Es noticia
Enric Millo y el 44,9% del independentismo
  1. España
  2. Confidencias Catalanas
Joan Tapia

Confidencias Catalanas

Por

Enric Millo y el 44,9% del independentismo

El nombramiento del portavoz del PPC en el Parlament, que hace 15 años tuvo un cargo similar en CiU, puede ser una señal positiva del nuevo Gobierno Rajoy

Foto: El nuevo delegado del Gobierno en Cataluña, Enric Millo, recibe el saludo de la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría. (EFE)
El nuevo delegado del Gobierno en Cataluña, Enric Millo, recibe el saludo de la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría. (EFE)

Ayer, el Congreso de los Diputados admitió el suplicatorio del Supremo para juzgar a Francesc Homs por su papel en la consulta participativa del 9-N de 2014, que fue prohibida por el Tribunal Constitucional. Y el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña citó para que comparezca a la presidenta del Parlament, Carme Forcadell. No son hechos que vayan a suavizar la muy tensa relación entre el Gobierno independentista de Barcelona y el de Madrid.

Pero estos encontronazos quizá no son lo principal de lo sucedido en el frente catalán los últimos días. Lo más relevante puede ser que el nuevo Gobierno Rajoy hizo el viernes, por primera vez, un gesto que indica que quiere pasar de las apelaciones genéricas al diálogo a explorar algún terreno de negociación. Mientras el Gobierno proclamaba que iba a iniciar una etapa de diálogo con Cataluña bajo la batuta de Soraya Saenz de Santamaría, el escepticismo era casi obligado, ya que en los últimos cinco años la vicepresidenta solo ha abordado el conflicto desde el prisma jurídico.

El delegado del Gobierno en Cataluña no es quien fija la política del Ejecutivo, pero puede marcar un estilo e influir sobre el clima

Pero el viernes se produjo el nombramiento de Enric Millo como delegado del Gobierno en Cataluña. No fue algo demasiado sorprendente —en esta columna había barajado incluso su nombre como posible ministro catalán—, pero sí indica una voluntad de negociar algunos asuntos. Un delegado del Gobierno en Cataluña por descontado que no fija la política. Pero ahí está el papel de Martín Villa o de Sánchez Terán como gobernadores civiles de la dictadura, o del mallorquín Josep Melià como delegado de Adolfo Suárez, o de Francesc Martí Jusmet como primer delegado del Gobierno de Felipe González. Un delegado del Gobierno no puede decidir, pero sí marcar un estilo. Puede estar solo atento a lo que ordene Madrid —ha sido el caso muchas veces— o, por el contario, proponer, sugerir y tender puentes. Y Enric Millo apunta en esta dirección. Desde hace más de 10 años ha sido un disciplinado pero conciliador diputado del PPC que ha sabido —pese a un clima muy enrarecido— mantener muchos contactos.

Pero quizá lo principal es que conoce la asignatura catalana no solo desde su experiencia en el PP. En el 91-95 fue delegado de la Consellería de Trabajo de la Generalitat en Girona, y del 95 a 2003 el entonces militante de Unió Democrática de Catalunya (el partido del democristiano Duran i Lleida) fue portavoz adjunto de CiU en el Parlamento catalán. Millo no es un político nacido, criado y crecido en el PPC sino perteneciente a la corriente moderada del catalanismo, que ha optado por el PP y que conoce bien las aspiraciones a un mayor autogobierno dentro de España.

Su nombramiento puede indicar una voluntad de explorar una aproximación difícil entre dos corrientes políticas —el catalanismo de CiU que se ha ido radicalizando y el PP— que colaboraron intensamente en la primera legislatura de Aznar e incluso en 2011 y buena parte de 2012, cuando un Artur Mas en minoría gobernó y aprobó Presupuestos gracias al apoyo de Alicia Sánchez Camacho.

Un Gobierno catalán totalmente dependiente de la CUP solo puede gesticular mucho y gobernar poco. Y la parálisis genera desencanto

El otro motivo de cierta esperanza en la reconstrucción de puentes es que la hoja de ruta independentista da muestras de cierto agotamiento. El independentismo mantiene —ante el inmovilismo de Madrid— un fuerte apoyo, y en las elecciones de 2014 obtuvo —incluyendo la CUP— un 47,8% de los votos. Pero este apoyo no va a más, sino que está estancado o ligeramente desmovilizado por varias razones. Una es que el Gobierno Puigdemont-Junqueras consume prácticamente todo su tiempo negociando con la CUP su supervivencia, y tejiendo difíciles pactos con un grupo revolucionario que no quiere que Cataluña salga solo de España sino también de Europa. Tras cargarse los Presupuestos de 2016, ahora dice que no impedirán la discusión de los de 2017, pero que no les gustan y que su voto afirmativo no está garantizado. Y un Gobierno dependiente de la CUP puede sobrevivir gesticulando mucho. Y poco más.

En Cataluña, hay un "empate infinito" y el independentismo está estancado e incluso algo a la baja

Y las encuestas atestiguan que la opinión pública está algo cansada. La última publicada, la del Centre d´Estudis d´Opinio (CEO) de la Generalitat, el CIS catalán, conocida el viernes, indica que el independentismo no ha avanzado desde 2012, desde hace cuatro años. Hay lo que 'El Periódico de Cataluña' describía el sábado como un “empate infinito”. Ahora se declaran partidarios de la independencia el 44,9% de los catalanes y contrarios el 45,1%. En la encuesta anterior, el resultado era inverso, pero con mayor ventaja del independentismo.

Pero los que declaran preferir que Cataluña sea un Estado independiente han bajado al 38,9%, frente al 24,1% que prefiere que sea una comunidad autónoma, el 23,1% que optaría por que fuera un Estado dentro de una España federal, y el 5,2%, para los que lo deseable es que fuera solo una región española. El dato indica un descenso de la movilización separatista, porque los que preferían un Estado independiente llegaron al 48,5% a finales de 2013. Diez puntos menos de separatismo según el CEO, nada sospechoso de antinacionalismo, no es un dato despreciable.

La realidad es que con el 45,1% que votaría contra la independencia y el 62,9% de catalanes que dice querer más autogobierno, apostar exclusivamente por la carta independentista no parece muy razonable. En especial si el Gobierno de Madrid varía su posición y se muestra dispuesto a negociar un incremento del autogobierno. Pero si con ese 44,9% de catalanes dispuestos a votar por la independencia y con el 62,9% que desean más autogobierno, el Gobierno de Madrid no se abre a una solución equilibrada, es que es irresponsable.

Soraya asiste a la conferencia de Luis Conde en la que el empresario pide reconocer Cataluña como una nación histórica y cultural

Pero quizá las cosas ya están cambiando. El lunes, la vicepresidenta asistió a la conferencia en Madrid en Nueva Economía Fórum de Luis Conde, el famoso 'head-hunter', un empresario muy bien conectado tanto en Madrid —Esperanza Aguirre trabajó para su empresa— como con la burguesía catalana y con dirigentes de la antigua CDC como el propio Artur Mas, y que cree que Cataluña debe seguir en España. Conde, más fluido en castellano que en catalán por su origen familiar, pidió el reconocimiento de Cataluña como nación histórica y cultural, y la vicepresidenta se quedó hasta el final. Luego cogió el avión hacia Barcelona para presidir la toma de posesión de Enric Millo como delegado del Gobierno en Cataluña. La vicepresidenta ya ha cambiado algo. Como mínimo, en el empleo de su tiempo.

Ayer, el Congreso de los Diputados admitió el suplicatorio del Supremo para juzgar a Francesc Homs por su papel en la consulta participativa del 9-N de 2014, que fue prohibida por el Tribunal Constitucional. Y el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña citó para que comparezca a la presidenta del Parlament, Carme Forcadell. No son hechos que vayan a suavizar la muy tensa relación entre el Gobierno independentista de Barcelona y el de Madrid.

Soraya Sáenz de Santamaría