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¿Hay una España ‘borderline’?
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Joan Tapia

Confidencias Catalanas

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¿Hay una España ‘borderline’?

“Envío desde esta columna una cálida felicitación al ministro Margallo, a la embajada española en Holanda y al Instituto Cervantes por la magnífica promoción que le

Foto:  El jefe del Gobierno, Mariano Rajoy (d), y el presidente de la Generalitat, Artur Mas. (Reuters)
El jefe del Gobierno, Mariano Rajoy (d), y el presidente de la Generalitat, Artur Mas. (Reuters)

“Envío desde esta columna una cálida felicitación al ministro Margallo, a la embajada española en Holanda y al Instituto Cervantes por la magnífica promoción que le han montado a la novela Victus de Albert Sánchez Piñol. ¡Qué filigrana! Sensible como es a la difusión internacional de la literatura catalana, el gobierno Rajoy ha buscado la mejor estrategia para dar a conocer esta excelente novela a los lectores holandeses. Y al final alguna mente lúcida la ha encontrado: prohibir la presentación en Utrecht por la sospecha de que una conversación de un escritor con su traductor se pudiera convertir ‘en un acto politizado en el delicado contexto actual’. Según ha explicado un representante del Instituto Cervantes, la orden de cancelar la presentación les llegó directamente de la embajada, lo que quiere decir que había partido del ministerio de Asuntos Exteriores. ¡Cuánta dedicación en favor de la literatura catalana! La marca España demuestra una vez más su interés por la realidad plurinacional y multicultural del Estado”.

El largo párrafo anterior inicia una incisiva columna, “Qué envidia, Albert”, del escritor independentista Sebastià Alzamora en el diario en catalán Ara, muy inclinado a las tesis soberanistas. Y Alzamora acierta. Al día siguiente de que el ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, amalgamara injustamente en el Congreso corrupción con nacionalismo por el caso Pujol, nada podía convenir más al independentismo que poder ridiculizar la censura en Holanda a la presentación de Victus, una novela que ha vendido más de 200.000 ejemplares, que se ha traducido a varias lenguas y de la que el mismo presidente Rajoy dijo en el verano del 2013 que había leído y que era interesante.

Fue un regalo inesperado al soberanismo catalán, casi una bendición del cielo. Montoro había sacado la brocha gorda (al enemigo ni agua) al equiparar nacionalismo y corrupción, y los independentistas sólo tenían que enumerar los hechos para pintar un Estado con tics autoritarios y censores. Y lo peor es que el terrible error del embajador español en Holanda (que quizás quiere emular al duque de Alba) no le ha valido la destitución fulminante como sería lógico en un Estado democrático, sino que le ha dispensado la cobertura –algo acomplejada, eso sí– tanto de la vicepresidenta del Gobierno como de Jorge Moragas, dos personas ilustradas y muy próximas al presidente del Gobierno.

¿Cómo es posible que a un embajador de España se le pueda pasar por la cabeza que es sensato prohibir la presentación de un libro español de éxito que se traduce al holandés? ¿Qué riesgos políticos hacía correr al Estado la edición holandesa de un libro que ya ha vendido en España más de 200.000 ejemplares y que se ha convertido en un gran éxito de la literatura catalana? ¿Cómo podía alterar la estabilidad política española la presentación de Victus en el Instituto Cervantes de Utrecht, que habría convocado a un máximo de cien personas? ¿Por qué volver a provocar a la cultura catalana tras la notoria ausencia de cualquier representante del Estado en el entierro del gran editor Jaume Vallcorba (Acantilado) el pasado agosto?

¿Por qué la vicepresidenta no invertía los términos de la ecuación y demostraba su compromiso con la libertad cesando al embajador equivocado de siglo y con tendencias de inquisidor? ¿Por qué se mojaba a favor de la censura un inteligente diplomático catalán, Jorge Moragas, que es además nada menos que el jefe de gabinete del presidente del Gobierno? Preguntas elementales cuya respuesta sólo puede llevar a un inquietante pesimismo.

Y lo más incomprensible es que la prohibición ocurre en vísperas del 11 de setiembre y cuando Rajoy está ganado la batalla –al menos a corto plazo– al independentismo. Sendas encuestas publicadas el domingo por El Periódico de Cataluña y El País indican que el 55% de los catalanes creen que la confesión de Jordi Pujol va a afectar negativamente (que no a hundir) al denominado “proceso”. El 78% cree que va a perjudicar las expectativas electorales de CiU, y las divergencias entre el president Mas y Oriol Junqueras, el líder de ERC, son cada día más evidentes.

Además, el próximo jueves está convocada la gran manifestación independentista y es evidente que la censura al libro de Sánchez Piñol quizás no ayude a incrementar sus ventas en Holanda (como dice Alzamora), pero seguro que movilizará a muchos catalanes que habrán revivido tiempos afortunadamente pretéritos (el primer semanario en catalán no pudo salir hasta 1965, y porque el editor era amigo del marqués de Villaverde y prometió circunscribirlo a temas folclóricos). Además, deja en mal lugar el interés del Estado por la literatura y la libertad de expresión, así como el nivel cultural y la cintura de parte del cuerpo diplomático.

Que el catalanismo soberanista esté perdiendo la batalla de la consulta del 9 de noviembre –plantearla como se ha hecho se debe seguramente a cierto sectarismo y ha sido un error indiscutible– no quiere decir ni mucho menos que la evolución de buena parte del catalanismo político desde un movimiento que buscaba el autogobierno y la modernización de España hacia la deriva independentista vaya a periclitar.

La frustración del 9 de noviembre será un golpe al prestigio de unos dirigentes precipitados, pero la reconstrucción de los puentes de diálogo –volados en los últimos años y en los que ha tenido un papel destacado la actitud hostil del PP ante el Estatut, no únicamente el recurso al Constitucional– no se hará en un día. Superar la “desafección” de la que advirtió el president Montilla –tildado de españolista por el nacionalismo catalán y de pseudoindependentista en Madrid– exige una actitud abierta y un mínimo respeto hacia la cultura catalana.

Y tampoco se entiende fácilmente el discurso del pasado viernes de María Dolores de Cospedal en Barcelona proponiendo un frente contrario a la independencia al PSC a los seguidores de Duran i Lleida y a Ciutadans. Una propuesta de este tipo no se puede hacer desde el vacío y sin un mínimo trabajo previo de aproximación a los otros partidos convocados. Por eso, esta fue rechazada en pocos minutos por todos excepto por UPyD, que no tiene ni un diputado en el Parlamento catalán.

Duran i Lleida dijo que el PP no entiende nada y que confunde un huevo con una castaña y Miquel Iceta puntualizó que no es el momento de frentismos sino de tender y reconstruir puentes. La encuesta de El País del pasado domingo deja bien claro (42% de partidarios de la tercera vía, 27% de la independencia y 19% del statu quo) que el frentismo antiindependentista no sólo es imposible, sino que además sería una apuesta equivocada.

Me temo pues que Mariano Rajoy va a ganar la batalla del 9 de noviembre (ha demostrado saber jugar sus cartas mejor que Artur Mas) pero que –lo más peligroso a medio plazo– el clima de bloqueo entre las instituciones catalanas y españolas va a continuar. O incluso empeorar, pues las encuestas vaticinan la victoria de ERC en unas hipotéticas elecciones anticipadas.

Un amigo historiador me dice que, en otro contexto, acabará pasando algo similar a aquello que le vaticinó don Miguel de Unamuno al general Millán-Astray en la Salamanca del 36: “Venceréis pero no convenceréis”. Claro que al general Franco no le debió importar nada que Millán-Astray horrorizara a Unamuno (lo que quería era ganar la guerra).

Pero ahora vivimos afortunadamente en una democracia y en la Unión Europea –no en una guerra civil y en una Europa con Hitler como estrella ascendente– y de lo que se trata es de dialogar con inteligencia y llegar a acuerdos desde las posiciones políticas con respaldo popular. Y tanto Rajoy como los partidos que impulsaron el Estatut deben partir del hecho incontrovertible de que las dos partes tienen detrás muchos votos. Y en democracia los votos del contrario también cuentan. No se no se deben –ni pueden– despreciar ni intentar ignorar.

“Envío desde esta columna una cálida felicitación al ministro Margallo, a la embajada española en Holanda y al Instituto Cervantes por la magnífica promoción que le han montado a la novela Victus de Albert Sánchez Piñol. ¡Qué filigrana! Sensible como es a la difusión internacional de la literatura catalana, el gobierno Rajoy ha buscado la mejor estrategia para dar a conocer esta excelente novela a los lectores holandeses. Y al final alguna mente lúcida la ha encontrado: prohibir la presentación en Utrecht por la sospecha de que una conversación de un escritor con su traductor se pudiera convertir ‘en un acto politizado en el delicado contexto actual’. Según ha explicado un representante del Instituto Cervantes, la orden de cancelar la presentación les llegó directamente de la embajada, lo que quiere decir que había partido del ministerio de Asuntos Exteriores. ¡Cuánta dedicación en favor de la literatura catalana! La marca España demuestra una vez más su interés por la realidad plurinacional y multicultural del Estado”.

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