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¿Qué tendrá la CNMC que a nadie cae bien?
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Nacho Cardero

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¿Qué tendrá la CNMC que a nadie cae bien?

“A mí me gustan esas personas por las que preguntas en la calle y nadie te sabe responder si son de izquierdas o de derechas”, reflexionaba

Foto: Toma de posesión de Marín Quemada.
Toma de posesión de Marín Quemada.

“A mí me gustan esas personas por las que preguntas en la calle y nadie te sabe responder si son de izquierdas o de derechas”, reflexionaba en alto ese bufón genial que es Albert Boadella en el Foro El Confidencial-Banco Sabadell. La sociedad, seducida por la añagaza del poder, tiende a bipolarizarse. O se es azul o se es rojo, de forma que cuando uno se alza como una voz independiente, transversal e incómoda, rápidamente se convierte en el pimpampum del orden establecido. Los grandes partidos lo colocan en el tenderete de feria, lo centran bien y se van pasando unos a otros la pelota para ver quién lo tira a la lona. Por este mismo motivo, cuando se analiza la ristra de calificativos poco cariñosos que en tan breve lapso de tiempo ha recibido la CNMC, el nuevo organismo regulador, uno no puede por menos que dejarse llevar por la suspicacia y preguntarse si las críticas están fundamentadas o si, por el contrario, hay algo más.

“La CNMC despierta muchos interrogantes por su falta de especialización y por la escasez de recursos que van a destinar a nuestro sector. (…) Aquí se ha estado sacudiendo siempre a los grandes para dar a los pequeños y no se trata de eso, sino de que nos dejen competir, de que haya procesos de concentración”, objetaba recientemente el presidente de una gran empresa. “La CNMC requiere de conocimiento técnico e independencia del poder. En otras palabras: el saber qué hacer y el querer hacerlo. La lista de los consejeros nombrados nos dice que no va a cumplir su misión”, se despachaban Jesús Fernández-Villaverde y Luis Garicano en un artículo en El País del 27 de septiembre. “La Administración española pare un nuevo engendro que amenaza con paralizar la actividad regulatoria y supervisora en nuestro país en los próximos seis meses”, decía McCoy en esta misma casa. Caña al mono que es de goma.

Al margen de lo acertado o no de estas apreciaciones, sí que parece existir una corriente de opinión que busca deslegitimar a la nueva Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia ya desde sus inicios. Hay quien se malicia, incluso, de una campaña para domeñar al supervisor. Esta tesis vendría sustentada por el expediente sancionador abierto por la CNMC contra Telefónica y Yoigo por entender que sus acuerdos para el uso de redes y distribución comercial podrían ser restrictivos para la competencia; o por la investigación sobre Vodafone y Orange que ha iniciado por motivos similares, de la que hoy informa este diario; o por la privatización del gestor aeroportuario, Aena, que amenaza con pasar de ser un monopolio público a convertirse en un monopolio privado; o por la liberalización de los trenes de alta velocidad, cuyo proceso parece tener ya nombre y apellidos sin que todavía se haya abierto plica alguna.

El morlaco de la CNMC luce una cornamenta del 10%, porcentaje máximo sobre facturación con el que puede sancionar a las compañías

La CNMC es un morlaco grande y peligroso. Luce una cornamenta del 10%, que es el porcentaje máximo sobre facturación con el que el supervisor puede sancionar a las compañías. De una multa de esa cuantía a la bancarrota apenas hay un paso. El nuevo macrosupervisor, además de ser un trabalenguas, tiene la fuerza de ser el organismo resultante de fusionar la CMT, CNE, CRFA, CNC y CNSP, o lo que es lo mismo, la Comisión del Mercado de Telecomunicaciones, la Comisión Nacional de la Energía, la Comisión de Regulación Ferroviaria y Aeroportuaria, la Comisión Nacional de la Competencia y la Comisión Nacional del Sector Postal. Ahora todo el poder se concentra en un sólo palacete, el de Alcalá 47, sede del organismo. El cargo de presidente lo ostenta José María Marín Quemada, apadrinado en un principio por el ministro Luis de Guindos, y el de vicepresidenta, María Fernández de Pérez, de la cuerda del jefe de la Oficina Económica de Presidencia, Álvaro Nadal. Sus informes no son vinculantes, pero son de los que estigmatizan y obligan al Ejecutivo a posicionarse.

Así ha de entenderse el publicado ayer por la CNMC sobre el Anteproyecto de Ley de Servicios y Colegios Profesionales, un documento que ha provocado que abogados y médicos se pongan en la cola de damnificados por el organismo regulador. No tiene efectos prácticos pero, una vez más, levanta ronchas entre los afectados. En dicho informe se insta a suprimir obligatoriamente la colegiación en todos los casos de profesionales que prestan sus servicios exclusivamente a las Administraciones Públicas, y a especificar y tasar explícitamente las razones de imperioso interés general que justifiquen el establecimiento de restricciones para ejercer profesiones.

Las críticas a la CNMC se centran en tres aspectos:

1.- Son pocos y poco preparados. Efectivamente, el número de consejeros se ha reducido a diez respecto a los 48 precedentes y los sueldos se han congelado e incluso reducido. Seguramente habrá expertos con mayor know-how y mejor currículum para desempeñar estas funciones, pero resulta complicado dar con profesionales cum laude dispuestos a cobrar los magros sueldos que paga la Administración.

2.- Con la concentración de los organismos, se pierde especialización. Probablemente, pero tampoco parece que la descentración previa diera los frutos deseados. Sirva de curiosisad que muchos de los críticos de ahora eran los supervisores de entonces. Se lleva años hablando de la liberalización de los colegios y de la fijación de precios de los carburantes por parte de las compañías, ¿resultado? Agua.

3.- Excesiva politización de la CNMC. Cierto en todos sus extremos. Como ya se ha dicho, Álvaro Nadal es el amo y señor del calabozo. Ha sido él quien ha nombrado a buena parte de los consejeros del supervisor. Ocho de los diez corresponden al PP. Los nacionalistas de PNV y CiU se reparten los otros dos.

En resumidas cuentas: si bien sería deseable mayor grado de independencia, a nadie escapa que el Ejecutivo del PP es enemigo de los contubernios empresariales. Nadal es uno de los personajes más temidos (y odiados) por el mundo del dinero. Si antes los empresarios arribaban en Moncloa como Pedro por su casa, ahora se encuentran con las puertas cerradas bajo siete llaves. Rajoy no quiere presiones espurias ni responde a intereses externos. En este sentido, la CNMC irrumpiría como paradigma de esta nueva forma de entender la empresa y la relación entre supervisores y supervisados. 

“A mí me gustan esas personas por las que preguntas en la calle y nadie te sabe responder si son de izquierdas o de derechas”, reflexionaba en alto ese bufón genial que es Albert Boadella en el Foro El Confidencial-Banco Sabadell. La sociedad, seducida por la añagaza del poder, tiende a bipolarizarse. O se es azul o se es rojo, de forma que cuando uno se alza como una voz independiente, transversal e incómoda, rápidamente se convierte en el pimpampum del orden establecido. Los grandes partidos lo colocan en el tenderete de feria, lo centran bien y se van pasando unos a otros la pelota para ver quién lo tira a la lona. Por este mismo motivo, cuando se analiza la ristra de calificativos poco cariñosos que en tan breve lapso de tiempo ha recibido la CNMC, el nuevo organismo regulador, uno no puede por menos que dejarse llevar por la suspicacia y preguntarse si las críticas están fundamentadas o si, por el contrario, hay algo más.

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