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Joan Tapia

Confidencias Catalanas

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¿Quién mandará?

Artur Mas lleva tres meses empantanado en la provisionalidad que ahora también amenaza a España

Foto: El presidente en funciones de la Generalitat, Artur Mas (d), observa al presidente en funciones del Gobierno, Mariano Rajoy. (EFE)
El presidente en funciones de la Generalitat, Artur Mas (d), observa al presidente en funciones del Gobierno, Mariano Rajoy. (EFE)

Tras el esperpéntico e imprevisto empate entre los partidarios y los contrarios de investir a Artur Mas en la asamblea de la CUP del pasado domingo en Sabadell, que ha generado una gran polémica incluso sobre las probabilidades matemáticas de dicho resultado, la política catalana sigue como estaba: empantanada. Eso sí, el barullo y el desconcierto se han incrementado.

Artur Mas y el independentismo, transmutando un programa máximo a largo en otro mínimo urgente y a corto, ignorando las encuestas -incluso las de la propia Generalitat- que dictaminan que el deseo de un Estado independiente se ha multiplicado por dos desde la sentencia del Estatut de 2010 pero que no tiene una mayoría clara a favor, y creyendo que la oposición del Estado español y la vigilante desconfianza de los estados europeos son solo tigres de papel, han llevado a Cataluña a una situación impensable hace muy poco tiempo. Tres meses después de las elecciones del 27 de septiembre, seguimos con un Gobierno en funciones, con un candidato a merced de lo que decida un grupo político de protesta, anticapitalista y asambleario, y con unas perspectivas políticas para 2016 en que la incertidumbre es el factor dominante.

La CUP, Candidatura de Unidad Popular, es un grupo de protesta radical, y tras una fuerte crisis, la más grave y aguda desde 1929, que ha hecho subir el paro del 8% al 25%, y tras una gestión mediocre de los partidos tradicionales de gobierno -CiU y PSC en Cataluña, y PP y PSOE en la totalidad de España- es comprensible que sea votado por un 8% de los catalanes y tenga 10 diputados sobre 135. Lo que no es lógico es que toda Cataluña y CDC, su primer partido, estén tres meses después pendientes de las idas y venidas de este movimiento asambleario. Y todo porque en los últimos cuatro años CDC ha convertido la independencia en su prioridad y por la poca habilidad del Gobierno Rajoy para afrontar de forma realista el encaje de Cataluña en España. No es un problema menor, pues el independentismo tuvo el 47,8% de apoyo en las elecciones autonómicas -presentadas como plebiscitarias- del 27-S, si bien descendió al 31% en las legislativas del pasado 20 de diciembre.

El empate en la asamblea de la CUP del pasado domingo ha avivado las alarmas y voces relevantes de CDC han pedido un cambio de alianzas

La clave del 'impasse' está en la incapacidad del Gobierno catalán en entender que con un empate en Cataluña es imposible exigir la independencia, y en la cerrazón del Gobierno de Madrid a negociar seriamente el mayor grado de autogobierno que piden más de las dos terceras partes de los catalanes.

Pero el espectáculo del Gobierno Mas haciendo esfuerzos para granjearse la simpatía de la CUP -que parece incapaz de tomar una decisión- ha llegado a tal extremo que está creando una gran alarma no solo en la sociedad catalana -en la que la CDC tradicional y posibilista era muy valorada- sino incluso en la CDC actual, que ha visto cómo su grupo parlamentario en Madrid se reducía a la mitad (de 16 a ocho diputados) tras las elecciones del 20-D.

Mas ha optado por seguir esperando el visto bueno de la CUP porque piensa que su prioridad es conservar la presidencia de la Generalitat y prefiere no afrontar el reto de unas nuevas elecciones, pero su hoja de ruta es cada día más cuestionada. Así, el veterano diputado en Madrid Carles Campuzano, un político con personalidad que hace años, como portavoz de la Joventut Nacionalista de Catalunya, se definía como “hispanoescéptico” y que ha sido el número dos de la candidatura convergente en las legislativas, no dudó el pasado lunes en lanzar un tuit que textualmente decía: “Después del ridiculcup, la legislatura tal como se planteó la noche del 27-S está acabada: u otra mayoría o elecciones”. ¿Otra mayoría? ¿Con quién? ¿Con alguno de los partidos que el 'agit-prop' independentista presenta como traidores o sospechosos?

Campuzano piensa por cuenta propia, y el presidente Mas -siempre hábil y que no recurre al plasma- desdramatizó ayer en Catalunya Radio afirmando que sus opiniones se debían al hartazgo de mucha gente de CDC ante el 'impasse' actual. Cierto, pero también es verdad que el ridículo -aquello que para Tarradellas era en política pecado mortal- no es solo el de la CUP sino también el de un presidente y una mayoría parlamentaria que están paralizados esperando la decisión de un grupo asambleario.

El en otro tiempo secretario general de CDC Miquel Roca Junyent, hoy dedicado a la abogacía y alejado del núcleo dirigente del partido al que intenta no hostilizar demasiado, también ha mostrado su inquietud en su breve artículo semanal en 'La Vanguardia' al escribir: “Lo que ya sabemos es que la nueva etapa de Cataluña tiene unos fuertes niveles de incertidumbre… esto no es bueno ni conveniente, necesitamos certezas y propuestas concretas… ¿Quién mandará? Esta es la cuestión. Con elecciones o investidura arañada, ¿quién mandará? El panorama que se define no es claro, y daría a entender que el poder de la Generalitat estará muy compartido”.

Y sigue: “Se equivocaría España si creyera que este escenario beneficia a los intereses generales del Estado. La incertidumbre en Cataluña hace más grande la incertidumbre en toda España, que también debería interrogarse sobre quién mandará. No es nada fácil de prever… ponerse de acuerdo es una asignatura obligada en el panorama político español y ponerse de acuerdo es imprescindible. Aquí, en Cataluña y en toda España”.

Tras los resultados del 20-D el fantasma de la ingobernalidad ya no solo afecta a Cataluña sino que se extiende a España

Dos hombres de la CDC de siempre -uno retirado de la política y el otro uno de sus mas valiosos diputados- levantan acta de que la hoja de ruta de Artur Mas ha llevado a Cataluña al laberinto de la ingobernabilidad. Y como ha escrito repetidamente Lluís Foix, muchos años director adjunto de 'La Vanguardia', cuando Cataluña entra en crisis se acostumbra a alterar la normalidad política española.

Es lo que está sucediendo. Unos días después del 20-D ya se ve claro que la estabilidad política de España -nuestro gran activo ante los mercados durante la crisis- está amenazada por unos resultados electorales que harán muy complicada la gobernabilidad.

El PP ha ganado pero no tiene mayoría para la investidura de Rajoy salvo una abstención socialista que -hoy por hoy- en el PSOE nadie defiende. Pedro Sánchez tendría muy difícil lograr una investidura con el apoyo de Podemos (o de Ciudadanos) y una benévola abstención de parte del Hemiciclo, pero su primer problema es la división interna del Partido Socialista azuzada por las ambiciones de la presidenta andaluza.

Pablo Iglesias parece feliz en su papel de tribuno de la protesta e incapaz de cualquier propuesta de Gobierno viable. Advierte sobre el peligro de un Gobierno del búnker -así es como irresponsablemente define a una hipotética y nada probable coalición entre PP, Ciudadanos y el PSOE- y parece que su única aspiración es la repetición de las elecciones. Albert Rivera, frustrado por unos resultados inferiores a lo esperado y que no le han convertido en bisagra imprescindible, vaga por el espacio de las propuestas más agradables a los poderes económicos que no siempre demuestran inteligencia política…

El PP no tiene mayoría, el PSOE sufre crisis interna y los dos nuevos no solo no presentan propuestas viables sino que tienden a la simplificación

Cataluña lleva tres meses empantanada en la ingobernabilidad y con la mitad de su población pensando en soluciones milagrosas (nacionales o sociales) de muy difícil realización. España parece encaminarse hacia un panorama no demasiado distinto tras unos resultados electorales que han dejado tocados al PP y al PSOE (víctimas de sus excesivos enfrentamientos pasados, errores y contradicciones internas) y que apuntan a que Podemos y Ciudadanos se encaminan a paso bastante rápido hacia las criticadas simplificaciones y demagogia de la “vieja política”.

Es justo todo lo contrario de lo conveniente y necesario para superar la crisis y encarar el futuro como un país moderno y competitivo. Por el momento, nos podemos permitir este periodo de recreo (o de dejación de la responsabilidad) porque los mercados están calmados, Mario Draghi nos obsequia con bajos tipos de interés y un euro depreciado y el precio del petróleo ha caído en un año a menos de la mitad. Pero este viento de cola exterior no será un factor fijo y además la primera asignatura del nuevo Gobierno –si sale de este Parlamento o de unas nuevas elecciones, que tampoco se pueden descartar- será la de un ajuste presupuestario de unos 8.000 millones que Bruselas reclama porque cree que los Presupuestos de Rajoy para 2016 pecan de dulzura electoralista.

En este momento, el fantasma de la ingobernabilidad, con la posibilidad de nuevas elecciones tanto en Cataluña -aun en el supuesto de que Mas sea investido y forme un Gobierno descabezado- como en la totalidad de España es la amenaza dominante. Como se pregunta Miquel Roca, ¿quién mandará en España en el año que está a punto de empezar?

Tras el esperpéntico e imprevisto empate entre los partidarios y los contrarios de investir a Artur Mas en la asamblea de la CUP del pasado domingo en Sabadell, que ha generado una gran polémica incluso sobre las probabilidades matemáticas de dicho resultado, la política catalana sigue como estaba: empantanada. Eso sí, el barullo y el desconcierto se han incrementado.

Artur Mas