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Zapatero, despedida y cierre: una tragedia casi griega
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Nacho Cardero

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Zapatero, despedida y cierre: una tragedia casi griega

Ayer tuvo lugar eso a lo que presuntuosamente se denomina debate del estado de la Nación. Decimos “presuntuosamente” porque tuvo poco de debate, menos de 'estado'

Ayer tuvo lugar eso a lo que presuntuosamente se denomina debate del estado de la Nación. Decimos “presuntuosamente” porque tuvo poco de debate, menos de 'estado' y nada de Nación. El cara a cara resultó predecible y escenificó el adiós del socialista frente a la ascensión del popular. Aplausos y pataletas en el hemiciclo, contenidos vacuos, formas arrabaleras y un Rajoy investido ya con aureola de presidente. Todo ello muy definitorio de la clase política que le ha tocado en suerte a este país y con la sensación de que esto no da más de sí, que se hacen imprescindibles unas elecciones generales y que es mejor que se celebren en noviembre y no esperar a marzo.

En la tribuna se plantó un Zapatero de rostro avejentado -la crisis, los años, el poder- con un traje no del todo entallado al que se le notaban las arrugas. El discurso del presidente fue meramente enunciativo hasta que le tocó replicar a Rajoy, momento en el que se le hinchó la vena y cargó beligerante contra el popular, en una estrategia propia de alguien que está de salida, que no tiene nada que perder porque ya lo ha perdido todo. Demasiada agresividad, mucha bilis, poca autocrítica.

El presidente tenía una última oportunidad para entonar el mea culpa y apaciguar los ánimos de un país que respira por la herida. No lo hizo. Continúa obcecado en la idea de que el responsable de tamaña pesadilla hay que buscarlo en Grecia, en la burbuja inmobiliaria, los tipos de interés y el PP, sobre todo en el PP, y apeló al “enorme esfuerzo colectivo de los ciudadanos para salir de la crisis”. Es decir, el contribuyente como paganini de la mala gestión del Ejecutivo.

El todavía inquilino de La Moncloa esbozó un discurso en tono emocionado, casi entre lágrimas, y con la bancada de los socialistas en pie y aplaudiendo a rabiar. Hizo un guiño cómplice a los indignados de la Puerta del Sol al anunciar nuevas medidas para ayudar a las familias que no puedan hacer frente a su hipoteca. Sí, no nos engañemos, es ahí donde hubiera querido exhibirse Zapatero, en el ágora del 15-M, y no en la Cámara Baja.

Continúa obcecado en la idea de que la culpa la tienen Grecia, la crisis inmobiliaria, los tipos de interés y el PP, sobre todo el PP

Populismo en vena para su noveno y último debate del estado de la Nación. Zapatero recordaba ayer al Karl Marx que evoca Paul Johnson en su esclarecedor libro Intelectuales, un Karl Marx que hablaba de fábricas sin haber visitado jamás una, que no buscaba conocer la verdad sino evidencias que confirmaran sus preconcepciones, que distorsionaba las estadísticas a su antojo para que encajaran con su realidad y que copiaba frases como nadie (“¡Trabajadores del mundo, uníos!” tiene el sello de Kart Schapper). “Nunca podemos fiarnos de él”, decía Johnson de Marx. Pues bien, España tampoco se fía ya de las promesas de Zapatero ni se cree sus lágrimas de cocodrilo.

Ganador por cansancio

Rajoy se sentó en el hemiciclo a ver pasar el cadáver de su enemigo. Lo tuvo claro desde el principio: economía, economía y economía. “Es lo único que motiva a los españoles, Mariano, lo único. Esta sociedad ha cambiado mucho y lo que importa realmente es el bolsillo”, asesoraba Arriola a Rajoy, según cuenta Graciano Palomo en El hombre impasible.

Del líder del PP no se esperaba ni un discurso de Estado ni que adelantara algunas de las promesas que recogerá su programa. Efectivamente, no lo hizo. Su estrategia es cortoplacista y de marcado carácter electoral. El Rajoy de ayer es un Rajoy crecido, que se ve presidente, como esos boxeadores que encajan un golpe tras otro hasta que su enemigo no puede más y cae al ring agotado por el cansancio.

Zapatero censuró al líder de la oposición que se limitara a gruñirle al oído y no concretara ninguna propuesta para salir del abismo, argumentos similares a los esgrimidos por el mundo del dinero. Con la prima de riesgo cerca de los trescientos puntos, con un sistema financiero cogido entre alfileres y con una ristra de reformas aún sin aprobar, “Rajoy debería haber hecho un gesto, un guiño a los mercados adelantando lo que va a hacer una vez alcance el poder”, dice un importante banquero. "Será mejor presidente que candidato", añadió a modo de cloenda. Eso esperamos porque, visto lo visto, las cuadernas de este navío ya no aguantan más.  

Ayer tuvo lugar eso a lo que presuntuosamente se denomina debate del estado de la Nación. Decimos “presuntuosamente” porque tuvo poco de debate, menos de 'estado' y nada de Nación. El cara a cara resultó predecible y escenificó el adiós del socialista frente a la ascensión del popular. Aplausos y pataletas en el hemiciclo, contenidos vacuos, formas arrabaleras y un Rajoy investido ya con aureola de presidente. Todo ello muy definitorio de la clase política que le ha tocado en suerte a este país y con la sensación de que esto no da más de sí, que se hacen imprescindibles unas elecciones generales y que es mejor que se celebren en noviembre y no esperar a marzo.

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