Es noticia
¿Llegan aires del Canadá?
  1. España
  2. Confidencias Catalanas
Joan Tapia

Confidencias Catalanas

Por

¿Llegan aires del Canadá?

Al escribir esta nota tras el largo debate de ayer es inevitable cierta sensación de incomodidad doblada de cansancio ante el nuevo episodio de desencuentro. España

Foto: El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, durante su intervención en el pleno del Congreso. (EFE)
El presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, durante su intervención en el pleno del Congreso. (EFE)

Al escribir esta nota tras el largo debate de ayer es inevitable cierta sensación de incomodidad doblada de cansancio ante el nuevo episodio de desencuentro. España y Cataluña se continúan equivocando. Ya sé que algunos lectores me dirán –como cada semana– que son mis obsesiones. Pero ayer hubo más de seis horas de debate en el Congreso de los Diputados para rechazar la petición del Parlamento catalán de cesión a la Generalitat de la competencia del artículo 150.2 para celebrar un referéndum no vinculante sobre la relación entre Cataluña y España. No es una obsesión, es un problema serio que se ha ido enconando.

La incomodidad obedece a que un poco más de contención y responsabilidad del hoy presidente de Gobierno, cuando estaba en la oposición y la discusión del Estatut centraba buena parte de la polémica política, habría llevado a que hoy, cuando gobierna, lo estuviera haciendo con una pesada hipoteca menos. Los empresarios del Instituto de la Empresa Familiar mejoraron el lunes su percepción del clima económico al 4,09 frente al 2,22 hace un año. Sigue siendo un suspenso, aunque suave, porque la escala va de 0 a 9. Pero la nota sobre el clima político es mucho peor ya que sólo sube del 2,16 al 2,33. Un suspenso profundo que sin duda se debe a la sensación de inestabilidad que provoca el conflicto con Cataluña.

Pero no fue sólo la miopía de Rajoy. Los partidos catalanes que hicieron el Estatut (PSC, ERC e ICV desde el Gobierno y CiU en la oposición) también cometieron serios errores. Uno, ignorar ‘alegremente’ al PP, pero quizás lo más grave fue la ‘subasta’ nacionalista a la que se lanzaron CiU y ERC, entonces muy enfrentadas por el apoyo republicano a Pasqual Maragall como president de la Generalitat. Y Zapatero y el PSOE estuvieron lejos de pilotar bien tanto la negociación del Estatut como la larga discusión posterior del Tribunal Constitucional.

¿Por qué recordar ahora aquellos fallos? Porque entonces tanto Rajoy como Zapatero, Maragall, Montilla y Artur Mas cometieron –con distinta intensidad– el mismo error: priorizar el combate político inmediato, el corto plazo, y no pensar en las consecuencias a largo plazo. Hoy estamos en el ‘largo plazo’ de entonces  y no convendría que las reacciones al debate de ayer –el rechazo a la petición de una mayoría heteróclita del parlamento catalán de celebrar un referéndum que se presenta como consultivo pero que está inmerso en una estrategia independentista– se tomaran con la misma preocupación prioritaria por la política inmediata (por ejemplo las elecciones europeas y las municipales y legislativas del 2015) con que entonces se discutió el Estatut. En ese caso dentro de ocho años tanto Cataluña como España lo tendrían que lamentar.

El largo debate de ayer fue un nuevo episodio de desencuentro entre Cataluña y España, pero no es seguro que el balance negativo sea el correcto. La reciente sentencia ‘canadiense’ del Constitucional flotó, y la ‘fórmula Duran’ (“Hay que pactar para seguir pactando”) puede ser una pista

¿Estamos hoy como en el 2006, volviendo a priorizar el corto plazo que sólo puede conducir al enconamiento del problema de fondo –que es que seguramente un Estado español fuerte y consolidado sólo es posible si se acepta (y se pacta) que España es una gran nación (quizás la más antigua de Europa como dice Rajoy) pero también de alguna forma una nación de naciones–? Ayer la respuesta a esta pregunta no quedó clara. Hay síntomas recientes alarmantes. La política ‘recentralizadora’ y los desplantes de algunos ministros (aunque Wert está más callado) están enervando a la mayoría de las fuerzas catalanas. Y CDC (no forzosamente CiU) ha asumido al menos parcialmente el ideario independentista de la ERC de Oriol Junqueras, que es más radical que Carod-Rovira.

Pero por otra parte hay indicios menos  negativos. El pleno tuvo lugar tras una sentencia del Tribunal Constitucional sobre Cataluña que despide cierto aire ‘canadiense’ (por Québec). Fue dictada por unanimidad de las diferentes sensibilidades que conviven en el TC (la conservadora, la progresista y la catalanista), lo que ha forzado una resolución equilibrada que niega el derecho a la secesión pero que no cierra la puerta al llamado derecho a decidir si se concibe como una aspiración a lograr dentro del marco constitucional.

Y este aire ‘canadiense’ se coló en algunos momentos del debate. Rajoy inflexionó algo su ‘no a todo’ al entreabrir la puerta a una reforma constitucional. Rubalcaba admitió que hay un serio problema en Cataluña que le preocupa y volvió a proponer –con énfasis– una reforma de la Constitución en sentido federal (delimitación clara de competencias, conversión del Senado en cámara territorial…). Y Duran i Lleida, que defendió jurídicamente la posibilidad de un referéndum consultivo, advirtió que tras el rechazo de la propuesta catalana había que buscar una solución que sólo se podrá encontrar dialogando y negociando.

Añadió que estaba dispuesto a “negociar todo” pero que la negociación no podía ser para mantener el statu quo, sino para avanzar. E inmediatamente vino a decir que la solución era una amplia reforma de la Constitución que después debería ser votada en Cataluña. Ojo al después porque podría ser un inicio de inflexión.

Y entre la tímida apertura de Rajoy, la insistencia de Rubalcaba en la reforma de la Constitución y la “amplia revisión constitucional” a la que apuntó Duran i Lleida hay una posible aproximación. El “hay que pactar para seguir pactando” de Duran puede ser algo más que una frase. Y el tono del portavoz del PP, Alfonso Alonso (siempre disciplinado), fue distinto al de Rosa Díez. No hay ninguna seguridad de que las buenas formas de ayer (celebradas por Rubalcaba y Alfonso Alonso) sean algo más que buenas formas, ni de que los aires de Canadá vayan a coger fuerza ni que el camino de la racionalidad se pueda imponer.

En Cataluña muchos dirán que España ha vuelto a dar un portazo. En Madrid, que los enviados catalanes no van hacer caso y que utilizarán el debate como arma de propaganda. Y ambos tendrán razón. Pero no es seguro que el dictamen negativo tenga la razón. Como mínimo, el nivel de tensión no se incrementó y hubo alguna señal de pequeña distensión. Joan Coscubiela, que actuó de portavoz de Izquierda Unida, acertó ayer al acabar su primera intervención (bastante demagógica) citando una frase de Rajoy: “Lo único que no se puede hacer es no hacer nada”. Pues eso, ahí Coscubiela acertó. El tono final de Alfonso Alonso –incluido su ruego “cariñoso” a Marta Rovira, la secretaria general de ERC– indica que algo se mueve. 

Al escribir esta nota tras el largo debate de ayer es inevitable cierta sensación de incomodidad doblada de cansancio ante el nuevo episodio de desencuentro. España y Cataluña se continúan equivocando. Ya sé que algunos lectores me dirán –como cada semana– que son mis obsesiones. Pero ayer hubo más de seis horas de debate en el Congreso de los Diputados para rechazar la petición del Parlamento catalán de cesión a la Generalitat de la competencia del artículo 150.2 para celebrar un referéndum no vinculante sobre la relación entre Cataluña y España. No es una obsesión, es un problema serio que se ha ido enconando.

Mariano Rajoy Artur Mas Rosa Díez Josep Antoni Duran Lleida Oriol Junqueras