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¿Qué le pasa al partido de la derecha?
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Joan Tapia

Confidencias Catalanas

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¿Qué le pasa al partido de la derecha?

Cierto que la coyuntura económica es la peor en muchos años, y que la crisis origina protestas sociales, pero la falta de reflejos del PP -cuando

Cierto que la coyuntura económica es la peor en muchos años, y que la crisis origina protestas sociales, pero la falta de reflejos del PP -cuando sólo lleva algo más de un año en el poder- sorprende. Así, el Índice de Confianza Política del CIS, o el juicio sobre la labor del Gobierno, o la valoración de los ministros, están bajo mínimos. Y, en los últimos días, he leído cosas que indican desgaste y desorientación. Quizás no son relevantes, pero sí significativas. Cuando muchos jóvenes -universitarios incluidos- tienen que buscar trabajo en el extranjero, la ministra de Trabajo habla de “movilidad exterior”.

Peor es que ante la oleada de desahucios -de la que, ciertamente, el Gobierno no tiene la culpa- no se sepa reaccionar y a la Secretaría General del PP no se le ocurra otra cosa más inclusiva que relacionar los escraches con los nazis. Es bastante desafortunado -aunque los escraches pueden oscilar entre la manifestación legítima y las coacciones-, porque lo irrebatible es que la Plataforma de Afectados por la Hipoteca no es el partido en el poder y que Ada Colau, quizás demagoga, no es ministro de Propaganda.

¿Y qué pasa en Radio Nacional, que debería tener un enfoque poco partidista y solvente? Pues que el sesgo es tan fuerte que su audiencia se desploma. En la última oleada del Estudio General de Medios, conocida ayer, ha perdido nada menos que 277.000 seguidores, un 31,6% de sus oyentes. Se distancia así más de la SER y de Onda Cero, y es sobrepasada por una cadena tan acreditada como la Cope. Está claro que cuando un cambio en el partido de gobierno premia con el despido a alguien tan profesional como Juan Ramón Lucas, que había remontado las audiencias matutinas, es que algún mecanismo se ha estropeado en la cabeza de quien dirige la comunicación del Ejecutivo. ¿Hay alguien? Porque poner la cara cada viernes como hace -no mal- la vicepresidenta, no es suficiente.

El PP tiende a creer que el Estado le pertenece y está falto de una tradición común con el centro-derecha europeo. Rajoy prioriza la cautela frente a un discurso consistente y Aznar tampoco tiene los reflejos de su admirada ThatcherMás allá de las anécdotas, la derecha en el poder puede sufrir algo similar a un déficit estructural. No gobernó mal del año 96 al año 2000 -pidiendo cada día permiso a otro partido, curiosamente el de Pujol- y, después, con la mayoría absoluta, concitó una gran confluencia de antipatías. Ahora Aznar -que perdió las elecciones de 2004 sin ser candidato- se ha comparado con Thatcher afirmando que los dos sufrieron un brutal atentado terrorista. Es verdad, pero Thatcher tenía sentido de Estado (para lo bueno y para lo malo), mientras que Aznar usó el terrorismo como arma política. Thatcher no puso ninguna objeción a los métodos poco ortodoxos de los cuerpos de seguridad (esto podría ser un punto a favor de Aznar) y después nunca criticó el proceso de paz en Irlanda del Norte.

¿Se pueden imaginar ustedes lo que diría Aznar si en Euskadi se formara un Gobierno con Arnaldo Otegi y Antonio Basagoiti? En Irlanda del Norte el Sinn Féin (Aznar diría "los terroristas") está en el Gobierno y Thatcher nunca dijo una palabra en contra. Si el Estado británico lo creía adecuado… Exactamente igual que la actitud del PP cuando Zapatero negoció con ETA (el resultado ha sido que la acción policial y la antigua Batasuna han obligado a ETA a enterrar las armas).

Pero se puede entender -el electoralismo es tentación fuerte- que el PP utilizara la negociación con ETA para desgastar al PSOE. Se entiende menos que, ahora -con Rajoy con mayoría absoluta-, el Fiscal General ordene a los fiscales de la Audiencia Nacional (contra su criterio) calificar como delito de “colaboración con banda armada” el presunto ‘chivatazo’ en el bar Faisán de dos mandos policiales a un colaborador de ETA. Aunque este existiera, ¿es lógico que el Gobierno español inste al fiscal general a acusar de “colaboración con banda armada” a dos policías destinados en Euskadi con buena hoja de servicios en la lucha contra ETA?

Antonio Casado decía ayer en El Confidencial que no cree que sea un intento de desgaste de un Rubalcaba en horas bajas, sino que, más bien, muestra la voluntad del ministro de Justicia, Ruiz-Gallardón, de hacer méritos en la estrategia del PP de ocultamiento del caso Bárcenas. Pero ni así, porque los policías que han combatido el terrorismo -algo más crudo que ser ministro- merecen el reconocimiento de los partidos de orden.

Rajoy es un político pragmático. Su actitud antes las demandas catalanas peca de cerrada -la Constitución no debe ser inamovible-, pero tampoco es irresponsable. Parece que al ministro Wert, al que le gusta provocar, le han aconsejado que cierre la boca. Pero Rajoy puede tener una carencia. Debe de creer que la derecha española -en la que abunda la tentación de creerse propietaria del Estado y que tiene poca tradición común con el centro-derecha europeo- es como es, y que suficiente tiene con digerir el caso Bárcenas. The Economist, el semanario inglés que lee el establishment mundial y que vende más en el mundo que en Gran Bretaña, decía en un reciente editorial que Rajoy cree que en política hay dos clases de problemas. Unos los resuelve el tiempo. Los otros, los más complicados, ni el tiempo los soluciona. Si The Economist tiene razón, Rajoy peca. Todo partido de gobierno necesita actuar a partir de un discurso solvente y adaptado a los tiempos. La prudencia, el oportunismo cauto y el no contrariar los instintos elementales de su electorado no bastan. Felipe González gobernó 13 años porque supo rectificar sobre la OTAN y porque contrarió a Nicolás Redondo.     

Cierto que la coyuntura económica es la peor en muchos años, y que la crisis origina protestas sociales, pero la falta de reflejos del PP -cuando sólo lleva algo más de un año en el poder- sorprende. Así, el Índice de Confianza Política del CIS, o el juicio sobre la labor del Gobierno, o la valoración de los ministros, están bajo mínimos. Y, en los últimos días, he leído cosas que indican desgaste y desorientación. Quizás no son relevantes, pero sí significativas. Cuando muchos jóvenes -universitarios incluidos- tienen que buscar trabajo en el extranjero, la ministra de Trabajo habla de “movilidad exterior”.