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Nacho Cardero

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Salvar al soldado Ryan

Hay miedo a la crisis que está por venir. Una crisis relacionada con la disrupción tecnológica y la incapacidad de los gigantes patrios de subirse al tren digital

Foto: Un supermercado de El Corte Inglés, en una foto de archivo. (EFE)
Un supermercado de El Corte Inglés, en una foto de archivo. (EFE)

Hace una década que fue la crisis financiera. Nos familiarizamos entonces con términos de los que apenas habíamos oído hablar y los introdujimos en nuestras conversaciones igual que el fútbol en el café de los lunes. Empezamos a hablar con naturalidad de la prima de riesgo, la solvencia y la banca sistémica, esto es, de aquellas entidades demasiado grandes como para dejarlas caer. 'Too big to fail', decían. Ahí estaba Bankia.

Los tiempos duros pasaron y aparcamos los tecnicismos. Pero solo temporalmente. Más pronto que tarde, habrá que desempolvarlos de nuevo.

Esa es al menos la sensación que ha ido permeando los centros de poder, bien económicos, bien políticos, en los interludios que ha permitido el monotema catalán. Hay miedo a la crisis que está por venir. Una crisis relacionada con la disrupción tecnológica y la incapacidad de los gigantes patrios de subirse al tren digital. No tanto de los grandes bancos, que esos ya han cruzado su Rubicón, sino de las grandes compañías. Son las empresas sistémicas.

Sistémico es lo perteneciente o relativo a la totalidad de un sistema, según la Real Academia de la Lengua. Una empresa adquiere tal calificación cuando su actividad afecta a las arterias del país. Son compañías que impactan globalmente, de tal modo que cualquier modificación sustancial en su estructura causa beneficios o daños reales al conjunto del sistema.

Hay miedo a los tiempos que están por venir. No tanto en los grandes bancos como en las grandes compañías. Hablamos de empresas sistémicas

No nos referimos a las ‘telefónicas’ o a los ‘inditex’ sino a esas otras grandes compañías de corte familiar que ni son financieras, ni cotizan en bolsa ni están bajo la lupa de la CNMV, pero que han ido adquiriendo una dimensión sobresaliente y que ahora, en la era de Amazon, requieren de otro salto cualitativo. Una evolución que está directamente relacionada con la profesionalización, la digitalización y la transparencia, y que debería regirse bajo criterios de máxima prudencia y visión de largo plazo.

En este particular 'ranking', la empresa más sistémica (y simbólica) no podía ser otra que El Corte Inglés. Con más de un centenar de centros comerciales y cerca de 100.000 empleados, ejerce una influencia decisiva en la configuración del mercado ‘retail’ en España. Toda decisión de compra de productos cada vez más diversificados, desde viviendas a automóviles Tesla, pasan por los estantes del grupo fundado por Ramón Areces.

placeholder El presidente de El Corte Inglés, Dimas Gimeno, las hijas de Isidoro Álvarez, Marta y Cristina, y Florencio Lasaga. (Fundación Ramón Areces)
El presidente de El Corte Inglés, Dimas Gimeno, las hijas de Isidoro Álvarez, Marta y Cristina, y Florencio Lasaga. (Fundación Ramón Areces)

Es el tótem del imaginario empresarial español. Pero la tecnología se impone y el tótem se resiente. Sufre como el resto de firmas del sector de grandes almacenes ante la amenaza de los tentáculos de Jeff Bezos y Cía. Hasta tal punto es así que marcas emblemáticas como Lafayette en París o Harrods en Londres se han quedado en meras atracciones turísticas. El consumidor franquea las puertas de estos grandes almacenes como el que visita un museo de arte románico. Es decir, para contemplar obras del pasado.

El Corte Inglés se siente afortunado porque resiste la embestida de los nuevos tiempos. Primero fueron los resultados, que han mejorado notablemente después de que Dimas Gimeno llegara a la presidencia; luego vino el nombramiento de dos consejeros delegados, Jesús Nuño de la Rosa y Víctor del Pozo, en aras de la profesionalización; tercero, el visto bueno de la banca a una nueva refinanciación, que asciende a cerca de 4.000 millones de euros, y en cuarto y último lugar, los planes por salir a bolsa.

Todo ello, sin embargo, se ve empañado por el enfrentamiento entre los herederos de Isidoro Álvarez por el control de El Corte Inglés, lo que podría desembocar en una crisis corporativa. Marta y Cristina Álvarez Guil recibieron en herencia una participación mayoritaria en la sociedad patrimonial (Cartera de Valores IASA) que controla el 22% de El Corte Inglés. Por otro lado, Dimas Gimeno, sobrino de Isidoro, se quedó con una participación minoritaria en esa sociedad patrimonial, pero fue designado presidente de la cadena de grandes almacenes por deseo del patriarca. Familias enfrentadas que dirimen sus diferencias en los tribunales.

El Gobierno de Rajoy ha empezado a interesarse por las cuestiones intestinas de El Corte Inglés de la misma forma que lo está haciendo con Abertis

El tema ocupa y preocupa al Gobierno. Las empresas sistémicas en general y El Corte Inglés en particular. De un tiempo a esta parte, el Ejecutivo de Mariano Rajoy ha empezado a interesarse por las cuestiones intestinas de El Corte Inglés de la misma forma que lo pueda estar haciendo en el juego de opas y contraopas en torno a Abertis. También la Corona, en concreto el rey Juan Carlos, cuya amistad con el jeque catarí Hamad bin Jassim bin Jaber al Thani, a la sazón accionista de la cadena de grandes almacenes, es pública y notoria. ¿La consigna? Salvar al soldado Ryan y 100.000 puestos de trabajo.

Son los retos a los que se enfrentan empresas sistémicas como El Corte Inglés, como Mercadona, paradigma de capilaridad, con casi 1.700 puntos de venta en toda España y un poder inmenso a la hora de determinar qué es lo que se vende y lo que se compra en alimentación, o como el grupo de transporte por carretera ALSA, que conecta más de las tres cuartas partes del territorio a través de su red y es pieza clave en la cohesión y estructuración social. El éxito o fracaso de estas compañías lo es también de España.

placeholder Estación de los autobuses ALSA en Oviedo. (EFE)
Estación de los autobuses ALSA en Oviedo. (EFE)

Nos encaminamos hacia un escenario inédito en el que, como señalaba el secretario general de la UGT, Pepe Álvarez, en la reciente visita a la redacción de El Confidencial, los modelos de empresas y los marcos de las relaciones laborales cambian drásticamente por mor de la revolución digital y el comercio electrónico. La catarsis es tal, vaticinaba Pepe Álvarez, que nos obligará a replantearnos el futuro de las ciudades y nuestro modelo de sociedad.

Reclamaba Miriam González en este mismo diario una transformación radical de España, un cambio que “nos provoca vértigo” porque pone en peligro el frágil equilibrio que hemos mantenido desde la Transición, pero que resulta crucial para la supervivencia y el progreso del país. Aunque González se refería al sistema político, sus conclusiones son extrapolables a la economía y, más allá, a las estrellas empresariales que tienen que alumbrar el futuro.

Estos, y no otros, son los grandes debates que deberían centrar nuestra atención si no queremos que las grandes compañías sufran una réplica del terremoto sistémico que ya vivió la banca. Demasiados puestos de trabajo en el alero, demasiadas compañías en riesgo… 'Too big to fail'.

Hace una década que fue la crisis financiera. Nos familiarizamos entonces con términos de los que apenas habíamos oído hablar y los introdujimos en nuestras conversaciones igual que el fútbol en el café de los lunes. Empezamos a hablar con naturalidad de la prima de riesgo, la solvencia y la banca sistémica, esto es, de aquellas entidades demasiado grandes como para dejarlas caer. 'Too big to fail', decían. Ahí estaba Bankia.

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