaggers, una tribu urbana que nadie con más de veinte años podrá comprender del todo.

-¡Vas a hacerte selfis! -le recrimina Thalia, reina entre los popus del Dem Bow, que después va a preguntarme si creo en Dios. Con catorce años trabaja de relaciones públicas en una discoteca latina, pero dice que está cansada de esa vida (ah, adolescencia, tiempo de estar cansado siempre) e intentará evangelizarme: “A mí me salvó la vida Jesús cuando era muy niña”. Nos pondremos a discutir la teología y al final será Zearak, paquistaní pausado, con gafas y bigote post-púber, quien ponga paz entre los mortales:

-Lo importante no es lo que uno crea, sino sus acciones, que sea bueno.

Tú sí que eres bueno, Zearak. En el aula de informática veo las distancias entre ellos. Thalia me dice que los moros no saben bailar Dem Bow (y no me extraña), y me cuenta que oyen una música muy rara; Zearak y Ali se ríen, a ellos lo que les gusta es el teatro.

María es la educadora de los ojos enormes y me cuenta que en el Casal hacen lo posible por juntarlos y enredarlos. Desde fuera pensamos la integración como un encaje en la sociedad de acogida porque nos sentimos responsables, pero para los protagonistas de esta historia la integración es complicada en las calles del barrio. Santa Coloma es tan dura que una historia de amor vendría con la música de West Side Story.

Aquí no llega la política, les importan otras cosas. Les pregunto a los muchachos: ¿qué creéis que hace un periodista? Tirando de lo que están viendo, me responden que fotos y preguntas. Yo les explico cómo es el trabajo y les enseño la página de El Confidencial. Cuando Thalia me ve en el ordenador se pone zalamera, que la edad y la simpatía vuelven impresionable a cualquiera. No es el caso de Dani, que tiene quince años y es más maduro que un hombre. Me enseña una cicatriz de cuchillada en el brazo fuerte de levantar pesas. En Ecuador tuvo que aprender a defenderse, y aquí todavía no se fía mucho de nadie.

“Tampoco acaban de saber muy bien de dónde son. ¿Son de aquí, son de allí?”, me ha dicho Enric. En el Casal, bajo la coordinación de Víctor Panicello, escribieron una novela colectiva que se llama Fa deu anys que vaig arribar i encara no sé on és casa meva. Estudiando para septiembre, estos jóvenes vuelven pueriles las consideraciones adultas. Ya empieza septiembre para todos, y ni siquiera sabemos las preguntas que nos van a caer.

Hay un país ahí al lado que se llama España. La distancia que te separa de ese país es la misma que guardan entre sí dos objetos en movimiento: puedes darte un paseo por Vía Layetana y saltarás a un lado y otro de la frontera, te encontrarás en España y fuera de España cada dos o tres metros, todo según la persona con la que te cruces, como en Tánger cuando fue ciudad internacional. En las agencias de viajes de Barcelona hay rebajas porque la geografía baila la conga al ritmo de Lluis Llach y Manolo Escobar y serpentea entre la gente. Si uno se deja los enfados envueltos en papel de periódico y sale a la puerta, verá el prodigio de un país nuevo que germina en la cabeza de sus vecinos de escalera.