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Matar al padre: así diseñan el futuro los Rajoy's boys con el apoyo de Rivera
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Nacho Cardero

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Matar al padre: así diseñan el futuro los Rajoy's boys con el apoyo de Rivera

Dicen que Rajoy va acabando lentamente con sus rivales gracias a un veneno que les inocula y va surtiendo efecto con los meses. Otras veces, simplemente, acaban suicidándose

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El principal error de Rajoy en su entrevista al ‘Financial Times’ fue responder pensando que era en inglés y que por ese motivo no la iba a leer nadie, como el que se habla a sí mismo delante de un espejo o susurra a una caracola y luego se la pone en la oreja. “No tengo un sucesor natural (…) Y le diré algo más: a veces no es malo no tener un sucesor natural”, explicó el presidente del Gobierno al rotativo británico. Unas palabras que en román paladino podrían traducirse como "el partido soy yo, España soy yo... todos los demás se equivocan”. Es como si Rajoy, el ‘demiurgo’, estuviera en un plano casi divino donde es capaz de ver allí donde los ojos del resto de los mortales no alcanzan. También lo llaman síndrome de La Moncloa.

Los nombres susceptibles de sucederle, cítense a Feijóo, Soraya, Cifuentes, Alonso, Casado o Maroto, por enumerar un puñado de ellos y dejando al margen los espontáneos que puedan surgir, aceptan con indisimulada sumisión las decisiones del patrón por ese fielato al líder tan extendido en el PP y porque la estulticia de los enemigos políticos -ese “indecente” que depuso Pedro Sánchez en el debate a dos- consiguió el efecto opuesto al pretendido: una fuerza centrípeta de autoprotección en las filas populares que ha blindado a Mariano Rajoy en el cargo. El presidente es el único que manda, quien verdaderamente controla el partido.

Lo controla con mano de hierro desde el autogolpe de Estado que dio tras las autonómicas de 2015, que supuso la caída en desgracia de la todavía secretaria general de la formación, María Dolores de Cospedal. Dicen que Rajoy va acabando lentamente con sus rivales gracias a un veneno que les inocula en la sangre y que con el paso de los meses, a veces años, va surtiendo efecto. La verdad es que no siempre es así. Otras veces, simplemente, se suicidan. Este sería el caso de la expresidenta castellano-manchega.

En algún momento de su carrera política, por el magín de Cospedal pasó la idea de ser candidata del PP a la presidencia del Gobierno en sustitución de Rajoy, pero llegaron las elecciones municipales y autonómicas de mayo de 2015, y lo que podía haber sido un espaldarazo a sus ambiciones políticas tornó en sonoro fracaso. No solo perdió la presidencia de Castilla-La Mancha por apenas unos cientos de votos sino que la perdió por un cambio en la ley electoral introducido por ella misma que, de no haberse llevado a efecto, le hubiera permitido continuar como inquilina del Palacio de Fuensalida.

Esta circunstancia, sumada a la profunda debacle territorial del PP, obligó a Rajoy a tomar las riendas del partido. Sin consultárselo previamente, llamó a la secretaria general y le adelantó que iba a introducir algunos cambios en la dirección de la formación: “Apunta”. Primero le dictó los nombres de los vicesecretarios generales, cuatro caras nuevas que pasear por los platós de televisión y con las que batirse el cobre en Twitter, y ya más tarde le impuso a su hombre confianza, Jorge Moragas, para dirigir la campaña del 20 de diciembre. Moragas es el sexto 'beatle'. No lleva ninguna vicesecretaría, pero como si la llevara. Arenas siempre será el quinto.

Después de unos meses de duelo, llega la etapa de la ‘aceptación’ para María Dolores de Cospedal, de remar a favor del partido desde un plano más discreto

La caída de Cospedal fue fulgurante, sin carrerilla y por la espalda, igual que Miguel de la Quadra Salcedo lanzaba la jabalina. Ahora, después de unos meses de duelo, llega la etapa de la aceptación, de ponerse a remar aunque sea desde un plano más discreto, tal y como se colige de su entrevista de ayer en ‘ABC’: “Yo siempre he sido muy beligerante contra la corrupción. Me niego a que unos [los vicesecretarios] seamos más que otros. Hasta ahí podíamos llegar. Lo que pasa es que ahora no soy yo sola, sino que somos cinco o seis”.

Sea como fuere, el hecho cierto es que en Génova se visualiza el final de una era, con nuevos y jóvenes dirigentes que tratan de recuperar el espíritu de los tiempos de Aznar, aquellos tiempos que olían a victoria y lo que desfilaba en el ágora político no era un partido sino un ejército prusiano.

Pablo Casado, responsable de Comunicación, y Javier Maroto, vicesecretario sectorial, se han arrogado el papel de ‘regeneradores’ con sus aceradas críticas a esa vieja guardia que hoy ocupa los titulares de la prensa no precisamente por la buena gestión. Al PP lo están machacando por el flanco de la corrupción. Cuando no es Barberá, entonces aparecen Granados o Rato. Día tras día. No hay tiempo para recobrar el resuello. Por este motivo, cansados de tener que dar explicaciones de antiguos líderes del partido a los que ni siquiera han llegado a conocer en persona en algunos casos, los jóvenes del PP han decidido levantar un cordón sanitario respecto a algunas viejas prácticas.

Los vicesecretarios tienen perfectamente tabulados los males que aquejan al PP. En primer lugar, los casos de corrupción; segundo, la gestión de dichos escándalos; tercero, la crisis económica y los recortes derivados de la misma; cuarto, la comunicación de las políticas gubernamentales, y en quinto lugar, Mariano Rajoy. Los cachorros populares entienden que, por mucho ditirambo que se inventen, por muchos diputados que consiga en las próximas elecciones, la regeneración del PP resulta imposible con Rajoy al frente.

Como los vicesecretarios no pueden defender estas tesis en contra de la persona que les colocó en la cúpula de Génova, han delegado tal responsabilidad en Albert Rivera, el séptimo 'beatle', que es quien les hace el trabajo sucio: “Rajoy lleva 35 años en política, habrá hecho cosas bien, cosas mal y cosas regular, pero está claro que España tiene que abrir una etapa política con nuevas políticas y nuevas personas. Él ha tenido mayoría absoluta y no lo ha hecho. No es la persona en la que la gente piense para abrir esa etapa”, adujo el líder de Ciudadanos en una entrevista en El Confidencial.

El país no da más de sí. Están a punto de reventarle las costuras, tal y como se ha podido comprobar con la polémica de las esteladas en el Vicente Calderón

El día siguiente al 26-J va a exigir de mucha grandeza por parte de los líderes que concurren a las próximas elecciones, esa grandeza que no tuvieron en las negociaciones posteriores al 20 de diciembre y que ahora les pesa como una losa. Las encuestas vapulean sin contemplación las valoraciones de los candidatos, y con visos de seguir cayendo.

El país no da más de sí. Están a punto de reventarle las costuras, tal y como se ha podido comprobar con la polémica de las esteladas. Sin embargo, allí donde hay un grave problema existe también una gran oportunidad. Todo ello con grandeza y algún que otro sacrificio.

En una Europa que se va disolviendo como un azucarillo por culpa de los populismos, la ultraderecha y la falta de arraigo a este proyecto común de países como Reino Unido, la posibilidad de un acuerdo en España que incluya a los principales partidos, e incluso a las formaciones nacionalistas tras el 26-J, podría servir de espoleta para el resto de la UE. Con algo de suerte, la ‘reconstrucción’ europea bien podría comenzar en España.

El principal error de Rajoy en su entrevista al ‘Financial Times’ fue responder pensando que era en inglés y que por ese motivo no la iba a leer nadie, como el que se habla a sí mismo delante de un espejo o susurra a una caracola y luego se la pone en la oreja. “No tengo un sucesor natural (…) Y le diré algo más: a veces no es malo no tener un sucesor natural”, explicó el presidente del Gobierno al rotativo británico. Unas palabras que en román paladino podrían traducirse como "el partido soy yo, España soy yo... todos los demás se equivocan”. Es como si Rajoy, el ‘demiurgo’, estuviera en un plano casi divino donde es capaz de ver allí donde los ojos del resto de los mortales no alcanzan. También lo llaman síndrome de La Moncloa.

Mariano Rajoy Javier Maroto Pablo Casado María Dolores de Cospedal Jorge Moragas