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¿Y ahora qué? ¿Cómo se gobierna un país con 137 diputados y Bárcenas en el banquillo?
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Nacho Cardero

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¿Y ahora qué? ¿Cómo se gobierna un país con 137 diputados y Bárcenas en el banquillo?

Rajoy dice que lo suyo es andar todas las mañanas a un ritmo de siete kilómetros la hora. “Eso es correr”, le replicaban en el corrillo del 12 de Octubre. “No, eso es andar rápido”

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La cuestión no es la investidura de Rajoy, que parece próxima, ni cuántos diputados socialistas van a ir al urinario a la hora de votar para salir del bloqueo institucional al tiempo que escenifican su rechazo al candidato del PP. Aunque dichas cuestiones están pendientes de ser resueltas, no se encuentra ahí el principal eje del debate. Ese puente, como diría Pedro Sánchez, ya lo hemos cruzado o estamos a un paso de hacerlo. La cuestión ahora es cómo diablos se gobierna un país con solo 137 diputados y Correa y Bárcenas en el banquillo.

El dilema dista mucho de ser baladí y se ha visualizado en las últimas semanas con la pérdida, por parte del PP, de todas las iniciativas que se han llevado al Congreso de los Diputados gracias a los votos en contra de PSOE y Podemos y la abstención (por no decir tibieza) de Ciudadanos. Un ejemplo de este muro de contención que la oposición ha levantado en la Cámara Baja ha sido la proposición de ley para subir las pensiones, que firmaron todos menos los populares.

Lejos de ser puntual, esta corriente anti-PP puede convertirse en estructural y ser tónica habitual tras la investidura. ¿Quién gobernará el país entonces? Rajoy o un bloque opositor que, como escribía Íñigo Errejón en Twitter, tiene la suficiente fuerza en el Parlamento como “para revertir las peores medidas del PP”.

La opinión generalizada es que, de seguir en esta línea, el gabinete popular será un auténtico infierno que apenas podrá sacar sus medidas adelante, sufrirá un agudo desgaste en poco tiempo y tendrá los días contados antes incluso de nacer. De ahí que muchos malicien que el oscuro objeto del deseo de Rajoy no sea la investidura sino unas terceras elecciones con la que llenar el buche de diputados.

Hay sin embargo otra corriente de análisis, que es la que se cuece en Génova en este momento, que viene a concluir lo contrario. Esto es, que el nuevo Gobierno del PP, de producirse, no resultará tan efímero ni tan ineficiente.

Cuando en la recepción del Doce de Octubre se le sondeaba a un risueño Rajoy sobre la forma en que llevaría el timón de la gobernabilidad tras su investidura, el presidente en funciones tiraba de símiles atléticos. Decía que lo suyo era andar todas las mañanas a un ritmo de siete kilómetros la hora. “Eso es correr”, le replicaban en el corrillo. “No, eso es andar rápido”.

Lo que traducido al castellano significa ir día a día, ley a ley, reforma a reforma, negociando todo lo negociable. Estas palabras se sustancian en una hoja de ruta que, según explicaba Fernando Garea en ‘El País’, el Partido Popular ha pergeñado para salvar la minoría que arrastra en el Congreso, sacar adelante los Presupuestos y evitar esa derogación de leyes y reformas con que el bloque opositor se está frotando las manos. Para esta estrategia, el PP se valdría de un amplio abanico de recovecos legales, así como de la Presidencia del Congreso que ocupa Ana Pastor y de la mayoría absoluta de la que dispone en el Senado.

El PSOE, además, necesita tiempo. No solo unos meses, sino bastante más. De tensar en exceso la cuerda, los socialistas corren el riesgo de romper un Ejecutivo recién nombrado y forzar unas elecciones generales para las que no están preparados. Unos comicios tempranos les enfrentarían a la militancia, alimentarían las posibilidades de un retorno de Pedro Sánchez cuando se convoque el congreso y agravarían la profunda división interna que sufre el partido. El PSOE necesita tiempo, años, para enterrar al ‘sanchismo’, cuyos rescoldos todavía están humeantes, como se ha visto este fin de semana en las primarias del PSC.

Más a más, a nadie escapa que los socialistas carecen de un candidato con el suficiente consenso para Ferraz: Javier Fernández se muestra como una solución temporal y Susana Díaz, hoy en San Telmo, tiene que salvar las suspicacias de una militancia entre la que no despierta muchas simpatías.

Es por ello que los populares se muestran confiados en sacar adelante los Presupuestos y determinadas reformas de calado con las que calmar la ira de Bruselas. Si bloquearan las cuentas del Estado con el resto de la oposición, las terceras elecciones serían inevitables a los pocos meses y el PSOE tendría que enfrentarse de nuevo a sus propios demonios. El PP ya ha advertido de que el desbloqueo no puede limitarse a la sesión de investidura. Deben pactar unas líneas de gobernabilidad… aunque sea por debajo de la mesa.

Un dilema similar es el que agobia a Ciudadanos. A pesar de que en la formación naranja se rasgaron las vestiduras cuando escucharon salir de la boca de Correa aquello de que “Génova era mi casa”, acaso un puñetazo a sus exigencias de regeneración democrática, los miembros de C’s son conscientes de que lo más saludable para su supervivencia política pasa por hacer de tripas corazón y contener el nivel de crítica. Ellos son los más interesados en alejar en el tiempo la próxima cita electoral y, por ende, el riesgo a una opa hostil del Partido Popular.

A diferencia de otros compañeros de C's, muchos más impetuosos, el vicesecretario general, José Manuel Villegas, se ha limitado a calificar las declaraciones de Correa de “graves, pero no nuevas” y no se ha atrevido a ir más allá. No por nada, existe la convicción de que la formación de Rivera sería seriamente penalizada por el electorado si cala la percepción de que contribuye, por acción o inacción, a desestabilizar al nuevo Ejecutivo.

Ciudadanos se ha quedado sin espacio ni discurso y entiende que otros comicios resultarían letales para sus intereses. Según analiza Nubul Consulting, una nueva cita electoral “agudizaría la pérdida de sufragios de centro-derecha a C’s a causa del voto útil y de la desconfianza que genera su posición política. La formación naranja solo podría compensar su sangría por la derecha, creciendo por su izquierda a costa de los socialistas, pero eso no sería suficiente para que obtuviese un número de escaños similar al que posee ahora”.

Si Rajoy va a tener que hacer malabares para que, de materializarse un Gobierno, esta XII legislatura no sea tan efímera como algunos predicen, más complicado lo van a tener PSOE y Ciudadanos para ejercer la oposición sin provocar unos nuevos comicios que, dependiendo del momento en el que se produzcan, les pueden conducir a la marginalidad. En este escenario, la variable ‘t’ de ‘tiempo’ será clave para el devenir de los acontecimientos. Y a todos los partidos, prácticamente a todos, les interesan unos minutos de descanso. Es lo que nuestro experto Ignacio Varela llama un "golpe de sensatez colectiva".

La cuestión no es la investidura de Rajoy, que parece próxima, ni cuántos diputados socialistas van a ir al urinario a la hora de votar para salir del bloqueo institucional al tiempo que escenifican su rechazo al candidato del PP. Aunque dichas cuestiones están pendientes de ser resueltas, no se encuentra ahí el principal eje del debate. Ese puente, como diría Pedro Sánchez, ya lo hemos cruzado o estamos a un paso de hacerlo. La cuestión ahora es cómo diablos se gobierna un país con solo 137 diputados y Correa y Bárcenas en el banquillo.

Luis Bárcenas Mariano Rajoy Íñigo Errejón Susana Díaz Ciudadanos