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Del rojo al verde: el nuevo Banco Santander de Ana Botín
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Nacho Cardero

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Del rojo al verde: el nuevo Banco Santander de Ana Botín

Ana Botín le está haciendo un traje a medida al Banco Santander. Uno marcadamente british, de esos que se confeccionan en Savile Road, la calle de

Foto: Ana Botín (EFE)
Ana Botín (EFE)

Ana Botín le está haciendo un traje a medida al Banco Santander. Uno marcadamente british, de esos que se confeccionan en Savile Row, la calle de los sastres londinenses, con el objeto de sacudirse la caspa de la dehesa. El periplo británico ha dejado huella en Ms. Botín, quien preferiría cotizar en la City antes que en la Plaza de la Lealtad y llevarse la sede a Canary Wharf, junto a otros gigantes como el HSBC. No dudaría en hacerlo si no fuera porque cada vez que se menta el cambio de residencia, Cristóbal Montoro e Ignacio Diego, ministro de Hacienda y presidente de Cantabria, respectivamente, ponen pies en pared ante la mera posibilidad de ver recortados drásticamente sus ingresos fiscales.

La niña le está dando la vuelta al banco como un calcetín. Ha eliminado en tan sólo cinco meses las estructuras heredadas de su padre y su forma de entender el sector. Unos bríos renovadores que hacen que sopese incluso cambiar el color de la entidad y recuperar el verde de su abuelo, que es casi como cambiar de modisto y pasar de Adolfo Domínguez a Dior.

A mediados de los años setenta Emilio Botín-Sanz de Sautuola y López se decantó por esta tonalidad para, con un logotipo sobrio como el hábito de un monje cartujo, transmitir la solvencia y credibilidad que los tiempos requerían. Pero transcurrieron los años y el conservadurismo de entonces dejó paso al riesgo y la pasión. A finales de los ochenta, Emilio Botín-Sanz de Sautuola y García de los Ríos se convirtió en el “hombre que siempre vestía de rojo”, el hombre que obligaba a sus subalternos a llevar la corbata del mencionado color e inundar los circuitos de Fórmula 1 con los cartelones del banco.

Ana Botín es más de verde y menos de Fórmula 1. Tal hecho resulta evidente desde el mismo instante que se hizo con las riendas del poder, en la junta extraordinaria del 15 de septiembre de 2014, finalizada la cual mandó un emisario a Las Tablas, sede de Telefónica, para pedirle a César Alierta un favor que, aun pequeño en su dimensión, resultaba simbólico y adelantaba los acontecimientos que se desencadenarían posteriormente. Luego, recordemos, vinieron el cese de Javier Marín como consejero delegado y su sustitución por José Antonio Álvarez, así como el ascenso a vicepresidente ejecutivo de Rodrigo Echenique, quien, además de ser el ángel de la guarda de Ana Botín, fue la persona que se encargó de tutelar el proceso sucesorio en las turbulentas horas posteriores al fallecimiento del padre.

De entre los recientes movimientos en la dirección del banco, también ha llamado la atención la desigual distribución de competencias asumidas por los hermanos Rodríguez Inciarte (Matías las gana al hacerse cargo de Riesgos, mientras que Juan las pierde), así como la pervivencia en el organigrama de Enrique García Candelas, del que se especulaba sobre su posible prejubilación y que sigue como máximo responsable del negocio en España. A García Candelas le tendrá que reportar Rami Aboukhair, nombrado director general y responsable de banca comercial. Aboukhair procede de Santander UK y, anteriormente, de Banesto. Para llevar a cabo sus planes, Ana Botín se ha visto obligada a inundar la cúpula de la entidad con directivos importados de Londres.

Todo ello con el objetivo último de implementar una política bancaria más moderna y ortodoxa, y de marcar distancias con su padre. Sobre todo esto último. Resulta obsesivo, casi freudiano, su afán por distinguirse de su progenitor y ocultar su legado. Tal vez lo haga atenazada por la duda de saber si era ella o no la elegida por Emilio Botín para sucederle, teniendo en cuenta que el patriarca no dejó por escrito su decisión y que era propenso a barajar nombres alternativos, como en su día el de Paco Luzón.

placeholder Oficina del Banco Santader. (Efe)

El cambio más notable que se ha producido en la entidad, no obstante, no tiene que ver tanto con ceses y nombramientos como con la macroampliación llevada a cabo y que, como señalaba Eduardo Segovia en este diario, suponía abordar sin complejos dos temas tabúes en la entidad: el nivel de capital y el dividendo. El Santander se ha inyectado en vena 7.500 millones de euros “presionado por Danièle Nouy [presidenta del Mecanismo Único de Supervisión (MUS)], a la que no le gustaba el ‘soft capital’ del banco. Al tomar esta decisión, se anticipa implementando antes de tiempo las medidas transitorias de Basilea III”, explica un supervisor de la banca española. “Lo que está por ver ahora es cómo van a solventar la dilución para el accionista y cómo va a evolucionar el yield para tratar de compensar esta situación”.

Los expertos señalan que la metamorfosis del banco debería ir más allá de la macroampliación y el dividendo. En su opinión, la reestructuración del balance tendría que producirse en paralelo a una reestructuración del negocio, esto es, a la venta y rotación de activos. Alternativas imaginativas para un sector en el que los márgenes –poco crédito, tipos en mínimos– son algo más que estrechos. Quizá por ello, hay quien aventura una guerra del pasivo como la iniciada por Santander en Cataluña. Y es que si no puede ser por márgenes, entonces tendrá que ser por volumen, sobre todo a la vista de la debilidad de los ‘siete enanitos’ (Ibercaja, Unicaja, BMN, Liberbank, Kutxa, Abanca y Bankinter), esas entidades de menor tamaño que las seis grandes, que se muestran reticentes a iniciar un nuevo proceso de concentración por cuestiones más políticas –estamos de lleno en un año electoral– que operativas.

Los vítores son generalizados. Las medidas adoptadas con contundencia y celeridad son las que los analistas reclamaban. Por todo ello, este año 2015 puede ser el de Ana Botín… siempre y cuando Marc Tappolet, el fiscal de Ginebra que hace cinco años decidiera investigar la mayor estafa piramidal de la historia, la de Bernard Madoff, no se encargue de aguarle la fiesta señalando como responsables a Optimal Investment Services, filial del Santander, y a la sociedad de valores M&B Capital Advisers, firma que fundaron Javier Botín, hijo del presidente del Banco Santander, y Guillermo Morenés, a la sazón marido de Ana Botín.

Ana Botín le está haciendo un traje a medida al Banco Santander. Uno marcadamente british, de esos que se confeccionan en Savile Row, la calle de los sastres londinenses, con el objeto de sacudirse la caspa de la dehesa. El periplo británico ha dejado huella en Ms. Botín, quien preferiría cotizar en la City antes que en la Plaza de la Lealtad y llevarse la sede a Canary Wharf, junto a otros gigantes como el HSBC. No dudaría en hacerlo si no fuera porque cada vez que se menta el cambio de residencia, Cristóbal Montoro e Ignacio Diego, ministro de Hacienda y presidente de Cantabria, respectivamente, ponen pies en pared ante la mera posibilidad de ver recortados drásticamente sus ingresos fiscales.

Ana Patricia Botín Nombramientos