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Rebelión en la granja de CDC
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Joan Tapia

Confidencias Catalanas

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Rebelión en la granja de CDC

El rechazo al cambio de nombre propuesto por Artur Mas y la nueva ejecutiva que se está cociendo apunta a que CDC ha dejado de ser una masía particular

Foto: Artur Mas y el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont (i), al término del congreso fundacional de la nueva Convergència. (EFE)
Artur Mas y el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont (i), al término del congreso fundacional de la nueva Convergència. (EFE)

A principios de los noventa, un muy relevante empresario, que mantenía relaciones tensas aunque a menudo fructíferas con Jordi Pujol, me dijo un día malhumorado: “Es que se creen que Cataluña es su masía particular”.

Exageraba, pero lo indiscutible es que hasta hace no mucho Convergència sí fue la masía particular de Jordi Pujol. Hasta el punto de que Miquel Roca, que quería ser socio minoritario -una aspiración impropia en una masía-, decidió transmutarse en cabeza visible de un próspero bufete. Las masías se transmiten de padres a hijos, pero Oriol Pujol era demasiado joven y la masía fue dejada en régimen de usufructo -cuando un Pujol cansado fue superado en votos pero no en diputados por Pasqual Maragall- a Artur Mas, entonces un joven economista que se rebeló un político tenaz y combativo y un buen propietario. Un decenio después, la confesión de Jordi Pujol unida a alguna calaverada del hijo destinado a la política (los hermanos mayores se dedicaron al 'business') convirtió a Mas en el propietario definitivo de una próspera masía catalana con prestigio en Madrid.

Pero el mundo gira y gira. A finales de 2010, CDC retomó el control de la Generalitat que le había sido arrebatado la Navidad de 2003 por el pacto del Tinell del PSC, ERC e ICV. La recuperación demostró que Artur Mas podía ser un propietario tan eficaz como Jordi Pujol, pero luego todo se torció. En 2011, el PP sacó mayoría absoluta y Mariano Rajoy -contrariamente a Aznar en el 96- no necesitó a CDC, mientras que Mas, que se había quedado en 62 diputados (la mayoría absoluta es de 68) ya había optado por apoyarse en el PP.

Artur Mas se sintió ofendido por las interferencias de Alicia Sánchez Camacho y el ninguneo de Rajoy, en el que empezó a ver un rígido y antipático propietario con más hectáreas de terreno. Decidió cambiar la producción de la masía. Antes se cultivaba un catalanismo fuerte y profético pero pragmático. El famoso 'peix al cove' que consistía en sumar cada día un trozo de competencias y de poder sin arriar nunca la bandera de la aspiración a una Cataluña 'plena' (completa y satisfecha) que más valía no concretar sino solo insinuar alguna vez en las fiestas señaladas. De repente, se importaron unas máquinas de derecho a decidir. Luego se pasó a la exigencia de un referéndum de autodeterminación bautizado con el término más profiláctico de 'consulta', a proclamar que Cataluña es soberana y a predicar que la solución ya no era el diálogo con Madrid, el 'pexi al cove' y un mayor autogobierno sino la independencia y la creación de un nuevo Estado independiente dentro de la Unión Europea. España había quemado su última carta en la sentencia del Constitucional contra el Estatut, de la que eran tan culpables Rajoy como Zapatero.

La rebelión se produce después de que Mas tuviera que dar un paso atrás y cuando es evidente que CDC ha perdido fuerza desde que recuperó la Generalitat

Y desde que en 2014 Jordi Pujol confesó que no había sido un honesto propietario, Artur Mas dijo que la masía debía regenerarse y cambiar de denominación. No había que quedar prisioneros del pujolismo y un dirigente de CDC tan moderado como Xavier Trias no dudó en afirmar jacobinamente que Jordi Pujol debía desaparecer. No concretó cómo, pero se le quitaron los galones y se le dejó sin despacho. Tenía que quedar claro que la masía había cambiado. El autogobierno era imposible. La independencia y la Holanda del sur eran el prometedor futuro. El PSC no lo entendía, pero sería castigado por el viento de la historia. Y en todo este recorrido, Artur Mas sintonizaba y jaleaba a una parte importante e influyente de la sociedad. El independentismo pasó en cinco años del 20-25% antes de la sentencia contra el Estatut de 2010 al 47,8% en las 'plebiscitarias' del 27-S de 2015.

Artur Mas proclamaba que cabalgaba sobre los nuevos tiempos y con viento favorable de la prensa amiga e 'influida'. Tenía razón, pero CDC estaba olvidando y enterrando su alma posibilista e iba asumiendo una parte sustancial de la identidad de ERC que desde siempre (bueno, desde los años ochenta, no durante buena parte de la II República) levantaba la bandera independentista. Y además se daba la circunstancia de que ERC tenía un nuevo líder, Oriol Junqueras, desacomplejado, libre de ataduras del pasado, con capacidad de seducción, aficionado al trabajo pueblo a pueblo incluso cuando no hay elecciones, con sólidos conocimientos de historia económica... y que se ha revelado astuto. Quizá porque hizo su tesis en la biblioteca del Vaticano.

Y todo se ha complicado para CDC. El viernes, a la hora de oficializar el cambio de denominación en la primera fase de un difícil congreso de refundación, se propusieron nombres -sugeridos por una agencia de comunicación y mantenidos en secreto- muy poco afortunados. Y en los últimos tiempos -sobre todo desde que en enero Mas tuvo que dar “un paso al lado” porque las plebiscitarias no funcionaron y dejaron a Junts Pel Sí sin mayoría absoluta y dependiente de la CUP- se fue haciendo evidente una cuenta de pérdidas y ganancias poco satisfactoria. Entonces, el viernes por la noche estalló la angustia y el malhumor contenidos durante meses, se perdió el respeto a una autoridad de prestigio decreciente y se produjo la 'rebelión en la granja', para recordar el título de la obra de George Orwell.

Creer que los tejemanejes de la familia Pujol y el desfavorable balance se podían tapar manteniendo el mismo liderazgo, aderezado de Neus Munté, y enterrando el nombre de CDC y sustituyéndolo por el de Mes Catalunya (Más Cataluña, que parece tributario del Forza Italia de Berlusconi), o por el de Catalans Convergents (Catalanes Convergentes), era una estulticia de tales dimensiones que solo se puede entender si el equipo que rodea a Artur Mas ha perdido todo sentido de la orientación.

CDC ha pasado de 62 diputados en 2010 a una treintena dentro de JXS en las plebiscitarias de 2014. En las legislativas, ha pasado de un millón de votos y 16 escaños en 2011 a 482.000 y ocho diputados

Y es que el balance es negativo desde antes de que Jordi Pujol confesara en el verano de hace dos años y salieran a la luz las carreras fulgurantes de sus vástagos. El declive empezó cuando Artur Mas, tras recuperar el poder y tras algo más de un año de coqueteo con Alicia Sánchez Camacho y el PP, decidió olvidar la identidad posibilista de CDC. En las elecciones catalanas de diciembre de 2010, Mas obtuvo 62 diputados, luego en las adelantadas de 2012 -cuando consagró la deriva independentista- perdió 12 diputados (11 fueron recuperados por ERC, que resucitó y dio un salto adelante) y bajó a 50. Entonces suscribió el pacto con ERC que le llevó al referéndum unilateral del 9-N de 2014, mientras que en las elecciones europeas de aquel año, ERC -con Ernest Maragall, el hermano de Pasqual, abriendo la lista- superó en votos a CDC. Aquel 'sorpasso' sí funcionó. Y en las elecciones plebiscitarias de 2015, Artur Mas se empeñó en presentar una lista conjunta con ERC (Junts Pel Sí) que se quedó en 62 diputados, los mismos que obtuvo en 2010 pero ahora compartidos con una ERC crecida y con independientes (como Lluís Llach) que son de su padre y de su madre. Se calcula que una treintena están en la órbita convergente. ¡De 62 a 50 y luego a 30! Y sin grupo propio en el Parlamento catalán.

Pero en política española, donde CiU siempre había tenido prestigio e influencia, el balance no es mejor. En 2011, CiU fue la primera fuerza catalana en las legislativas con más de un millón de votos y 16 escaños en una lista encabezada por Duran Lleida. Ahora ha sacado 481.000 votos, quedando en cuarta posición -detrás de En Comú Podem, ERC y PSC- y ocho escaños. Y en la provincia de Barcelona, los resultados son más decepcionantes porque CDC es el quinto partido, 34.000 votos por detrás del PP que encabeza Jorge Fernández Díaz.

El cabeza de lista de CDC, Francesc Homs, es un político voluntarioso y ha logrado mantener los ocho diputados del 20-D pero, al no haber llegado al 15% de los votos en el total de Cataluña, CDC puede perder el grupo parlamentario en Madrid si el PP y el PSOE aplican el reglamento al pie de la letra.

Es un balance pobre, y la primera razón de la rebelión en la granja del pasado viernes se concretó en el rechazo a los dos nombres propuestos. Al final, se eligió el más normal de Partit Demòcrata Catalá, que no obstante puede provocar un encontronazo serio con Demócratas de Cataluña, la escisión independentista de la Unió Democràtica de Duran Lleida.

La nueva generación que está tomando el poder puede comportar que CDC deje de ser la masía de un líder. La orientación parece más en la onda de Puigdemont

Pero la dinámica de la contestación no parece que se haya quedado aquí. El tándem presidencial de Artur Mas y Neus Munté será elegido con toda probabilidad dentro de 15 días pero sin funciones ejecutivas. Y Jordi Turull, el diputado próximo a Mas en el que tenía que descansar la gestión futura del partido -además de la parlamentaria, ya que es el portavoz de Junts Pel Sí-, ha tenido que renunciar.

El viernes se produjo una rebelión en CDC. Ahora le estrategia diseñada por Artur Mas desde el Palau Robert está dando tumbos y se ha iniciado un rumbo a lo desconocido. La masía ha dejado de ser particular y va a pasar a manos de una generación mucho más joven. Los nombres de Marta Pascal, hasta hace poco dirigente de la Joventut Nacionalista, y de David Bonvehí, alcalde de una pequeña localidad de la Cataluña central, son los que más suenan. Vienen del subaparato de CDC, no es seguro que sepan integrar a políticos rodados con experiencia que pueden aportar mucho, como el propio Jordi Turull, Germà Gordó o Carles Campuzano, por citar tres de distintas tendencias. Y hoy por hoy no son conscientes de que la renuncia a la identidad propia y tradicional -el catalanismo posibilista- y la asunción del independentismo ha castigado a CDC y ha aupado a ERC.

El viernes, CDC cambió de nombre y de orientación. El nombre lo sabemos. La orientación está por ver, aunque parece que el presidente Puigdemont está mas en la onda del nuevo PDC. Veremos, porque como decía el poeta castellano, se hace camino al andar.

A principios de los noventa, un muy relevante empresario, que mantenía relaciones tensas aunque a menudo fructíferas con Jordi Pujol, me dijo un día malhumorado: “Es que se creen que Cataluña es su masía particular”.

Convergència Democràtica de Catalunya (CDC) Artur Mas Carles Puigdemont Esquerra Republicana de Catalunya (ERC) Jordi Pujol