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La alarma de Juan Rosell
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Joan Tapia

Confidencias Catalanas

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La alarma de Juan Rosell

El presidente de la CEOE, Juan Rosell, es un empresario catalán, de signo muy conservador por sus orígenes familiares (industria textil y banca), con convicción intelectual

Foto: El presidente de la CEOE, Juan Rosell. (EFE)
El presidente de la CEOE, Juan Rosell. (EFE)

El presidente de la CEOE, Juan Rosell, es un empresario catalán, de signo muy conservador por sus orígenes familiares (industria textil y banca), con convicción intelectual acusadamente liberal –Hayek es uno de sus principales puntos de referencia– y ha sido muchos años presidente del Foment, la patronal catalana, donde fue un apreciado colaborador de Alfredo Molinas, el líder que, diversificando apoyos en una hábil campaña, contribuyó a que en las primeras elecciones catalanas, las de 1980, no hubiera –contra lo que predecían las encuestas– mayoría ‘frentepopulista’, de la posible alianza del PSC y el PSUC (partido de los eurocomunistas catalanes).

No es nada sospechoso de ‘criptonacionalismo’ e incluso un lobby empresarial próximo a CDC presentó una candidatura (que mordió el polvo) contra su delfín, amigo y actual presidente de Foment, Joaquim Gay de Montellá. Pero Rosell –próximo al PP– supo mantener relaciones correctas y a veces de estrecha colaboración –los empresarios dependen de muchas decisiones políticas– tanto con el president Pujol como con sus sucesores socialistas, Pasqual Maragall y José Montilla. Por eso es interesante el mensaje que Rosell –remiso a hablar de la relación Cataluña-España– ha transmitido tras el pacto de una mayoría fuerte del parlamento catalán (pero que no llega a los dos tercios) exigiendo un referéndum en Cataluña.

El presidente de la CEOE y antiguo presidente del Foment, la patronal catalana, es un empresario conservador y realista que sabe que el choque de trenes entre los gobiernos de Cataluña y España no lleva a nada... positivo

Rosell dijo la semana pasada que estaba preocupado porque la sociedad catalana viraba hacia el soberanismo y el independentismo, y que bastantes empresarios estaban teniendo una evolución similar porque “los empresarios no somos extraterrestres”. Y ayer Rosell quiso puntualizar su posición en una larga entrevista con el diario El Mundo, el de más tirada de la derecha española. Anoto cinco ejes principales:

-El Estatut se llevó mal, aceleradamente y sin pensar en las consecuencias…los políticos no estuvieron a la altura y fue un punto de inflexión en la comprensión entre Cataluña y España.

-La sociedad catalana ha llegado a un punto de crispación tremendo. Las encuestas certifican que Cataluña no se entiende con España, y en España no se entiende lo que está pasando en Cataluña. Es un problema que no podemos dejar que se pudra. Es la hora de hacer política con mayúsculas.

-Debemos ver qué acomodo le podemos hacer a nuestra Constitución para que quepan las voluntades y necesidades catalanas y de otras comunidades. Aquí parece dejar abierta la puerta tanto a la ‘mutación constitucional’, basada en la voluntad política que ha pedido explícitamente Miguel Herrero y que parece avalar Miquel Roca –dos padres de la Constitución del 78– como a la reforma constitucional que preconizan el PSC y Alfredo Pérez Rubalcaba.

-Transitar el camino de la independencia es una barbaridad porque los beneficios de todos los empresarios caerían (lo que comporta graves consecuencias para el empleo)

-La independencia de Cataluña abre interrogantes muy graves (sobre su financiación, los bancos, las empresas), y los empresarios a lo que más miedo tienen es a una situación de inestabilidad.

Son declaraciones fuertes de un hombre que sabe –al contrario que sus predecesores– que una presidencia efectiva de la patronal exige mucha discreción y poco verbo. Indican tanto que la preocupación es alta como una creciente incomodidad ante la ausencia total de diálogo entre los Gobiernos y los partidos de Cataluña y de España. Y Rosell tiene motivos fundados.

Tras la concreción de la pregunta, mejor dicho las dos preguntas ya que con sólo una la unidad de los partidos soberanistas –donde hay independentistas y federalistas– saltaba por los aires, tanto El Periódico como el pasado domingo La Vanguardia, los dos grandes diarios catalanes, han publicado encuestas reveladoras. La de El Periódico, que comenté la semana pasada, decía que los que abogan directamente por un estado independiente llegan al 40% (eran el 20% cuando la sentencia del Estatut) pero que los partidarios de la consulta son una mayoría muy superior (el 74%). Ahora La Vanguardia certifica que los que apoyan la consulta suman el 73,5% y que el referéndum (según las dos preguntas planteadas) daría un empate. En la primera pregunta ganaría que Cataluña debe ser un estado (56% contra 36,6%) pero en la segunda, en la que sólo participarían los votos afirmativos de la primera, habría un 80,1% de sí y un 15% de no. El resultado final sería pues un empate total de difícil desempate (valga la redundancia): Sí, 44,9%; No, 45%; No sabe, 10%.

Rompiendo su discreción habitual ha expresado en voz alta la alarma del mundo económico ante la falta de diálogo y la posibilidad que el conflicto se pudra. Los empresarios saben que la independencia sería un mal negocio para todo el mundo

Pero el dato más revelador es que el 40,1% seguiría apoyando la independencia aunque ello comportara que Cataluña quedara fuera de Europa, lo que tendría graves consecuencias económicas. Indica que la “desafección” sobre la que alertaba Montilla antes de la sentencia del Estatut y que Madrid ignoraba (Zapatero estaba preocupado porque el Estatut le hacía perder votos en España y el PP profundizaba en la herida porque creía –y acertaba– que los ganaba) se ha extendido con la rapidez de una epidemia medieval. Si estuviera en su mano, Rajoy debería pedir al Constitucional que diera marcha atrás y argumentar que Cataluña ya decidió cuando, con mucha abstención y la campaña en contra del PPC y ERC (juntos pero no revueltos), aprobó en referéndum el Estatut del 2006. El problema es que aquel referéndum fue luego hecho añicos, a instancias del PP, por el Constitucional. Y Rajoy no puede obligar a hacer marcha atrás a la moviola del tiempo.

Cataluña precisa hoy inteligencia y creatividad, cosa complicada para un partido que cree que lo sabe todo (incluso cuando una mujer debe abortar). Leía en la prensa de ayer que el PP va a hacer una amplia campaña contra la consulta y me pongo a temblar. ¿Por tierra, mar y aire? Si Cospedal, González Pons, Wert, Montoro y cía empiezan a vociferar que 87 diputados del parlamento catalán (sobre 135) son unos irresponsables, no saben lo que quieren o forman parte de una conspiración (como la del 11-M) me temo lo peor.

Otra cosa es que lo dijeran los Enric Millo. Como insinúa Roca –que no quiere la separación pero desea enfrentarse lo menos posible a su partido– Cataluña exige más diálogo e inteligencia (para saber escuchar) que proclamaciones simplistas. Más Adolfo Suarez, que hizo el único acto de ruptura de la Transición importando al presidente de la Generalitat republicana en el exilio, que Manuel Fraga, que sabía mucho más Derecho Constitucional. Como diría el incombustible y democristiano Andreotti, el PP ha logrado dos mayorías absolutas en un país de centro-izquierda (no está mal), pero a la hora de gobernar “manca finezza”.

El presidente de la CEOE, Juan Rosell, es un empresario catalán, de signo muy conservador por sus orígenes familiares (industria textil y banca), con convicción intelectual acusadamente liberal –Hayek es uno de sus principales puntos de referencia– y ha sido muchos años presidente del Foment, la patronal catalana, donde fue un apreciado colaborador de Alfredo Molinas, el líder que, diversificando apoyos en una hábil campaña, contribuyó a que en las primeras elecciones catalanas, las de 1980, no hubiera –contra lo que predecían las encuestas– mayoría ‘frentepopulista’, de la posible alianza del PSC y el PSUC (partido de los eurocomunistas catalanes).

CEOE Juan Rosell