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Brotes verdes fritos y subida de impuestos
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Jesús Cacho

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Brotes verdes fritos y subida de impuestos

Decía Carlos Sánchez el sábado en este diario que el Gobierno Zapatero se había dado el viernes un baño de realismo a costa de dejar atrás

Decía Carlos Sánchez el sábado en este diario que el Gobierno Zapatero se había dado el viernes un baño de realismo a costa de dejar atrás la economía ficción en la que se movió con Pedro Solbes en activo, y a un servidor, y seguros que a millones de españoles, ese le parece un juicio piadoso propio de una persona de bien como es Sánchez, pero alejado de la dura realidad de un Gobierno que sigue empeñado en enmascarar la realidad y ganar tiempo, en espera del milagro redentor que le devuelva al dulce sesteo que presidió sus días en los tiempos de la burbuja inmobiliaria.

Rodríguez Zapatero, a quien ayer un reputado director de periódico describía embelesado, se diría que enamorado del personaje, es un tipo que circula por la vida con retraso. Retraso vergonzante a la hora de reconocer la crisis, que negó hasta el absurdo, cuando ya era una evidencia incluso para los legos en materia económica. Retraso calculado a la hora de negar la dimensión del problema español, la profundidad y duración de una recesión desconocida en nuestra Historia reciente, y retraso doloso a la hora de acercarse siquiera a formular algunas de las reformas que permitirían insuflar cierta confianza no solo en los agentes económicos, sino en el ciudadano común.

Soy de los que piensan que, cuando la desgracia ya está encima, los Gobiernos no pueden hacer gran cosa para detener un tsunami económico de las dimensiones del que se ha abatido sobre nuestro país, y muy poco para paliar sus consecuencias. Lo que sí, en cambio, pueden hacer los Gobiernos responsables es no estorbar, no entorpecer y, sobre todo, no agravar, no profundizar la dimensión del problema con decisiones erróneas, haciendo más difícil la salida del túnel y la recuperación posterior. Porque los excesos hay que purgarlos, una ley biológica que vale tanto para el cuerpo social como para el humano.

Y, en el caso español, la purga significa que hay que reconocer que todos somos un 30%, quizá un 40%, más pobres de lo que creímos en los días de verbena financiera en que era posible endeudarse hasta para irse de vacaciones. Nuestros pisos, nuestras acciones, nuestras empresas, nuestro patrimonio, en suma, valen hoy un 40% menos de lo que la orgía del dinero fácil nos hizo creer. Cualquier padre de familia responsable sabe que en tales circunstancias es obligado reducir el nivel de vida mantenido hasta el momento, apretarse el cinturón y ahorrar. Lo sabe el padre de familia pero lo desconoce el Gobierno, las instituciones, el cuerpo social. Como colectivo, los españoles seguimos negándonos a aceptar la realidad de la crisis.

Una crisis cuyas raíces hay que buscar en el excesivo endeudamiento de familias y empresas. ¿Hay algún síntoma, algún indicador, que permita afirmar que ese desfase se está reduciendo? ¿Estamos pagando lo que debemos? ¿Estamos limpiando de verdad los balances de activos tóxicos? ¿Lo están haciendo nuestras Cajas y Bancos? No, padre. Muy al contrario, la regla de oro en esta España nuestra sigue siendo la del disimulo y la apariencia. Cualquier cosa menos reconocer la realidad. No solo no se adoptan las medidas oportunas (¿para cuándo ese famoso FROB con el que remediar los dislates de nuestros cajeros?), sino que las ayudas del Gobierno al sistema financiero y otros grupos con capacidad de presión, engordan aun más el problema. Y hasta que el volumen global de endeudamiento no vuelva a niveles manejables, la crisis no empezará a mostrar otra cara.

Un nuevo maquillaje del Gobierno Zapatero 

Mientras tanto, quiebras empresariales y paro a mansalva. Brotes verdes fritos. Pretender que el Gobierno socialista va a salvar el momento dándole a la maquinita de hacer billetes, es decir, endeudándonos hasta las cejas y llevando el déficit público a niveles insoportables, es una irresponsabilidad manifiesta, un error de dimensión histórica. Cualquiera que hoy visite un pueblo en España lo encontrará patas arriba a cuenta del “Plan E”, un carísimo invento que básicamente consiste en cambiar las aceras de sitio. La tecnología del bordillo. En esto, Ruiz Gallardón es un verdadero experto. Ahora se dispone a cambiar de emplazamiento la estatua de Colón, con el pobre Don Cristóbal mareado de tanto movimiento. Es el nuevo modelo productivo pregonado por Zapatero y defendido por ardor por Gallardón.

Y bien, ¿qué haremos cuando se agoten los 8.000 millones de euros para “ayudar a los municipios a crear empleo”, con el cambio de bordillos? ¿Qué harás, José Luis, cuando eso ocurra dentro de unos meses? ¿Otros 8.000 millones para después del verano? Venga, campeón, tú puedes. Quien no puede es España. Y no puede por lo que antes se decía del padre de familia responsable. Porque las deudas hay que pagarlas tarde o temprano. Y cuando un país se endeuda, la factura la terminan pagando los ciudadanos con subidas de impuestos. En este sentido, los anunciados el viernes son apenas un aperitivo de los que están por venir. Porque no hay milagros. No hay atajos. 

Solo la sensación, muy extendida, de que todo va mucho peor, de que esto es mucho más profundo, más duradero de lo que acaba de reconocer esta enmienda parcial, este mea culpa blandito que el viernes interpretó la señora Salgado, con Zapatero escondido, como de costumbre. Estamos ante un nuevo maquillaje, un truco más con el que el Gobierno Zapatero quiere seguir tirando hasta final de año. Darle hilo a la cometa en espera del milagro. Y  la sensación, también, de que una crisis tan dura como la que estamos viviendo, parece llamada a convertirse en durísima por culpa de este Gobierno de incompetentes que nos ha tocado en suerte.

Decía Carlos Sánchez el sábado en este diario que el Gobierno Zapatero se había dado el viernes un baño de realismo a costa de dejar atrás la economía ficción en la que se movió con Pedro Solbes en activo, y a un servidor, y seguros que a millones de españoles, ese le parece un juicio piadoso propio de una persona de bien como es Sánchez, pero alejado de la dura realidad de un Gobierno que sigue empeñado en enmascarar la realidad y ganar tiempo, en espera del milagro redentor que le devuelva al dulce sesteo que presidió sus días en los tiempos de la burbuja inmobiliaria.

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