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Rebelión en la casta: el clan de los cuarenta y poco se levanta contra sus mayores
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Nacho Cardero

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Rebelión en la casta: el clan de los cuarenta y poco se levanta contra sus mayores

Es la maldición de los vicepresidentes. Le pasó a Abril Martorell con Suárez, a Guerra con Felipe, a Cascos con Aznar y a Fernández de la

Foto: Santamaría, Cospedal y Rajoy (EFE)
Santamaría, Cospedal y Rajoy (EFE)

Es la maldición de los vicepresidentes. Le pasó a Abril Martorell con Suárez, a Guerra con Felipe, a Cascos con Aznar y a Fernández de la Vega con Zapatero. Llegado un momento de legislatura, el inquilino de la Moncloa cede a las presiones y sacrifica a su número dos. No hay causas objetivas aparentes. Simplemente les toca. Lo hacen como quien juega a ver quién saca la cerilla con el palo más corto: “¿La tienes tú? Pues sales”. Es la rutina del poder. Cuanto más se tiene, mayor es el desgaste y más acerados los odios.

Soraya Sáenz de Santamaría y su guardia pretoriana de abogados del Estado sufren este fuego amigo. Rajoy les colocó en el Ejecutivo para que salvaran a España del colapso a sabiendas de las medidas drásticas que habían de tomar, de las críticas que iban a recibir y del proceso de inmolación al que se verían abocados. Una inmolación no sólo personal, sino también colectiva, tanto de Gobierno como de partido. Y si hay pocas dudas de la recuperación económica, menos dudas hay de lo segundo, es decir, del carajal del PP, de su división interna y de su progresiva irrelevancia.

“No estamos jodidos. Eso es un estado melancólico. Lo que estamos es cabreados. La gente del PP se está yendo, poniendo pies en polvorosa, porque ve que esto se acaba”, rezonga un joven cargo de Génova. “Soraya estará muy preparada, pero ha cometido dos errores de bulto: uno, que no ha hecho política; y dos, que no ha contado con nadie del partido. Montas un Gobierno y de repente aparece gente que no habías visto jamás en los tiempos duros. El capital político del PP se está desperdiciando. Ahora todo lo fías a que un abogado del Estado te solucione la papeleta. Y en fin, si viene uno como Pío Cabanillas, me quito el sombrero, pero es que los actuales…”.

Los malos resultados electorales han acentuado el divorcio entre Gobierno y partido. Los vaticinios son funestos. Por su marcado perfil técnico, el Ejecutivo no ha sabido capitalizar los éxitos económicos ni tampoco hilvanar un relato coherente sobre la derrota de ETA. Al contrario, el affaire Bolinaga, el fin de la doctrina Parot y la irrupción de VOX, con Vidal-Quadras reconvertido en la Miley Cyrus de la derecha, les han hecho perder cualquier posibilidad de colgarse una medalla en la lucha antiterrorista. El Ejecutivo se ha mostrado incapaz de comunicar. Tampoco en el PP cuentan con ningún Demóstenes.

El bipartidismo flaquea hacia fuera y hacia dentro. Los barones empiezan a levantar la voz en un tono más alto de lo normal. Feijóo, Fabra, Bauzá y Juan Vicente Herrera se quejan de que Cospedal esté en misa y repicando, esto es, en Castilla-La Mancha y Génova, y de que haya secretarios de partido que sean a su vez de Estado y que abandonen lo primero para poder dedicarse a lo segundo: los Lassalle, Nadal, Camarero, Robles

“En el Gobierno intentan ahora sacar pecho diciendo que esto va fenomenal, que estamos creciendo… ¡Vaya sobredosis! Eso nos hace perder votos”, señalan en Génova. “Parecen desconocer que el ciudadano se ha tenido que apretar el cinturón como jamás antes y que se lo sigue apretando. Esta crisis la ha pagado esa clase media con la que ellos no han hablado en su vida porque ahí no hay abogados del Estado… Si realmente trataran con ella, estuvieran en contacto con la calle, se darían cuenta de esas cosas, de esos detalles, de cómo la gente mete en las conversaciones a Mercadona y Hacendado porque su mente opera en modo economía de guerra”.

El partido está en llamas. Presidentes de comunidades autónomas y alcaldes hacen la traslación de los resultados de las europeas a sus propios feudos. Madrid se encuentra en el alero. Miembros del Ejecutivo lo dan por perdido. Se refieren a esta comunidad como la ‘Corte madrileña’ en un tono de suficiencia, casi despectivo. La caída de Madrid luego de veintitrés años en el poder sería más que dramático. Sería un símbolo. Anticiparía un cambio de ciclo y pondría negro sobre blanco que Rajoy ha perdido la mayoría. Igual que Rubalcaba. Igual que el Rey.

Hay unas nuevas generaciones dentro de PP y PSOE que contemplan impotentes cómo el proyecto sobre el que vertebraban sus aspiraciones políticas se derrumba como un castillo de arena. El dedo acusador señala a ‘sus mayores’. Les critican por inacción y por no haber sabido interpretar el mensaje que les manda la sociedad. Pero, ¿y las nuevas generaciones? ¿habrán captado el mensaje o serán más de lo mismo? En la calle, lamentablemente, se inclinan por la segunda de las opciones.

“Hay gente dentro del PP y el PSOE que estamos empeñados en tendernos la mano. No puede ser que haya una generación de cuarenta y tantos que no tengamos confianza”, enfatiza un alto cargo de Génova. “Nosotros estamos tendiendo puentes con la gente del PSOE razonable, con Madina, con tipos como Jonás o Borja, que han salido de europarlamentarios. Contactos con gente razonable. ¿Qué buscamos? Que vaya calando la idea de que es necesario reforzar la Constitución del 78. Y si hay que reformar, se reforma. Si hay que blindar competencias, se blindan”.

El contratiempo para este ‘clan de los cuarenta y poco’ que hace amago de levantarse contra sus ‘mayores’ reside en el factor tiempo. Ya es demasiado tarde. Ejemplo de esta ‘regeneración imposible’ sería el sainete socialista, con un partido que está roto y en la ruina, sin dinero siquiera para costear los carteles electorales, y con un favorito, Eduardo Madina, que tiene como principal valido a Bernardino León, el ectoplasma de Zapatero.

Algunas voces ilustradas, como la de Felipe González, sugieren ya una alianza PP-PSOE que refuerce institucionalmente al país. El Consejo Empresarial de la Competitividad también parece decantarse por un gran Gobierno de concentración. Pero lo que es bueno para los empresarios no lo tiene que ser necesariamente para el país. Las jóvenes promesas que llaman a las puertas barruntan que se trata de una nueva estrategia de tierra quemada tras la cual no hay nada. El vacío más absoluto.

Es la maldición de los vicepresidentes. Le pasó a Abril Martorell con Suárez, a Guerra con Felipe, a Cascos con Aznar y a Fernández de la Vega con Zapatero. Llegado un momento de legislatura, el inquilino de la Moncloa cede a las presiones y sacrifica a su número dos. No hay causas objetivas aparentes. Simplemente les toca. Lo hacen como quien juega a ver quién saca la cerilla con el palo más corto: “¿La tienes tú? Pues sales”. Es la rutina del poder. Cuanto más se tiene, mayor es el desgaste y más acerados los odios.

Soraya Sáenz de Santamaría Mariano Rajoy María Dolores de Cospedal