Es noticia
La mayoría silenciosa se levanta (por fin) contra el independentismo
  1. España
  2. Caza Mayor
Nacho Cardero

Caza Mayor

Por

La mayoría silenciosa se levanta (por fin) contra el independentismo

“Cataluña no quiere ser independiente, pero si España se empeña, es muy probable que al final acabe siéndolo”, se lamentaba recientemente un fino analista político catalán.

“Cataluña no quiere ser independiente, pero si España se empeña, es muy probable que al final acabe siéndolo”, se lamentaba recientemente un fino analista político catalán. Eran los días más duros del enfrentamiento Barcelona-Madrid y se había instalado en el imaginario nacionalista la idea de que el Estado, lejos de emplazar al diálogo y buscar el consenso para el pacto fiscal, trataba de “comprarnos” con la limosna del Fondo del Liquidez Autonómico (FLA), unos seis mil millones de euros de nada. Hasta tal punto se había extendido la especie que incluso algunos empresarios que votaban antes PP se volvían furibundos independentistas en un proceso que recordaba al de Dr. Jekyll y Mr. Hyde.

De unos días a esta parte, sin embargo, el proceso secesionista parece haber perdido apoyos y entrado en barrena. ¿Qué ha sucedido para este cambio de escenario? ¿Quién ha sido el artífice?

No lo ha sido, por supuesto, Artur Mas, un señor de ideología indefinida al servicio de la familia Pujol, que igual se tira al monte con la barretina en la cabeza, que se sube al Transiberiano camino de Rusia para vender a los moscovitas el Shangri-La de una Cataluña independiente. A nadie escapa a estas alturas que la caza de brujas antiespañola iniciada por el president no es sino una cortina de humo para ocultar sus miserias. Resulta difícil de creer que los 1.100 millones dilapidados en los últimos cuatro años por la TV3, aparato de agitación y propaganda, o los casos de corrupción que afectan a la familia convergente, como el de las ITV, extrañamente silenciado por la prensa catalana e incluso madrileña, tengan algo que ver con el expolio fiscal a Cataluña. Más bien parece lo contrario: el expolio del govern a sus conciudadanos.

Tampoco da la impresión de que el Gobierno central y el Partido Popular hayan contribuido a calmar los ánimos. En el vídeo de Ana Botella y María Dolores de Cospedal (“Nos gusta Cataluña”), sólo se echaba en falta una imagen de Pepe, el rudo futbolista del Real Madrid, para movilizar todavía más el voto independentista. Iniciativas de esta índole, como la de Gallardón de ‘armar’ una célula de resistencia con el apoyo del fiscal general del Estado, singularmente toscas, no sólo no ayudan al diálogo sino que son gasolina para el fuego prendido por Convergència.

Aunque para inundar Cataluña de ‘bombas’, ya está la FAES de José María Aznar. Igual que esta fundación no duda en vapulear en privado a Mariano Rajoy por el buenismo con el que afronta la crisis secesionista, hoy lunes tendrá la posibilidad de hacerlo en público en el Círculo Ecuestre de Barcelona, donde presenta el informe El mito fiscal. Razones para un debate, con el que un grupo de economistas, entre ellos el catedrático Juan José Rubio, el profesor Santiago Álvarez, el analista del CSIC Ángel de la Fuente, y el director del Centro de Estudios de la Rey Juan Carlos, Pascual Fernández, pretende denunciar y desmontar “las propuestas promovidas por los nacionalistas para alterar el sistema de financiación catalán”. Casualmente, al evento no asistirá Alicia Sánchez Camacho, la candidata elegida por Rajoy para las elecciones autonómicas, por coincidirle con un acto de campaña.

El sentido común aportado por los socialistas en esta crisis independentista también está resultando ínfimo, básicamente porque el PSC es un partido en proceso de extinción que se ha quedado sin espacio político. La mejor demostración de ello fue la entrevista-cuestionario que Carme Chacón dio a El Mundo y El País, en la que afirmaba ser “rotunda y radicalmente contraria a la independencia de Cataluña”, que es como decir “aquí estoy yo, ahora que el barco socialista se hunde”.    

Los empresarios catalanes tampoco han servido esta vez de puente entre Barcelona y Madrid. El Rey de España, en una labor tan prolija como discreta, se ha ido reuniendo con estos poderes fácticos para arrancarles un pronunciamiento. Pero nada. El calculado silencio por miedo a un boicot bien en Madrid, bien en San Cugat del Vallés, hay que interpretarlo exclusivamente con tintes mercantilistas. Lo mismo cabe decir de los medios catalanes, muchos de ellos necesitados de las subvenciones públicas y secuestrados por los elementos más radicales de la redacción.

No, ninguno de ellos ha traído la cordura a un proceso contaminado de origen. Han tenido que ser Europa y la sociedad civil las que hayan puesto negro sobre blanco las incongruencias y manipulaciones de la clase política.  

La sociedad civil se ha levantando paulatinamente contra una crisis nacionalista a simple vista sobrevenida y que responde a intereses espurios. No se trata únicamente de esos movimientos de intelectuales o cuasi-intelectuales tan prolíficos que suscriben tanto comunistas como premios Nobel, sino de esa mayoría silenciosa aterrada con declaraciones como las de Artur Mas de ayer, en las que se jactaba de que “ni los tribunales ni la Constitución” podrán parar el proceso secesionista.

Esta sociedad hasta ahora claramente adormecida empieza a sentirse arropada y a perder el miedo. Hace unos días, en una respuesta más bien desapasionada, la vicepresidenta europea Viviane Reding aclaraba que Cataluña quedaría automáticamente fuera de la UE si se separase de España, lo cual da argumentos a esta mayoría silenciosa y supone un puñetazo en la boca del estómago a la causa independentista. Según la encuesta de ayer de El Periódico, los catalanes partidarios de la secesión alcanzan el 50,9%. Sin embargo, este porcentaje queda reducido al 40,1% cuando se habla de un estado independiente fuera de la UE. Lo dicen sus propios socios de Gobierno: “Tras su viaje a Moscú, Artur Mas comienza a percatarse de que fuera de España hace mucho frío”.

“Cataluña no quiere ser independiente, pero si España se empeña, es muy probable que al final acabe siéndolo”, se lamentaba recientemente un fino analista político catalán. Eran los días más duros del enfrentamiento Barcelona-Madrid y se había instalado en el imaginario nacionalista la idea de que el Estado, lejos de emplazar al diálogo y buscar el consenso para el pacto fiscal, trataba de “comprarnos” con la limosna del Fondo del Liquidez Autonómico (FLA), unos seis mil millones de euros de nada. Hasta tal punto se había extendido la especie que incluso algunos empresarios que votaban antes PP se volvían furibundos independentistas en un proceso que recordaba al de Dr. Jekyll y Mr. Hyde.