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La ‘traición’ de Rajoy al pueblo judío
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Nacho Cardero

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La ‘traición’ de Rajoy al pueblo judío

El miércoles, el presidente de la Asociación de Amigos de Israel, me remitió un artículo que denunciaba el sesgo del posicionamiento de España en el conflicto

Foto: Rajoy junto a Simon Peres, durante la visita de éste a España en febrero de 2011. (Efe)
Rajoy junto a Simon Peres, durante la visita de éste a España en febrero de 2011. (Efe)

“Cómo traicionar a un amigo y aliado”. El pasado miércoles, Juan José de la Torre, presidente de la Asociación de Amigos de Israel, me remitió un artículo que bajo este descriptivo titular denunciaba el sesgo del posicionamiento de España en el conflicto de Oriente Próximo y acusaba directamente al presidente del Gobierno de “alimentar el antisemitismo”. El aserto resultaba un tanto descabellado, pero no por los argumentos en sí, sino porque adentrarse en los pensamientos de Rajoy y tratar de adivinar si se inclina por los proisraelíes o los propalestinos resulta más complicado que descifrar la Piedra Rosetta con las fichas del scrabble. El presidente ni se mueve ni opina arbitrariamente. Sólo se pone de perfil para que no le alcancen las balas.

“Pocos saben que tras su victoria electoral, Mariano Rajoy recibió una llamada del primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, en la que, tras felicitarle, le ofreció su apoyo promocionando la instalación en España de empresas israelíes de alta tecnología, para así ayudar a mejorar nuestra terrible situación económica”, desvelaba De la Torre. “La oferta de Netanyahu no se quedó en buenas palabras. En poco tiempo y a través del ministerio de Luis de Guindos, empresas israelíes comenzaron su acercamiento a España en busca de socios para crear empresas conjuntas. Al mismo tiempo, Israel abrió la puerta a todas las compañías españolas que desearan participar en sus grandes concursos públicos, algo que algunas de ellas culminaron con gran éxito”.

Margallo cumplimentaba igualmente a Netanyahu en su visita a Israel y comentaba las posibilidades que tenían las empresas españolas, “incluso más que las de otros países”, para firmar contratos en infraestructuras y red ferroviaria. El gozo en un pozo. Las relaciones entre ambos países se han ido progresivamente deteriorando desde el pasado 8 de julio. Ese día comenzaron a llover cohetes sobre la Franja de Gaza y al tiempo que éstos estallaban, también lo hacía la buena sintonía entre España e Israel.

En este conflicto coexisten dos guerras, la militar y la de opinión pública, y mientras la primera parece decantarse del lado israelí [la ‘Operación Margen Protector’ arroja un balance de casi 2.000 muertos, la mayoría palestinos, y unos 10.000 heridos], la segunda es una victoria indiscutible de los de la kufiya. No tanto por méritos propios como por deméritos de sus enemigos, en tanto en cuanto las televisiones y rotativos de todos los rincones del planeta muestran la barbarie de los bombardeos en Gaza: colegios y hospitales devastados; niños inocentes muertos.

España es un país atípico. Aquí, la causa palestina cuenta con el apoyo de la izquierda (de la ‘vieja’ y de esa otra izquierda ‘adolescente’ que se prodiga en las televisiones), pero también del partido conservador. El Ejecutivo del PP ha sorprendido a sus propios militantes (Gabriel Elorriaga es el coordinador del intergrupo parlamentario de Amistad con Israel) con la decisión de suspender provisionalmente las exportaciones de material de Defensa a Israel. Una transacción que apenas supone un par de perras gordas, pero que con el tiempo traerá consecuencias de otra índole.

“Las traiciones siempre pasan factura y Mariano Rajoy debe estar preparado para asumir que ha estado tolerando que, a través de su ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo, y su televisión pública, se alimentara el antisemitismo y el odio a Israel, y que si mañana todas esas inversiones israelíes, capaces de generar trabajo de alta calidad, se marchan, junto a quinientos mil turistas israelíes, él será el único culpable. Al final todas las traiciones se pagan”, concluía la carta del presidente de la Asociación de Amigos de Israel.

Los vínculos entre ambos países siempre han mostrado una textura grumosa. La relación resulta poliédrica, compleja, difícil de definir, lo cual resulta especialmente perceptible en el plano económico, donde aparecen figuras emblemáticas como la de Max Mazin, empresario que arrancó de Franco el reconocimiento oficial de la Comunidad Israelita de Madrid, cofundador de la CEOE y hombre clave en la Transición, junto a otros personajes más sospechosos, como Marc Rich, para quien el naviero Fernández-Tapias solicitó el indulto vía correo postal al mismísimo Bill Clinton. De Mazin se han escrito unos cuantos libros; de Rich, todavía más.

Ese aire de desconfianza que siempre ha flotado en el ambiente ha tornado más denso de lo habitual y lo que antes no eran más que veladas insinuaciones se destapan ahora como críticas abiertas. ¿Qué extraños sucesos han acaecido en España para que de repente se cierren las puertas al dinero que procede de empresarios amigos de Israel y, en cambio, se abran de par en par para las fortunas del mundo árabe?

Los empresarios israelíes afincados en España ya no ocultan su malestar. Les cuesta todavía entender por qué las autoridades españolas han puesto una ristra de trabas a los casinos de Adelson y Hachuel, para luego mostrarse más permeables con fondos soberanos árabes como el Qatar Investment Authority, directa o indirectamente dueño de un buen pedazo del Ibex 35 con sus inversiones en Iberdrola, la filial brasileña del Santander, Hochtief (ACS) o incluso como patrocinador del F.C. Barcelona. A la comunidad israelí le espanta ver cómo los tentáculos de Qatar llegan hasta el Camp Nou. Para ellos es como si Hamás estuviera pagando la nómina de Messi.

En el lado político, las tortuosas relaciones de España con Israel (cinco siglos nos contemplan) iniciaron una etapa de concordia el 17 de enero de 1986, cuando el entonces Felipe González y Simón Peres firmaron en La Haya el restablecimiento de las relaciones diplomáticas. Seis años después, el 31 de marzo de 1992, don Juan Carlos y doña Sofía sellaban el definitivo reencuentro con su asistencia en la sinagoga de Madrid para la celebración del quinto centenario de la expulsión de los judíos.

Pero ese castillo de naipes que tanto ha costado levantar empieza a desmoronarse. La guerra de Gaza lo está derrumbando a cañonazos. “No comprendemos la actitud del gobierno español”, rezonga un miembro destacado de la comunidad judía. “Esta animadversión no se da ni entre los socialistas europeos. El gobierno francés es mucho más comprensivo con la causa israelí que el español. Por no hablar de los parlamentos de algunas comunidades autónomas, como el gallego, que se ven con la legitimidad suficiente como para decirnos cuál debe ser nuestra política exterior”.

Aznar le hacía ojitos a Yasser Arafat, pero siempre se mostró próximo al pueblo israelí; luego llegó Zapatero, que se enfundó el pañuelo palestino como el superman de la alianza de las civilizaciones que quiso ser. Y por último apareció Rajoy, un hombre indefinido cuyos silencios hablan por sí solos. Mariano es lo que tiene. No le va ni la harira ni el kosher. Es más de percebes.

“Cómo traicionar a un amigo y aliado”. El pasado miércoles, Juan José de la Torre, presidente de la Asociación de Amigos de Israel, me remitió un artículo que bajo este descriptivo titular denunciaba el sesgo del posicionamiento de España en el conflicto de Oriente Próximo y acusaba directamente al presidente del Gobierno de “alimentar el antisemitismo”. El aserto resultaba un tanto descabellado, pero no por los argumentos en sí, sino porque adentrarse en los pensamientos de Rajoy y tratar de adivinar si se inclina por los proisraelíes o los propalestinos resulta más complicado que descifrar la Piedra Rosetta con las fichas del scrabble. El presidente ni se mueve ni opina arbitrariamente. Sólo se pone de perfil para que no le alcancen las balas.

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