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Pedro, Susana y las primarias
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Joan Tapia

Confidencias Catalanas

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Pedro, Susana y las primarias

Los diputados españoles, al revés de lo que sucede en Francia, Alemania, Gran Bretaña o Estados Unidos –las grandes democracias con tradición democrática– no son elegidos

Foto: La presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, y el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. (EFE)
La presidenta de la Junta de Andalucía, Susana Díaz, y el secretario general del PSOE, Pedro Sánchez. (EFE)

Los diputados españoles, al revés de lo que sucede en Francia, Alemania, Gran Bretaña o Estados Unidos –las grandes democracias con tradición democrática– no son elegidos en una circunscripción uninominal directamente por los ciudadanos, sino en listas que deciden las cúpulas de los partidos. Así, no hay vínculo diputado-elector y al que sale díscolo –o discute el más insustancial dogma oficial– se le saca de la lista la próxima vez y cuento acabado. El aparato satisfecho y la democracia degradada.

Es un déficit democrático porque fomenta el diputado-cordero, una triste institución en la que somos líderes. Pero nadie –empezando por Podemos en lucha contra “la casta”, la nueva encarnación de Lucifer– habla de cambiar un sistema tan cómodo y relajante para las cúpulas. Que yo sepa, sólo el PSC propone el diputado de circunscripción para la nueva ley electoral catalana, pero es una propuesta con nulas perspectivas porque curiosamente los nacionalistas catalanes –que tanto se quejan de la invasión de competencias del Estado– han sido incapaces de pactar en 34 años la ley electoral autonómica, una competencia de Cataluña reconocida ya en el Estatut del 80. Artur Mas quiere una mayoría arrolladora para la independencia, pero no es capaz de articular una mayoría razonable para tener ley electoral propia, como poseen todas las otras autonomías. ¡Incoherencias!

Sin diputados de distrito que puedan oler el ambiente ciudadano (no el de los cenáculos o el que imaginan las tertulias profesionales), disentir y enriquecer a los partidos, una forma de acercar el ciudadano a la política es indiscutiblemente el de las elecciones primarias para el candidato a presidente del Gobierno. Y el PSOE y el PSC, al contrario que los partidos más a la derecha como el PP o CiU, han adoptado este método. Y ser elegido en elecciones primarias por los militantes o por los simpatizantes es mucho más democrático que el sistema digital con el que Aznar designó a Rajoy para sucederle (no sabemos si está arrepentido), o Jordi Pujol se inclinó por Artur Mas tras cerrar el paso durante muchos años a Miquel Roca, más sospechoso de querer volar por cuenta propia.

Pero cuando se acepta el método de las primarias hay que ser coherente y el PSOE no lo es en grado suficiente. Y ello origina malos entendidos y envía mensajes confusos al ciudadano (que son rápidamente aprovechados por los que prefieren la selección digital). Las primarias funcionan bien en Estados Unidos, donde los partidos son conglomerados laxos que no tienen un auténtico aparato y donde el líder es el ganador de las primarias. Y las primarias se concentran en la primera mitad de año electoral. Antes, como empieza a suceder ahora en los republicanos, sólo hay escarceos o precalentamiento. Pero, llegado el momento, la lucha entre los candidatos es encarnizada –más rugby que fútbol– y el resultado suele ser positivo para el partido y el sistema. El elegido se ha convertido en una persona próxima, con muchos kilómetros recorridos, muchos debates a cuestas y muchas manos (no de militantes) estrechadas.

En el recuerdo lejano tengo la gran batalla de 1960 de los demócratas entre Adlai Stevenson (el más preparado pero derrotado por Eisenhower en el 52 y 56), Lyndon Johnson y John Kennedy que acabó con la victoria del ticket Kennedy-Johnson frente a Nixon. Y mucho más reciente es el enfrentamiento del 2008 entre Obama y Hillary Clinton que acabó con Obama en la Casa Blanca y Hillary en la Secretaría de Estado en el periodo 2009-2012.

En los partidos europeos, menos laxos y con aparato central, también hay experiencias que han funcionado, como la de François Hollande o Matteo Renzi, elegidos en primarias abiertas en Francia e Italia.

En España las experiencias han tenido resultados mucho más grises. Las primarias Almunia-Borrell enfrentaron al candidato del aparato (Joaquín Almunia), que quería ser reforzado por el apoyo de las bases con el outsider (Josep Borrell) y acabaron en la mayoría absoluta de Aznar del 2000. Y Zapatero fue elegido en un congreso extraordinario (tras la dimisión de Almunia) y no en primarias.

El PSOE decidió –con Zapatero todavía en la Moncloa–, consagrar el sistema de primarias, pero luego ha sido bastante incoherente, lo que le está complicando la vida. Primero porque el sucesor de Zapatero (Rubalcaba) no fue elegido en primarias sino por el aparato del partido (controlado por un Zapatero terminal) y quizás contra su inclinación natural que era Carme Chacón. Luego, por la batalla entre Rubalcaba y Chacón, decidida por la mínima en el congreso de Sevilla tras la fuerte derrota del 2011, que fue seguida de griterío, lucha de ambiciones y desunión.

Y tras la retirada de Rubalcaba por los resultados de las europeas del 2014, el PSOE atravesó unos momentos de histerismo en los que, en medio de una gran confusión, se exigía todo al mismo tiempo: renovación pero total, juventud, inconformismo y ruptura de moldes para hacer frente a Podemos, sin perder solvencia para enfrentarse a Rajoy…

Y todo ello hizo que el PSOE no hiciera lo más razonable, elegir un secretario general en un congreso extraordinario para llevar el partido y dejar para primeros el 2015 la elección por primarias del candidato a presidente del Gobierno, sino que se enredó. Eduardo Madina –extrañamente confiado– exigió que el secretario general fuera elegido en primarias entre militantes, no había nadie con autoridad moral para oponerse y el resultado final fue el de Madina derrotado por un emergente Pedro Sánchez, un candidato que había salido de la nada, con voluntarismo a la americana y que fue sumando apoyos de muchos militantes y mucho aparato (Andalucía, en primer lugar) que no veían en el diputado vasco ni la capacidad de arrastre suficiente ni una ruptura con el derrotado zapaterismo. Por eso, Pedro Sánchez no es sólo el aparato (que también), sino un líder elegido por los militantes con resultado brillante en unas reñidas primarias.

Y ahora, si finalmente Susana Díaz gana bien las elecciones andaluzas podríamos asistir a una gran batalla entre todos los que se apunten a las primarias abiertas entre el vencedor de las primarias internas a secretario general y una presidenta andaluza aupada por derrotar a la vez (si así es el caso) a Podemos y al PP. Desde luego a Susana Díaz –como a Pedro Sánchez cuando empezó su batalla por liderar el PSOE con un libro como tarjeta de presentación– si algo no les falta es la moral del corredor de fondo.

En un marco americano, la lucha entre Pedro Sánchez y Susana Díaz sería un magnífico espectáculo que llevaría a que el elegido –en el sistema de primarias, el mejor– pudiera enfrentarse con autoridad moral al actual presidente que no es un hombre brillante (rehúye hasta las ruedas de prensa) y que fue elegido digitalmente por Aznar. Pero en el marco español no es seguro que sea así porque el PSOE ve con pavor una batalla a lo Obama-Hillary entre Susana y Pedro, porque la prensa amiga y enemiga (esta última mucho más abundante) sacaría punta a la batalla y porque el agit-prop del PP, bien entrenado para dar patadas de todo tipo al enemigo, como se demostró con Felipe González y Zapatero, podría disfrutar como un enano con el combate de los dos gallos socialistas. Además Rajoy no aspira a Kennedy (en versión española en el 2003 lo eran más Mayor Oreja y Rodrigo Rato) pero fue más diligente al lograr la nominación y conoce bien los reflejos conservadores del país.

Pero no creo que haya marcha atrás. El PSOE sólo puede salir adelante frente al PP y Podemos (empeñados ambos en reducirlo a un papel de bisagra marginal) abrazando con fuerza el sistema de primarias y racionalizándolo en el futuro: no es lógico hacer primarias para jefe del aparato y para candidato. El candidato elegido en primarias debería ser automáticamente el líder indiscutido (en Francia Martine Aubry dimitió cuando Hollande ganó) y eso exige rebajar el papel del aparato central.

Un apunte final. En Francia el partido de la derecha, el de Sarkozy, está siguiendo el improvisado modelo del PSOE: primarias para elegir el jefe del partido y primarias para el candidato presidencial. En España no va a ser así, y Rajoy tiene bien preparada una campaña electoral presentándose como el arquitecto de la reactivación económica y como el remedio frente al caos y la desintegración nacional (Podemos y el independentismo catalán)… Aunque si las andaluzas de marzo y las autonómicas y municipales de mayo le van mal, puede tener que enfrentarse al tradicional sucedáneo de primarias de la derecha española antes de la era Aznar: una alambicada conspiración para deponer al líder y elegir un nuevo jefe. Y por lo que vi en el discurso del pasado viernes, Aznar estaría dispuesto (con la experiencia adquirida en el fracaso del congreso de Valencia del 2008) a hacer de Celestina.

Los diputados españoles, al revés de lo que sucede en Francia, Alemania, Gran Bretaña o Estados Unidos –las grandes democracias con tradición democrática– no son elegidos en una circunscripción uninominal directamente por los ciudadanos, sino en listas que deciden las cúpulas de los partidos. Así, no hay vínculo diputado-elector y al que sale díscolo –o discute el más insustancial dogma oficial– se le saca de la lista la próxima vez y cuento acabado. El aparato satisfecho y la democracia degradada.

Susana Díaz Pedro Sánchez