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Fracaso sin paliativos de Zapatero y triunfo agridulce de Rajoy
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Jesús Cacho

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Fracaso sin paliativos de Zapatero y triunfo agridulce de Rajoy

Primera reflexión a vuela pluma: la baja participación. Una realidad que nos lleva a testificar el fracaso de la estrategia de movilización de Zapatero, la estrategia

Primera reflexión a vuela pluma: la baja participación. Una realidad que nos lleva a testificar el fracaso de la estrategia de movilización de Zapatero, la estrategia del que viene el PP, la estrategia miedo a la derecha de la mano del recuerdo de acontecimientos como la guerra de Iraq y otros de similar enjundia.

Segunda reflexión, y reflexión triste: lo ocurrido en el País Vasco, donde la jornada estuvo salpicada por violentos altercados protagonizados, como de costumbre, por los cachorros de la violencia etarra. La democracia española, tan malita ella, tan magra de salud, se ha acostumbrado al espectáculo terrible que supone el intento de realizar elecciones democráticas en un territorio donde no existe democracia y donde las libertades personales más elementales están en almoneda, amenazadas por los que tiran de pistola.

Dramático lo ocurrido en Navarra, de confirmarse el cambio de Gobierno que a última hora de ayer se vislumbraba. No sé si el señor Zapatero habrá dormido esta noche tranquilo, pero es obvio que los resultados producidos se van a traducir en un cambio en la gobernación del viejo reino en la peor dirección posible: la anexión de Navarra al entramado megalómano del nacionalismo vasco.

Puede estar contento el señor presidente, cuyas maniobras han permitido a los violentos -cosa imposible de explicar en cualquier democracia occidental-, entrar en las instituciones, financiarse con dinero público, y avanzar hacia la utopía enloquecida que los señores de las pistolas, con la anuencia cómplice de esos nacionalistas moderados que recogen las nueces, proponen hoy a los ciudadanos vascos en un rincón de la Europa Occidental: un Estado independiente, socialista y totalitario.

En un plano más general, esta ha sido una campaña fea, fiel reflejo de las tensiones que hoy vive la sociedad española, una campaña donde los electores moderados, entendido como tal los que ocupan posiciones más centradas o menos extremas a uno u otro lado, lo han tenido realmente difícil a la hora de ir a votar. Por el insufrible Zapatero, por un lado, más ‘pensamiento Alicia’ que nunca, tan cínicamente sonriente como siempre, y por esa broma pesada que ha supuesto el hecho de que el PP haya decidido sacar de paseo a José María Aznar, un tipo igualmente insufrible y con una extraordinaria capacidad para restar votos al PP, teniendo en cuenta que los incondicionales ya lo votan de suyo, con o sin Aznar de por medio.

Por desgracia, sobre la gran cuestión de estas municipales, la evidencia de la corrupción galopante, tanto a nivel municipal como autonómico, que asola a este sufrido país, nada de nada. Tanto izquierda como derecha han escurrido el bulto como mejor han podido, poniendo de nuevo en evidencia la necesidad de esa gran revolución democrática y ciudadana que la nomenklatura de los partidos quiere evitar a toda costa.

Campaña crispada, rabiosa incluso, por la inequívoca vocación que latía en ambos bandos de convertirla en refrendo o referéndum de sus respectivas formas de ver España. Y es que lo que está en juego no es la gobernación municipal, ni siquiera la autonómica. No son cuestiones como el alumbrado, los problemas del tráfico o la situación de parques y jardines, sino el reparto del poder territorial y, en definitiva, el modelo de Estado, ni más ni menos, lo que desde marzo de 2004 aquí se ventila. La deriva de España hacia ese “federalismo imperfecto” del que habla el molt honorable José Montilla, o el regreso a la España constitucional que reclama Mariano Rajoy. El viaje a la aventura que propone Zapatero, o la vuelta a la cotidianeidad de la España que hemos conocido siempre.

Porque aquí ya no puede nadie llamarse a engaño. A lo largo de los más de tres años que lleva en La Moncloa, José Luis Rodríguez Zapatero ha dejado clara su visión de España, visión desdeñosa, sino diametralmente opuesta, con la idea del Estado-nación unitario que ha presidido el mapa europeo de los últimos siglos, una visión que ayer le compró el 34,96% del censo electoral, frente al 35,68% que dieron su voto de confianza a Mariano Rajoy. Porque ayer, en mi modesta opinión, se votó ideología a palo seco.

Victoria ajustada del Partido Popular, aunque puede hablarse de un práctico empate técnico, lo que sin duda es susceptible de todo tipo de lecturas e interpretaciones. La de quien esto escribe es que se trata de un mal resultado, malísimo, se mire por donde se le mire, para el presidente Zapatero, que pierde unas elecciones municipales y autonómicas en su primera legislatura como presidente del Gobierno y sufre batacazos espectaculares con algunas de sus peculiares apuestas, léase Miguel Sebastián.

Y agridulce resultado para Mariano Rajoy, que gana, cierto, por número de votos, pero que claramente sigue siendo superado por el empuje y la imagen de algunos de los líderes autonómicos y municipales del partido. Dice la estadística, al menos reciente, que quien gana unas municipales suele ganar las generales siguientes, pero habrá que verlo. José Luis Rodríguez Zapatero, el hombre que en marzo de 2004 se puso al frente del batallón de derribos del edificio constitucional levantado por la mayoría de los españoles en 1978, podría pasar a la historia como el presidente del Gobierno más breve de nuestra democracia. Las espadas en alto.

Primera reflexión a vuela pluma: la baja participación. Una realidad que nos lleva a testificar el fracaso de la estrategia de movilización de Zapatero, la estrategia del que viene el PP, la estrategia miedo a la derecha de la mano del recuerdo de acontecimientos como la guerra de Iraq y otros de similar enjundia.