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Panamá City, el Shangri-La de los gallegos (y un señor de Murcia) en Iberoamérica
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Nacho Cardero

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Panamá City, el Shangri-La de los gallegos (y un señor de Murcia) en Iberoamérica

En algún momento del siglo pasado, Panamá se convirtió en el Shangri-La de los emigrantes españoles en Iberoamérica, en el paraíso en el que se refugiaban

En algún momento del siglo pasado, Panamá se convirtió en el Shangri-La de los emigrantes españoles en Iberoamérica, en el paraíso en el que se refugiaban para dar con la fortuna que se les negaba en su país de origen. Pero no todo han sido parabienes para estos aventureros. El Grupo Mall arribó a Ciudad de Panamá para levantar un complejo faraónico y ha terminado quebrado. Pecó de osadía, igual que le podría suceder a Sacyr, que haciendo oídos sordos a las desgracias que aventuraban sus competidores, se han agarrado como clavo ardiendo a la ampliación del canal, un contrato milmillonario que puede darle la vida… pero también quitársela.  

 

El Grupo Mall puso el nombre de los Faros de Panamá a su macroproyecto urbanístico. Lo sigue llamando así aunque donde habían proyectado levantar tres rascacielos que albergarían un hotel de cinco estrellas, un centro comercial, casi dos mil viviendas y el doble de plazas de garaje, justo en la zona noble de Ciudad de Panamá, a unos pasos del Multiplaza Pacific Mall de los Louis Vuitton y Cartier, y a tiro de piedra del Trump Ocean Club del excéntrico Donald Trump, sólo hay un agujero con varillas de acero y aguas estancadas al que tapan unos carteles raídos que más que promocionar las bondades de este monumental obra inmobiliaria esconden sus vergüenzas.

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Los inquilinos de la Torre de las Américas, un edificio de oficinas contiguo donde se alojan los financieros del City, son testigos de la frustrada megalomanía del Grupo Mall. Desde los ventanales de esta torre, contemplan con indignación el triste espectáculo que le brinda el que tendría que ser el emblema de Ciudad de Panamá. “Hay muchas quejas. Las hay porque han dejado colgados a los inversores y porque la zona se ha llenado de mosquitos por culpa del abandono en que se encuentra el proyecto. Hay auténticas plagas”, explica la abogada Claudia Ríos, desde cuyo despacho se obtiene una visión nítida del insalubre ‘agujero’ dejado por los españoles.

Es como un paraje devastado por un meteorito similar al que acabó con los dinosaurios. Acaso falta una voz en off, igual que la de William Holden en El Crepúsculo de los Dioses, que narre desde el lecho de muerte en lo que ha quedado el milagro económico español. El Palacio de la Bahía, una torre de Babel de noventa y siete pisos bosquejada por el grupo Olloqui, aragoneses a más señas, tampoco se ha realizado. Demasiado alto, demasiada vanidad. Hace cuatro años, tanto los Faros como el Palacio de la Bahía se presentaban como la gran revolución del mercado inmobiliario panameño. Ninguno de los dos ha llegado a buen puerto. Ni siquiera una piedra. Al menos, todavía no.

El Confidencial ha intentado ponerse en contacto en varias ocasiones con el Grupo Mall sin recibir contestación alguna. Antes invitaban a los periodistas a viajes a Panamá y enviaban cuidados dossiers con fotografías del presidente de la compañía. Ahora, acorralados por la suspensión de pagos de su comercializadora inmobiliaria instada por el Grupo Barceló, se limitan a un sucinto: “Tomamos nota de su llamada”. Los Olloqui sí se ponen al teléfono. Siempre resultó chocante que una empresa familiar centrada en el negocio de las telecomunicaciones se embarcara en la construcción de pisos al otro lado del charco como el que va al estanco a comprar un paquete de cigarrillos.

-¿Qué ha pasado con Palacio de la Bahía? Dijeron que iba a ser el edificio más alto de Latinoamérica.

-Desde el primer momento surgieron dificultades técnicas que el arquitecto no había previsto –explica Rafael Casas, vicepresidente del Grupo Olloqui-. Tal y como estaba concebido, el proyecto era muy bonito… pero irrealizable. A partir de ahí se inició una lucha entre la propiedad y el arquitecto que terminó en los tribunales y que ha hecho que la construcción del edificio se demore tanto.

-Pero ya han pasado cuatro años. ¿No llegáis demasiado tarde?

-Efectivamente, el entusiasmo inicial de Adolfo Olloqui [presidente del grupo] se ha ido enfriando. Las cosas en Panamá han cambiado muchísimo. Ahora busca socios. No quiere acometer los proyectos en solitario.

El dinero tampoco duerme en Panamá

En Panamá, primero se dispara y después se pregunta. Primero se levantan cientos de rascacielos y después se analiza si habrá suficientes inquilinos para ocuparlos, si eso no provocará más cortes de luz, si llegará agua para todos, si los atascos de las cinco y media a la salida del trabajo se transmutarán en infernales ratoneras. Su skyline se asemeja al de Nueva York, salvo porque aquí las nubes bailan salsa vieja en torno a los edificios y el cuarenta por ciento de los penthouses está desocupado. En Ciudad de Panamá, al igual que en NY, el dinero nunca duerme. Los casinos abren veinticuatro horas y los panameños se gastan cada uno de los centavos que ingresan mensualmente en pantalones diesel, blackberries y gasolina para coches japoneses.

Del Rivero no es profeta en su tierra, pero puede llegar a serlo en este pequeño país centroamericano. Como él hay otros muchos españoles

Por el Canal de Panamá han transitado más de un millón de barcos en sus cien años de existencia. Tienen un presidente, Ricardo Martinelli, que es dueño de unos supermercados y que ganó las elecciones con el lema “los locos somos más”. Las inversiones se mueven con fluidez, y además se habla castellano, un cóctel demasiado atractivo para que las compañías españolas, ahora sin business dentro de sus fronteras, lo dejen escapar. Este pequeño país centroamericano, con menos habitantes que Madrid capital, se ha convertido en refugio para los gallegos, que así es como acá se dirigen a los españoles.  

“Los gallegos siempre hemos tenido aquí fama de listillos. Fuimos los que inventamos la venta de crédito. Íbamos casa por casa vendiendo Biblias y cuadros de la Última Cena. También inventamos el descuento directo y las financieras ficticias”, nos comenta Hilario Suárez, dueño de Taberna 21, una tasca en Vía Argentina, epicentro de la colonia española en Panamá, donde se sirven olivas, pacharán y bocadillos de jamón. “En Panamá hay mucha coña con lo del dos por ciento del gallego”, agrega en referencia a esa comisión, mitad fábula, mitad realidad, que los españoles aplican siempre que hacen de intermediarios.

Hilario, de tono afable, mejillas encarnadas, himno del Sporting de Gijón en el móvil, es una especie de institución. Cuando un español se encuentra con un problema duda si acudir a la embajada o mejor dirigirse a Taberna 21. Es de Navia y a pesar de los trece años que lleva en el país, no puede, ni quiere, ocultar su acento asturiano. “Después de la Guerra Civil, hubo una primera migración a Panamá en la que el noventa por ciento eran gallegos. De todos ellos, el noventa por ciento eran de Orense y, de éstos, el noventa por ciento provienen de Carballino”, una localidad de menos de quince mil habitantes al noroeste de Orense. Y es que en Panamá hay muchos gallegos, algún que otro asturiano y un señor de Murcia.

“Cuando llegué me puse a vender coches de la Volkswagen. A los dos años y medio, cuando se acabó el trabajo, estuve a punto de volverme. No encontraba nada. Al final monté esto”, explica con la experiencia de alguien que las ha pasado canutas y ha tirado palante. “Otros no han tenido tanta suerte. Hace poco estuvo aquí un chaval que vino de España huyendo de la crisis para ver si encontraba algo. A los dos meses tuvo que volverse sin un duro”.

Le cuesta terminar una frase porque siempre hay alguien que se acerca a saludarle, o le da una palmada en la espalda, o acude a él en busca de ayuda. Suelen ser directivos y técnicos de las empresas españolas con intereses en aquel país, Sacyr, FCC (acaba de adjudicarse la construcción del metro), Cobra, Indra, Unión Fenosa, Abengoa, Codere, Cirsa, Hercesa. Las compañías de la piel de toro, que no de cordero, han puesto sus huevos en la cesta de Panamá en busca del añorado potosí.

Del Rivero, profeta allende los mares

El Canal de Panamá es la clave. Eso lo supo ver Luis del Rivero, ese señor de Murcia que preside Sacyr-Vallehermoso, desde que el entonces presidente del país, Martín Torrijos, anunciara la ampliación de esta emblemática obra de infraestructuras que conecta el océano Atlántico con el Pacífico. Del Rivero, un hombre acostumbrado a caminar descalzo sobre las brasas del dinero y la política, presentó una oferta temeraria con la que se adjudicó la construcción del tercer juego de esclusas del Canal, una oferta irrisoria que no cuadraba en la calculadora del resto de competidores que pujaron por el contrato.

Pero mientras en España los agoreros aventuraban que “no lo hará, que dejará la obra colgada” igual que el Grupo Mall ha hecho con los Faros, el sentimiento que se respira entre los técnicos que recorren a diario las carreteras que conducen hasta el Canal es bien distinto: “Sacyr se la jugó y le está saliendo bien. La parte italiana, la de sus socios de Impreglio, va retrasada, pero la española va con un adelanto de una semana”. Del Rivero no es profeta en su tierra, pero puede llegar a serlo en este pequeño país centroamericano. Como él hay otros muchos españoles.

Aiskoa Azpitarte dejó Marbella hace cuatro años porque “la cosa se estaba poniendo muy mal”, se colgó el atillo y se vino a Panamá. Ha cambiado de tacos: antes utilizaba el gili y ahora se vale de la vaina y la chucha. Conserva el acento vasco. Eso es lo último en desaparecer. Encontró trabajo como asesora de inversión en Tribaldos, el mayor broker inmobiliario del país, una especie de Carrefour del ladrillo: entras para comprar un par de tomates y te llevas dos lofts con vistas al mar.

Azpitarte todavía se muestra aturdida cuando cuenta cómo era Marbella justo días antes de su marcha. Se pone ojiplática. Era como las orgías que se organizaban en Roma en vísperas a la caída del Imperio. De eso hace cuatro años. En 2006. Todavía no había irrumpido la crisis inmobiliaria, pero lo acababa de hacer el Caso Malaya, un escándalo político y económico que dejaba al descubierto el endeble castillo de naipes sobre el que se asentaba el sistema. El milagro económico español no era lo que parecía. Los expertos auguran que no lo será hasta dentro de mucho tiempo. 

Entregas anteriores:

 

- Lo que queda de Metrovacesa y el Mercedes de seiscientos caballos del presidente Nafría (I)

- La tarde en que confundieron a Paco ‘El Pocero’ con el presidente de la CEOE (II)

En algún momento del siglo pasado, Panamá se convirtió en el Shangri-La de los emigrantes españoles en Iberoamérica, en el paraíso en el que se refugiaban para dar con la fortuna que se les negaba en su país de origen. Pero no todo han sido parabienes para estos aventureros. El Grupo Mall arribó a Ciudad de Panamá para levantar un complejo faraónico y ha terminado quebrado. Pecó de osadía, igual que le podría suceder a Sacyr, que haciendo oídos sordos a las desgracias que aventuraban sus competidores, se han agarrado como clavo ardiendo a la ampliación del canal, un contrato milmillonario que puede darle la vida… pero también quitársela.  

Luis del Rivero Banco de España