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El ocaso de la Casa Botín
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Jesús Cacho

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El ocaso de la Casa Botín

Pocas noticias han tenido un impacto tan demoledor en el inconsciente colectivo del homo oeconomicus hispano como el anuncio efectuado por el Banco Santander el pasado

Pocas noticias han tenido un impacto tan demoledor en el inconsciente colectivo del homo oeconomicus hispano como el anuncio efectuado por el Banco Santander el pasado lunes, 16 de febrero, suspendiendo durante dos años los reembolsos de su fondo Banif Inmobiliario. Un tipo importante en este país entre los años 1996 y 2004, que algo tiene ahora que ver con Emilio Botín, aseguraba al día siguiente en privado que “el 16-F es el 23-F de nuestra historia económico-financiera. Un punto de inflexión de difícil vuelta atrás. Cuando un banco como el Santander prefiere afrontar el coste reputacional que supone el hecho de no devolver su dinero a los partícipes del fondo, es que las cosas están peor de lo que imaginamos”.  

El 16-F de Banif Inmobiliario vino, además, acompañado por el reconocimiento oficial de la quiebra de Caja Castilla La Mancha, primera víctima del estallido de la burbuja inmobiliaria española en las filas de Cajas y Bancos, que ha obligado al PSOE y al Banco de España a orquestar una operación de salvamento con cargo a Unicaja. La Caja manchega, sin embargo, es apenas una anécdota, una gota de agua en el océano que representa el Banco Santander en nuestro sistema financiero. Fin de la grandeur de don Emilio Botín, el más listo, el más audaz, el hombre cuyo resplandor hacía palidecer los currículos de cualesquiera de los banqueros del mundo occidental. Hace menos de 4 meses, el diario El País afirmaba que “Emilio Botín se ha convertido en los últimos meses en uno de los banqueros más admirados del mundo, pues la entidad que preside ha emergido como una de las ganadoras de la crisis financiera internacional”.

El relato escrupuloso de lo acontecido en los últimos meses en torno al Santander resulta demoledor. El 7 de febrero de 2008 (presentación de resultados ejercicio 2007) el banquero afirmó que “no necesitamos en absoluto hacer compras para crecer. Nos han llegado muchas propuestas, pero seremos más estrictos que nunca”. De manera específica descartó compras en Reino Unido, Estados Unidos o Francia. El 21 de Junio de 2008 (Junta General de Accionistas), aseguró que “para mantener el crecimiento de los ingresos, Banco Santander no necesita asumir riesgos complejos y de difícil control como los que están en el origen de los problemas a los que hemos asistido recientemente en la banca internacional (…) Nunca abordaremos adquisiciones por el simple hecho de aumentar nuestro tamaño”.

La realidad de lo ocurrido, sin embargo, se encargó de desmentir tales afirmaciones. En efecto, entre abril y octubre del año pasado, el Santander compró a Fortis las actividades de gestión de activos en Brasil por 209 millones de euros; firmó un acuerdo para comprar el negocio de crédito al consumo de RBS en Europa; anunció la compra de Alliance & Leicester por 1.575 millones de euros; adquirió (a través de Abbey) los canales de distribución y los depósitos de Bradford & Bingley por 612 millones de libras, y adelantó la compra del 75,65% de Sovereign que no controla por 1.400 millones de euros. Y todo ello sin necesidad de “asumir riesgos complejos”.

El 11 de julio pasado (entrega de los Premios Euromoney) don Emilio pronunció una de esas frases para la Historia, con mayúsculas, del esperpento bancario: “Si no conoces totalmente un instrumento financiero, no lo compres; si no comprarías para ti un producto específico, no lo vendas; y si no conoces muy bien a tus clientes, no les prestes ningún dinero”. Tres meses después se producía la quiebra de Lehman Brothers, y el Santander se veía obligado a anunciar que compensaría a los clientes afectados por dicha quiebra, a quienes vendió, a través de Banif, unos 500 millones de euros en bonos estructurados a clientes, en muchos casos como si fueran productos asegurados.

La bomba Madoff

El enganchón Lehman quedó pronto convertido en anécdota, porque el 14 de diciembre pasado a Botín le estallaba en las manos la bomba Madoff, el peor episodio que imaginar pudo su mayor enemigo: el “banquero más listo del mundo” había sido víctima de una vulgar estafa piramidal. Aquel día, el Santander reconocía haber generado a sus clientes pérdidas de 2.330 millones invertidos en fondos Madoff a través de su gestora Optimal, al tiempo que el yerno y el propio hijo resultaban gravemente cogidos en el mismo lance a través de Morenés & Botín. El banco, sin embargo, descartó aquel día compensar a los clientes afectados por el fraude, como había hecho con los de Lehman. Por poco tiempo, porque el 27 de enero de este año daba marcha atrás anunciando que lo haría, aunque solo a los particulares y por el importe de su inversión inicial -sin revalorización-. A cambio les obligaba a renunciar a ejercer acciones legales contra la entidad y a seguir siendo clientes.

La misma incoherencia, idéntica distancia entre dicho y hecho se advierte en el episodio de la ampliación de capital: el 28 de octubre pasado (presentación resultados III trimestre 2008) Alfredo Sáenz negó que el banco necesitara capital, asegurando que sus ratios eran los adecuados para el tipo de negocio que desarrolla. Apenas 12 días después, el Santander anunciaba una ampliación de capital de 7.200 millones, con un descuento del 46% sobre el precio de cotización, para hacer frente a tan agresiva política de compras y recomponer recursos propios. El espectáculo ha incluido también a los beneficios. En junio del año pasado (Junta General), don Emilio se comprometió ante sus accionistas a alcanzar los 10.000 millones de beneficio total del Grupo en 2008, compromiso renovado a lo largo del año tanto por él mismo -llegó incluso a sugerir unos beneficios para 2009 de 11.500 millones-, como por Sáenz. El 28 de enero pasado, sin embargo, el banco realizaba un profit warning anunciando por sorpresa que quedaban reducidos a 8.876 millones, un 2% menos que en 2007, con el mismo dividendo -también en contra de lo prometido- del año anterior.

Lo peor, con todo, estaba por llegar. Llegó el 16-F. Sonaron los clarines del miedo de una economía que se deshace cual azucarillo, en medio de la más aguda crisis política que haya conocido el país desde la muerte de Franco. Miles de clientes del Santander quedaban encerrados durante dos años, como poco, en Banif Inmobiliario. Es muy posible que, como el miércoles opinaba en este diario S. McCoy, hablar de “corralito” sea un ejercicio de demagogia y un error conceptual. Y es posible también que, en contra de la falta de diligencia mostrada en el caso Madoff, el banco tenga esta vez argumentos para defender la decisión adoptada. Si admitimos que el término corralito implica un ánimo confiscatorio que beneficia a quien lo impone, resulta difícil apreciar qué es lo que gana el Santander parando los reembolsos, cosa que, por otro lado, ha hecho la práctica totalidad de los fondos inmobiliarios abiertos europeos. La alternativa, la liquidación de la cartera con la merma consiguiente, sí hubiera supuesto, en cambio, un perjuicio notable para los partícipes. Es probable, por ello, que no cupiera otra solución y que el fallo esté en origen, en la negligencia de un regulador que autoriza la comercialización de fondos abiertos -que en buena lógica deberían ser cerrados- sobre activos que por su propia naturaleza son ilíquidos.

Sea como fuere, el cierre de Banif Inmobiliario ha tenido un efecto demoledor para el prestigio de la marca “Banco Santander”. Y ello porque la realidad incuestionable es que el partícipe que necesite su dinero no podrá disponer de él durante mucho tiempo, y porque, además, en la acera de enfrente hay un banco, el BBVA, que, en un caso similar, tiró de chequera comprando las participaciones de quienes deseaban salir del fondo. ¿Por qué no ha hecho el Santander lo propio? Tal vez porque no ha podido, sospecha que está en el epicentro de la oleada de pánico que el lunes pasado se apoderó del mundo financiero, aunque la entidad asegura disponer de liquidez para dar y tomar. Por primera vez un fondo de inversión suspendía pagos en España.

El Santander como paradigma de la crisis española

Jaleado por una mayoría de los medios de comunicación que, con honrosas excepciones, experimentaba algo parecido a un orgasmo cada vez que el banquero anunciaba uno de sus golpes, la aventura de este hombre ha terminado por convertirse en epítome de la fortuna cambiante de esos millones de españoles que creyeron acostarse ricos y un día se levantaron pobres, engañados por el oropel de una economía que llegó a imaginar poder vivir ad aeternum del ahorro ajeno, insensible a la degradación de una democracia que se cae a pedazos carcomida por la corrupción. Don Emilio es ejemplo esclarecido de un Sistema que le permitió absorber bancos como quien colecciona corbatas, y que, por salvarle del trance penal de las cesiones de crédito, no dudó en privar a los ciudadanos de un derecho constitucional (Artículo 125) como es la Acusación Popular. El episodio ha quedado acuñado en los anales de la vergüenza colectiva de todo un país como la “doctrina Botín”.

La Justicia pervertida y la economía del revés. Las propias declaraciones del banquero sobre la crisis son paradigma de la gran mentira propalada desde la presidencia del Gobierno sobre la situación de la economía. En febrero de 2008 (Presentación de Resultados 2007), don Emilio aseguraba que “tras 14 años de crecimiento ininterrumpido, entramos en una fase de desaceleración, pero España va a crecer más que los países del entorno. Tenemos más fortalezas que los demás y hay que decirlo”. El 21 de junio pasado (Junta General de Accionistas), persistía en el discurso de que “La crisis es como la fiebre infantil, empieza fuerte y luego baja” (…) “Esta fase negativa de la economía no será larga”. El mismo discurso que ese indocumentado llamado José Luis Rodríguez Zapatero.

El Santander se enfrenta a un futuro complicado. Seguramente don Emilio se ha metido en camisa de once varas, lejos de las viejas tradiciones bancarias de su padre que sentaron la fortaleza de la marca: comprar y vender, y coger dinero con una mano y prestarlo con la otra. Como hace tiempo escribiera Walter Bagehot, “Las grandes crisis ponen al descubierto las especulaciones excesivas de muchas Casas de las que antes nadie sospechaba”. Lo peor que le ha ocurrido al Santander es que ha perdido la confianza que antaño inspiraba la marca en una mayoría de sus clientes. Si lo decía el Santander, tenía que ser verdad. Ahora no. Ahora resulta que, cuando vienen curvas, la culpa es del cliente, que no se leyó la letra pequeña del contrato que firmó. Lo ocurrido en los últimos meses pone también en evidencia la existencia de un equipo de gestión obsoleto, que no estaba preparado para el desfile por la Quinta Avenida de la banca mundial.

El relevo se antoja difícil. Botín junior ha quedado chamuscado, del brazo de su cuñado Morenés, en el caso Madoff.  Como en Los Buddenbrooks, la genial saga que Thomas Mann relatara en 1901 sobre la vida de tres generaciones de una rica familia de comerciantes en Lübeck, que progresivamente se van distanciando del código de valores impuesto por el fundador, no va a ser fácil para los Botín retornar a las esencias. Con todo, es muy importante para el futuro de la economía española que el Santander supere sus problemas. Nos jugamos mucho en ello. España necesita un sistema bancario saneado, y también banqueros dinámicos, comprometidos no solo con la creación de riqueza, sino con el cumplimiento de una Ley igual para todos y con la mejora de la calidad de nuestra democracia. Bancos sólidos y banqueros demócratas.

Pocas noticias han tenido un impacto tan demoledor en el inconsciente colectivo del homo oeconomicus hispano como el anuncio efectuado por el Banco Santander el pasado lunes, 16 de febrero, suspendiendo durante dos años los reembolsos de su fondo Banif Inmobiliario. Un tipo importante en este país entre los años 1996 y 2004, que algo tiene ahora que ver con Emilio Botín, aseguraba al día siguiente en privado que “el 16-F es el 23-F de nuestra historia económico-financiera. Un punto de inflexión de difícil vuelta atrás. Cuando un banco como el Santander prefiere afrontar el coste reputacional que supone el hecho de no devolver su dinero a los partícipes del fondo, es que las cosas están peor de lo que imaginamos”.  

Emilio Botín Bernard Madoff