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¿Premio ‘Español del Año’ para 'Financial Times'?
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Joan Tapia

Confidencias Catalanas

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¿Premio ‘Español del Año’ para 'Financial Times'?

El pasado miércoles hablé de un posible choque de trenes entre Mas y Junqueras por la la pregunta a hacer en la futura consulta. Decía que

El pasado miércoles hablé de un posible choque de trenes entre Mas y Junqueras por la pregunta a hacer en la futura consulta. Decía que Artur Mas –presionado por Duran i Lleida y Joan Herrera (ICV) en una dirección federal o confederal y por Junqueras en otra descaradamente independentista– quedaría desautorizado y haría un ridículo descomunal si no conseguía una pregunta unitaria. Mas es correoso, tiene años de oficio político y al final pasteleando (se ha pasado de una pregunta a dos, una para cada aliado) ha salvado la fachada unitaria de los cuatro grupos parlamentarios –CiU, ERC, ICV-EUA y CUP– soberanistas que suman 87 diputados y que no llegan a los dos tercios del Parlament precisos para cambiar el Estatut, pero están muy cerca.

Y la unidad recobrada ha levantado los ánimos del campo soberanista, algo alicaídos las semanas previas. Mas fue recibido con aplausos en la ejecutiva convergente y Oriol Junqueras convocó a 4.000 personas ante las que afirmó triunfalista: “Nunca hemos sido tantos y nunca hemos llegado tan lejos”. Mas ha salido reforzado. Primero, porque se garantiza la aprobación de los presupuestos del 2014. Segundo, porque en la peor hipótesis podría prorrogarlos para el 2015 y llegar así casi al final de la legislatura. No está obligado a convocar elecciones antes de las próximas españolas en las que –previsiblemente– nadie obtendrá mayoría absoluta.

Tercero, porque la política catalana se va a focalizar ahora en reclamar la consulta –presentada como un principio democrático– y la negativa del Estado español a que voten los catalanes. Y esto distrae del día a día y alienta la estrategia de Mas, porque la consulta tiene gran apoyo social (74% según la encuesta de El Periódico de Catalunya del domingo) mientras que la independencia sólo dicen desearla el 40% (misma encuesta). Cuarto, porque el forcejeo sobre la consulta durante dos años –con pocas posibilidades de que un hombre poco dado a las sorpresas como Rajoy se saque un conejo de la chistera– puede acentuar la desafección hacia España de la que avisó Montilla sin que nadie (ni en el PSOE) le hiciera caso. El fin de trayecto pueden ser unas elecciones algo plebiscitarias (anticipadas o no) en las que la suma independentista podría aglutinar los dos tercios del Parlament que ahora no tiene gracias a que el PSC sólo apoyaría una consulta legal y pactada.

El pacto para desatascar la pregunta de la consulta entre cuatro grupos que casi llegan a los dos tercios del Parlamento catalán ha dado un nuevo impulso al presidente de la Generalitat, que parecía atenazado por las contradicciones del campo soberanista

Mas ha ganado, pues, con habilidad, trabajo y la ceguera de la derecha española (la sentencia del Estatut fue un gran bofetón al PSC, que apostó siempre a que Cataluña incrementara su autogobierno) una batalla simbólica importante: la unidad catalana (ojo, sin PSC, PPC ni Ciutadans) para reclamar la consulta. Y el viento puede serle favorable. Esta misma semana, María Antonia Trujillo, exministra de Zapatero, ha dicho que le gustaría saber para qué sirve el catalán y el presidente pepero de Murcia, Ramón Luis Valcárcel, ha comparado nacionalismo catalán y fascismo. Junqueras, un buen intuitivo, traduce que el nacionalismo español alterado es una buena fábrica de independentistas catalanes.

Pero Artur Mas ha ganado sólo una batalla –importante– de las muchas que amenazan su supervivencia. Para empezar, no está claro qué sucederá en la segunda mitad del 2014, cuando tenga que constatar que la consulta no va a poder ser legal y pretenda retrasarla y seguir gobernando. ¿Cuál será entonces la reacción de ERC, de las CUP y de la ANC? Separarse entonces de Junqueras tendría grandes costes porque rompería el discurso… pero podría hacerlo. También está la posibilidad de una convocatoria electoral anticipada, aunque entonces tendría dos riesgos: la ruptura con los democristianos de Duran, que se lo pensarían antes de ir en una lista independentista, y que ERC llegara en primera posición (todas las encuestas lo dicen y Junqueras saca más puntuación que Mas).

Además, el pacto logrado es endeble y sólo se cimenta –no es poco– en el rechazo al statu quo y a la sentencia del Estatut (cuatro años después de que fuera aprobado), pero las hojas de ruta sobre el futuro siguen siendo diferentes. La prueba es que la unidad sólo se ha logrado haciendo dos preguntas en vez de una. La de Cataluña-Estado para contentar a los federales y confederales de Duran y Herrera y la de Estado independiente para satisfacer a ERC, las CUP, la Asamblea Nacional Catalana y la mayoría de la militancia convergente. Además, las dos preguntas van encadenadas y no se puede votar a la segunda (la independencia) si antes no se ha votado afirmativamente a la primera y –lo más espectacular– no hay acuerdo sobre cómo contabilizar el resultado.

Algunos dirigentes de ERC han dicho que con un 51% a la primera pregunta y otro 51% a la segunda (o sea con un 26% de los votantes) ya habría ganado la independencia. Es una majadería, pero lo escandaloso es que esos cálculos se puedan hacer porque se ha pactado una pregunta doble (no se podía resolver con una) y no se ha acordado nada sobre el recuento. Quizás porque saben que la consulta no se va a celebrar y sólo la quieren como arma de agitación y propaganda. Algo difícilmente presentable pero que no debe preocupar demasiado a Artur Mas, que el lunes por la noche en TV3 (audiencia de 873.000 televidentes, máximo para un presidente de la Generalitat) no tuvo empacho en sentenciar: “Lo importante es votar, no cómo contaremos”.

En la peor crisis desde 1929, con un paro del 26% y con cada vez más familias en las que todos sus miembros están sin empleo y van perdiendo el subsidio, el Gobierno nacionalista de Cataluña (de centro-derecha) y el Gobierno nacionalista español (de derechas) se van abocando a un horizonte de choque de trenes en el que se confía más –por las dos partes– en el arbitraje europeo que en el diálogo peninsular y del que no puede salir nada bueno. Y la solución creativa ‘ni está ni se la espera’. Mas está cada día más prisionero de la tela de araña independentista que ha alentado. Rajoy no es imaginativo y tiene presiones que le incitarán a ganar el 2015 (el balance económico será mediocre, el caso Bárcenas resta y el aborto no hace milagros) enfrentándose al separatismo. Rubalcaba, más consciente (ahí está el consenso logrado con el PSC) no tiene el poder del Estado. Y su mando sobre Ferraz es… relativo.

La exigencia de la consulta tiene detrás un respaldo popular muy superior (74%) que el de la independencia (40%) según la última encuesta

Un intelectual catalán moderado que cree que la independencia es un disparate me decía ayer por la mañana tras oír a Mas en TV3: “A mí, que no soy creyente, sólo me queda encomendarme a la providencia divina”. El pesimismo siempre tiene razones, pero acostumbra a equivocarse. Quizás se debería alentar una conjunción de españoles y catalanes dispuestos a reconocer errores para resucitar el premio ‘Español del año’ (aquel con el que el ABC de Luis María Anson agració al president Jordi Pujol) y otorgárselo al Financial Times.

No es sólo una ocurrencia. El FT, la biblia del mundo económico europeo, parece oler la realidad catalana y española algo mejor que Artur Mas y Mariano Rajoy, lo que para un diario de ‘la pérfida Albión’ no es poco. Mientras el lunes Aznar, Valcárcel y Trujillo reaccionaban al desafío catalán en función de sus inteligencias respectivas, el FT afirmaba en su editorial: “Todavía no es tarde para un acuerdo” y añadía que “los sondeos dicen que los catalanes preferirían más autogobierno, incluyendo más autonomía fiscal, pero que trazarán su propia vía si es la única alternativa al statu quo actual y el Gobierno Rajoy no se mueve… hay un problema político que requiere una solución política, más federalismo en una España que necesita amplias reformas institucionales. Son los partidos españoles –el PP del señor Rajoy y los socialistas– los que deben tomar la iniciativa”.

Y antes emitía un juicio histórico duro para la derecha: “En el sistema cuasifederal español había suficiente flexibilidad para acomodar a los catalanes hasta que el PP lo saboteó en el 2010 persuadiendo a sus nominados en el Tribunal Constitucional para rechazar puntos sensibles del reformado Estatuto de Autonomía catalán. Idénticos artículos fueron respetados en los estatutos de Baleares o de Valencia, que estaban gobernadas por el PP. Eso dio vida al separatismo catalán, que era hasta entonces un movimiento minoritario”. El análisis se merece un premio (al menos tanto como el de Jordi Pujol) porque da alguna pista para evitar un peligroso choque de trenes que podría hacer de España (con Cataluña dentro) un problema central de la UE (a sumar a las fuertes deudas públicas respectivas acumuladas). Pero el FT olvida que alguna (por ser suaves) responsabilidad tiene también Zapatero, que abrió el camino hacia un mayor autogobierno para Cataluña y luego –asustado ante la campaña mediática contraria– se lavó las manos ante la sentencia del Estatut.

La clase dirigente –que era más azul pero tuvo sensatez a la muerte de Franco– debe elegir ahora entre reflexionar sobre lo que dice el diario del mundo económico europeo o aplaudir el editorial de ayer del primer diario de la derecha madrileña: “No paguemos a Mas la cuerda para que nos ahorque”. Ustedes mismos. 

El pasado miércoles hablé de un posible choque de trenes entre Mas y Junqueras por la pregunta a hacer en la futura consulta. Decía que Artur Mas –presionado por Duran i Lleida y Joan Herrera (ICV) en una dirección federal o confederal y por Junqueras en otra descaradamente independentista– quedaría desautorizado y haría un ridículo descomunal si no conseguía una pregunta unitaria. Mas es correoso, tiene años de oficio político y al final pasteleando (se ha pasado de una pregunta a dos, una para cada aliado) ha salvado la fachada unitaria de los cuatro grupos parlamentarios –CiU, ERC, ICV-EUA y CUP– soberanistas que suman 87 diputados y que no llegan a los dos tercios del Parlament precisos para cambiar el Estatut, pero están muy cerca.

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