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David Taguas, el hombre de la voz ronca que le hace las sumas a Sebastián
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Nacho Cardero

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David Taguas, el hombre de la voz ronca que le hace las sumas a Sebastián

Hay muchos tipos de fantasmas y cada palacio tiene el suyo. Unos son espíritus invisibles al ojo humano, parecen sacados de un poltergeist, vuelan y en

Hay muchos tipos de fantasmas y cada palacio tiene el suyo. Unos son espíritus invisibles al ojo humano, parecen sacados de un poltergeist, vuelan y en ocasiones dejan sustancias mucosas a su paso, otros espectros, en cambio, tienen cierta consistencia material, pueden aparecerse a los vivos y generan psicofonías como las del Palacio de Linares. Todo muy real. Dentro de esta última categoría se encuentran esos ‘conversos de los números’ que se prodigan tanto en la realidad española, fantasmas que en vidas anteriores presumían de ser economistas independientes y que ahora se desenmascaran como políticos de traje de látex y látigo con pinchos.

Por la torre Azca del BBVA han pasado unos cuantos fantasmas, aunque por suerte para FG (los fenómenos paranormales ahuyentan a la clientela), ya quedan pocos. La mayoría ha abandonado sus dependencias, algunos por razones de edad, otros por estar ocupados en road shows judiciales, y un tercer tipo, los conversos, por ínfulas políticas. Es el caso del estudioso económico David Taguas, otrora subdirector del Servicio de Estudios del BBVA, quien no hace mucho decidió quitarse la sábana blanca, soltarse las cadenas y mostrar su verdadero rostro, el que ya muchos conocían.

A diferencia del economista al uso, enclenque, bajito, con gafas de pasta y pelo raleado, Taguas es alto y de complexión fuerte. Tiene bolsas en los ojos y la voz ronca, como de ultratumba, como si fumara tres cajetillas de Ducados al día, pero la cajetilla entera, nada de cigarro tras cigarro. Es persona de mucho carácter y cara de cabreo crónico. Sus próximos hablan bien de él y lo describen como una persona afable. Para los demás, los que no lo conocen tan bien, el Taguas acojona. Muy pocos le han visto sonreír.

Pero no siempre fue así. Toda transmutación requiere de una catarsis, y la de Taguas se produjo cuando Francisco González puso de patitas en la calle a Miguel Sebastián por trabajar más para el PSOE que para el BBVA. Ese día Taguas se convirtió en un fantasma. Habían echado a su jefe, a su amigo, a su confidente. Por si fuera poco, en vez de promocionarle en el escalafón, le habían dejado como subdirector de un departamento que, por imperativo de la jerarquía superior, había quedado postergado a un segundo plano tras la ‘polémica Sebastián’. Triste y cabizbajo, se pasó los años siguientes deambulando por los pasillos del servicio de estudios del banco, primero en Azca y después en el Palacio del Marqués de Salamanca, quejándose entre dientes de lo politizado que estaban las finanzas y de lo complicado que era ejercer el librepensamiento en un área a priori independiente como era la suya.

A veces quedaba a charlar con alguno de los pocos periodistas amigos con los que contaba, entre ellos alguno de este diario, El Confidencial. Lo hacían en la cafetería del El Corte Inglés de Nuevos Ministerios y allí Taguas, midiendo las palabras como si tuviera miedo a no ser entendido, o mejor al revés, como si tuviera miedo a que lo calaran, a que descubrieran su trasfondo de armario de cuatro por cuatro, se ponía a criticar de forma velada a Rato y a Francisco González, decía que el del BBVA se había dejado engañar por el ahora director del FMI y que se había creído a pies juntillas que Sebastián era un submarino del PSOE en el banco, que vaya tontería, que Sebastián era independiente, como él, que la política española da asco, tan timorata, tan intervencionista, que lo que había que aplicar era el tipo único en el IRPF y quitar las deducciones a la compra de vivienda, que eso es la economía moderna, que los demás no entienden, que Sebastián y él son unos incomprendidos.

Los que le escuchan decir esto tenían la impresión de estar sentados en un aula de la Universidad Carlos III y le daban la razón como autómatas, pues uno acaba fiándose más de la ciencia económica que de la verborrea de los políticos, y entre un ministro y un técnico de los números, es preferible optar por este último, que al menos sabe lo que vale un café de máquina. Curiosamente, pocos meses después de todo aquello, Sebastián se convertiría en el asesor de Zapatero encargado de elaborar el programa económico del PSOE para las elecciones generales de 2004 (au revoir doctorado por la Universidad de Minnesota como ‘economista independiente’, bonjour despachete en Ferraz).

El Confidencial siguió el hilo del nuevo gurú socialista y se encontró con la madeja de los colaboradores que le habían estado ayudando en sus nuevos cometidos. El artículo se titulaba Por sus iniciales les conoceréis: economistas del Banco de España, Cemfi, BBVA y Carlos III escriben el programa electoral del PSOE . Desde entonces, David Taguas no se le ha vuelto a poner al teléfono a El Confidencial. Quizá por miedo, pues entonces trabajaba en una empresa privada, quizá por sentirse ofendido, creyendo, como el que se repite una mentira muchas veces, que él no tenía ascendencia política y que era un mero técnico.

En este caso, el tiempo no ha servido para curar heridas, pero sí para desenmascarar a aquellos economistas a los que se les llenaba la boca de términos como ‘independencia’ y ‘libre competencia’, y que ahora se dedican a hacerle zancadillas a Manuel Conthe (basta con ver quién se sienta en el consejo de la CNMV) por defender el recto funcionamiento de los mercados y a ponerle una alfombra roja a una compañía pública extranjera como Enel para que se haga con una compañía privada como Endesa, otrora joya de la corona del empresariado patrio.

Con el tiempo, Sebastián se llevaría a Taguas como machaca al Palacio de la Moncloa para el presidente Zapatero. Es el que le hace las sumas y el trabajo sucio. O eso dicen. Ahora uno es candidato a la alcaldía de Madrid y el otro anda enredando entre italianos. Desde Keynes hasta Galbraith, todo gran economista que se precie se mueve por impulsos ideológicos. Ese no el problema. Lo grave llega cuando uno se traiciona a sí mismo, se olvida de los principios que decía defender, de la competitividad, de la creación de empleo, y se pone a mangonear en las empresas por orden del ‘jefe’, beneficiando a los amigos y perjudicando a los que no lo son. Por desgracia para Taguas, ya no tiene ninguna sábana donde esconderse.

Hay muchos tipos de fantasmas y cada palacio tiene el suyo. Unos son espíritus invisibles al ojo humano, parecen sacados de un poltergeist, vuelan y en ocasiones dejan sustancias mucosas a su paso, otros espectros, en cambio, tienen cierta consistencia material, pueden aparecerse a los vivos y generan psicofonías como las del Palacio de Linares. Todo muy real. Dentro de esta última categoría se encuentran esos ‘conversos de los números’ que se prodigan tanto en la realidad española, fantasmas que en vidas anteriores presumían de ser economistas independientes y que ahora se desenmascaran como políticos de traje de látex y látigo con pinchos.