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Joan Tapia

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Rajoy, entre el congreso y el choque de trenes

El presidente citó una frase de Ortega, "toda realidad no bien entendida genera su propia venganza", sobre la que ha pensado poco

Foto: El líder del PP y presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, durante su intervención en el acto de clausura del XVIII Congreso Nacional del Partido Popular. (EFE)
El líder del PP y presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, durante su intervención en el acto de clausura del XVIII Congreso Nacional del Partido Popular. (EFE)

Algunos han concluido que el fin de semana Mariano Rajoy ganó dos congresos. El suyo, por goleada, y también el de Podemos, porque Pablo Iglesias quiere el grito airado. Y la radicalización tiene dos ventajas para Rajoy. Una, es que asusta no solo a la derecha sino también al centro-izquierda, lo que incita a refugiarse en el voto al orden. Dos, que con Iglesias, la entente de la izquierda parlamentaria no irá muy lejos. Gane quien gane las primarias del PSOE.

Y Pablo Iglesias declaró el lunes a Telecinco que es una vergüenza que gobierne el PP. Puede gustar o no, pero es estúpido sostener que es una vergüenza porque el PP ganó las elecciones. Y si tan terrible fuera, Pablo Iglesias lo habría evitado. No votando a Pedro Sánchez tras el pacto con Rivera, que eso sería pecado mortal, sino simplemente no mezclando sus votos con los del PP. Absteniéndose entre Guatemala y Guatepeor, como califica al bipartidismo. No lo hizo —por las razones que fuera—, pero ahora no puede quejarse porque fue él quien impidió la derrota de Rajoy. ¿Gratis?

Sea como sea, el discurso de Rajoy fue el de un político que ha pasado una dura prueba y que —con la ayuda de su sangre fría y de las circunstancias— ha sobrevivido y ha ganado. Con nota. En su discurso, tras él aparecía una pantalla con un mar azul intenso, no plano sino en calma juguetona, lo que da más vida, y en un día resplandeciente. Era fresco y relajante, pero Rajoy, realista, sabe que lo que le espera no tiene nada que ver con ese fondo idílico.

Rajoy sabe que solo puede gobernar pactando con el PSOE, pero no sabe —quizás el PSOE tampoco— lo que los socialistas harán tras su congreso

Unas cuantas frases lo resumen todo. Al PP le toca ahora gobernar. ¿En qué circunstancias? En las que toque (sobreentendido, pactando muchas cosas con el PSOE). Hay un mandato para el diálogo y el entendimiento. Y el diálogo implica concesiones (lo dijo como quien sabe que va a pagar un antipático IRPF). Eso exige concesiones, sí... muchas… pero razonables. Porque sería una insensatez tirar por la borda lo conseguido (1,5 millones de nuevos cotizantes a la Seguridad Social en tres años y un crecimiento del PIB de los más altos de la UE). Y porque diálogo no es desmantelamiento.

Pero, claro, eso no depende solo de la voluntad del PP sino también del PSOE. No es imposible, porque el margen de política económica es limitado, pero sí exige que ambos renuncien a planteamientos maximalistas en los que el otro es el culpable de todos los males. Rajoy dice que está dispuesto porque le interesa conservar el poder y debe recordar lo de Enrique IV de que París bien vale una misa. Pero París solo hay uno y no se lo puede ofrecer al PSOE, que no puede aceptar Lyon. Y que además está cansado y dolorido por tres derrotas consecutivas, por la descalificación total de la etapa Zapatero (el de las ocurrencias), por la irrupción de Podemos (cree que con ayuda mediática de la derecha)… y dividido. Como dijo sin decir Rajoy: el PSOE no le dio la mano, solo permitió la investidura para evitar males mayores, y es difícil saber qué hará en el futuro.

Resumen: hay un presidente del Gobierno que va a gobernar con cautela y a pactar y hacer cesiones… pero “razonables”. Si después de su congreso, el PSOE no admite que “también debe adaptarse”… No, el mar no está en calma juguetona y encima los vientos exteriores vienen revueltos. Tres elecciones con amenaza populista en Europa: Holanda, Francia, Alemania y quizás Italia, y marejada Trump en América.

Y el mar no solo no está tranquilo sino muy encrespado en Cataluña. Tras la semana de pasión de Artur Mas, el independentismo se prepara para un inmediato conato de referéndum unilateral en junio y unas elecciones —simultáneas o posteriores al conato— a vida o muerte. Sacaron el 47,8% en 2015 y, si el Gobierno español mete la pata como esperan (teorema Forcadell), creen que pueden llegar al 51%. Pero, claro, también pueden caer al 43%.

En esta tesitura se esperaba que en el congreso triunfal del PP, Rajoy insistiera en lo que ya ha dicho —y para lo que sabe que va a tener el apoyo del PSOE y de C´s—: que el referéndum no se va a celebrar. Es más extraño que no dejara ninguna puerta abierta a algún acuerdo en el que el independentismo no tuviera que perder totalmente la cara. Por ejemplo, una revisión del Estatut.

El independentismo y Rajoy se han encerrado en sus fortines ideológicos y ven el choque de trenes casi inevitable. La negociación vendrá después

Ya lo dije la semana pasada. Es como si las dos partes se hubieran encerrado —de buen grado o forzados por sus pasados errores— en sus fortines ideológicos. El independentismo, con una épica pancarta: 'Patria o muerte'. O referéndum o nada. Rajoy, con la Constitución (que Aznar no votó y Pujol sí) en lo alto diciendo que algunos pretenden liquidar la soberanía nacional, saltarse las leyes a la torera y acabar con el derecho a decidir de todos los españoles.

Y ambas partes creen que van a ganar. El independentismo parece convencido de que el derecho a la autodeterminación tiene la fuerza de un mágico talismán. Pero olvida que en las elecciones plebiscitarias de 2015 —en un momento en que el hambre de protesta era muy alto— se quedó en el 47,8%. La mitad de Cataluña no está en el independentismo, pese a que puede estar descontenta con el encaje actual de Cataluña o irritada con el PP, o se siente vejada por el tono despreciativo de algunos políticos y columnistas de más allá del Ebro.

Un artículo de Mariano Puig, el veterano empresario catalán que fue el principal artífice de la exitosa multinacional Puig, con presencia en múltiples países y cuyo idioma corporativo es el inglés —el mercado manda—, lo recordaba el domingo en un razonado artículo en 'La Vanguardia':

El empresario Mariano Puig rompe su discreción y advierte a sus casi 90 años de que el ultimátum del referéndum aviva la preocupación de los que piensan que "todo esto acabará mal"

“Tengo la sensación de que tenemos el país dividido en dos, pero además una de estas mitades se ha apropiado del discurso, sin tener claro que conduzca a alguna parte”. Y uno de los fundadores y primer presidente del Instituto de la Empresa Familiar, un hombre discreto y nada amante del protagonismo ni de significarse (sabe que un negocio próspero exige estar bien con mucha gente que piensa diferente), sigue: “La crisis ha puesto de manifiesto la falta de inversiones del Estado (…) y la necesidad de una mejor financiación. Y seguramente ha faltado sensibilidad del Gobierno de España en cuestiones emocionales que tienen que ver con la lengua y la cultura. Pero de ahí a pensar que la independencia será la solución de todos nuestros problemas hay un abismo (…) hace falta serenidad, audacia e inteligencia para recomponer la situación (…) el ultimátum del referéndum en setiembre (o antes) acelera la preocupación en quienes pensamos que todo esto difícilmente acabará bien. El presidente Mas expresó (…) que era el momento de una política imaginativa y astuta, pero la conclusión ha sido pactar con la CUP, que ahora es quien pone las reglas (…) Nací hace casi 90 años en Barcelona y las he visto de todos los colores, pero actualmente el horizonte se vislumbra oscuro (…) en estos momentos turbulentos deberíamos ser capaces de tomar decisiones inteligentes, demostrar nuestro pactismo y saber encontrar el camino correcto desde la centralidad que ha inspirado las mejores soluciones para el país”.

Concluye: “Estamos a tiempo, aunque cada vez queda menos”. Conozco a Mariano Puig desde hace 30 años, desde que se empleó a fondo para que la empresa familiar no fuera vendida por razones fiscales a la hora del impuesto de sucesiones, y me han sorprendido dos cosas. Una, que a los casi 90 años haya decidido mojarse con un artículo político del que no conozco precedente. Debe estar tan alarmado por la situación como preocupado por la desaprobación silenciosa de gran parte del empresariado. Segunda, la discreción con la que el artículo se ha publicado.

El independentismo se equivoca porque en Europa la partición de los estados no está bien vista. Y menos si la tarjeta de presentación es el 47,8% de los votos en un estado autonómico en el que los independentistas no están en una mazmorra —como Mandela— sino que tienen coche oficial, embajadas, televisión pública y reparten prebendas y subvenciones.

Foto: Manifestación en Barcelona a favor de la independencia el pasado 11 de septiembre. (EFE)

Vale, pero ¿por qué Rajoy no deja ninguna rejilla entreabierta, proclama que “nunca comerciará” y habla de “recuperar las instituciones catalanas” dominadas hoy por el independentismo? ¿Por qué no hace como mínimo como Soraya Sáenz de Santamaría y reconoce que alguna responsabilidad tuvo el PP con su actuación —manifiestamente mejorable— cuando el Estatut?

Por orgullo, sí, pero también porque cree que va a ganar. Algún primo suyo —quizás el del cambio climático— le debió decir que cuando dos trenes chocan, el pez grande se come al chico. Una interpretación más sofisticada sería que —oído Artur Mas y oído Puigdemont— cree que el choque de trenes es inevitable, que se trata de evitar que sea catastrófico y que después ya negociará con quien las circunstancias digan.

Foto: El expresidente catalán Artur Mas, junto a las 'exconselleras' Joana Ortega (i) e Irene Rigau (d), en la sala del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña. (Reuters) Opinión
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Antes del 20-D de 2015, el PSOE era la gran amenaza a la estabilidad política de España. Poco después, la 'gran coalición', como en la próspera Alemania de Merkel, era casi obligada. Y si no ha podido ser… culpa del PSOE. Respecto a Cataluña, puede pensar que no ha podido entenderse ni con Mas ni con Puigdemont, pero que quizá lo logre con un próximo 'president' que sea elegido por una nueva mayoría catalana que —realista— sabe que difícilmente será muy distinta de la actual, pero en la que sí puede haber equilibrios diferentes.

Alguien me susurra que así, como mínimo, negociará con la nueva realidad y no con una a la que se le acaba el tiempo. Y que lo de impedir que Cataluña caiga en manos de la CUP ya es precampaña electoral. Vale, pero ¿qué pasa si en Cataluña sigue mandando la misma mayoría actual con Oriol Junqueras de 'president', lo que tampoco se puede descartar?

No sé el consejo que ofrecerá entonces el famoso primo de Rajoy, pero el presidente citó al abrir el congreso del PP una frase de Ortega y Gasset que Lucía Méndez ha subrayado en 'El Mundo' y que merece reflexión: “Toda realidad no bien entendida genera su propia venganza”. Me temo que ni el independentismo ni el propio Rajoy la han meditado lo suficiente. Al menos respecto a la realidad de la España y la Cataluña actuales y en un mundo en el que vemos que lo que parece imposible (Brexit, Trump) es lo que acaba ocurriendo.

Algunos han concluido que el fin de semana Mariano Rajoy ganó dos congresos. El suyo, por goleada, y también el de Podemos, porque Pablo Iglesias quiere el grito airado. Y la radicalización tiene dos ventajas para Rajoy. Una, es que asusta no solo a la derecha sino también al centro-izquierda, lo que incita a refugiarse en el voto al orden. Dos, que con Iglesias, la entente de la izquierda parlamentaria no irá muy lejos. Gane quien gane las primarias del PSOE.

Mariano Rajoy Artur Mas