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Ana Botín, alias ‘Bombita’
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Nacho Cardero

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Ana Botín, alias ‘Bombita’

Los cien días de tregua que la heredera reclamó para su reinado no los ha tenido ella para su consejero delegado, con el que no se hablaba ni en el ascensor.

Foto: Ana Patricia Botín: firma de convenio con la Comunidad de Madrid
Ana Patricia Botín: firma de convenio con la Comunidad de Madrid

Ana Botín ha matado al hijo. Me refiero, se entiende, al hijo de su padre, el difunto Emilio Botín, que no necesariamente ha de ser ‘hermanastro’ de la hoy presidenta del Banco Santander. Diferencias haylas. La sangre de la primera luce roja azulada tirando a cianótica, mientras que la de Javier Marín no pasa de aguachirle. Ayer lo laminó fulminante sin juicios ni abogados.

Los cien días de tregua que la heredera reclamó para su reinado no los ha tenido ella para su consejero delegado, con el que no se hablaba ni en el ascensor. Marín era el niño mimado de Emilio, el caddie que le llevaba los palos de golf, el guardián de sus secretos. Ayer la hija se lo cargó con un matamoscas. No se sabe por qué oscuras razones, los movimientos de la presidenta traslucen cierta animadversión al legado dejado por su padre. Sobre todo a la herencia humana, la más relacionada con su vida privada, la que tiene que ver con la piel y las afinidades.

Algunos tratarían de adivinar en su conducta algún complejo freudiano, mientras que otros la pondrían de personaje de la película Relatos salvajes: Ana Botín, alias ‘Bombita’, capaz de dinamitar el banco para imponer su ley. Porque lo que ha acontecido estos días en la Ciudad Financiera no puede calificarse sino de ‘golpe de Estado’ con guante de seda. Ana Botín se ha sacudido de la solapa a la vieja guardia y ha colocado a sus hombres de confianza en lo más alto del banco, véase Rodrigo Echenique, al que ha nombrado vicepresidente. Él es quien ejerce de confesor áulico, al que consulta sin discontinuidad desde hace veinticinco años. Otro nombre que no figura en el organigrama pero que ha ganado enteros con el cambio es Jaime Castellanos. El conocido presidente de Lazard y Willis, a la vez que editor, se ubica en el magro círculo de amistades de Ana Botín. Ellos manejan los hilos.

Si bien es cierto que el ascenso como CEO de José Antonio Álvarez ha sido recibido con alharacas por unos inversores que le tienen en estima y que entienden que se trata de un guiño para ‘desbotinizar’ la entidad, para apartar sus complejos de empresa familiar, lo cierto también es que no ha habido piedad con Javier Marín. La decapitación ha sido limpia, que no indolora, y da muestra de que algo no marchaba bien en el banco, que hacía falta ampliar capital, tal vez alguna adquisición para justificarla, y que por mucho que nos pongamos a contar con las manos, las rentabilidades en España no salen.

Tal vez por ello, en Fort Knox Botín cuentan las horas para la marcha de Enrique García Candelas, director general de Santander España. Esta división, hoy a la baja, se fue al carajo el día de su integración con Banesto en 2013. Emilio Botín pudo haber vendido la filial por una pastizara en 2006, pero optó por aguantar. Desde entonces, el Santander anda a la pata coja, con provisiones y despidos a gogó. Según UGT, el banco habría tenido 3.441 bajas en su plantilla desde enero de 2013 a febrero de 2014.

Tan llamativa como la decapitación de Marín ha sido el silencio de los consejeros del Santander, que, genuflexos todos, se han postrado en hinojos ante los deseos de Ana Botín a pesar de no compartir sus decisiones y ser conscientes de que su presidencia manu militari les pasará factura. Los hermanos Rodríguez Inciarte, Isabel Tocino, Guillermo de la Dehesa, etc., saben que su destino no difiere del que persigue al consejero delegado saliente.

Son algo más que presagios, sobre todo si se tiene en cuenta que Ana Botín se ha visto obligada a importar directivos de Londres que apenas chapurrean el castellano para su nuevo organigrama. Es el caso de Bruce Carnegie-Brown, nuevo vicepresidente primero, y Jacques Ripoll, que ocupará la división de global banking. El primero de ellos siempre fue visto con recelo por la Financial Services Authority (FSA) de Reino Unido cuando se especuló con la posibilidad de que adquiera mayores responsabilidades en Santander UK y ahora, paradójico, se encargará de vigilar a los independientes.

La vieja guardia del Santander lo tiene claro: por donde pasa Ana Botín, alias ‘Bombita’, no crece la hierba.

Ana Botín ha matado al hijo. Me refiero, se entiende, al hijo de su padre, el difunto Emilio Botín, que no necesariamente ha de ser ‘hermanastro’ de la hoy presidenta del Banco Santander. Diferencias haylas. La sangre de la primera luce roja azulada tirando a cianótica, mientras que la de Javier Marín no pasa de aguachirle. Ayer lo laminó fulminante sin juicios ni abogados.

Javier Marín Ana Patricia Botín