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Carme Chacón, Cataluña y España
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Joan Tapia

Confidencias Catalanas

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Carme Chacón, Cataluña y España

Gran Bretaña ha tenido nueve primeros ministros escoceses desde 1850; España, ningún catalán. ¿Es sano y normal?

Foto: Carme Chacón en una foto de 2015. (EFE)
Carme Chacón en una foto de 2015. (EFE)

Carme Chacón ha sido una política con fuerza e impacto en la política catalana y española. Quizás por eso generó grandes adhesiones y esperanzas -obtuvo 25 diputados en Barcelona en las elecciones del 2008, el mejor resultado del PSC- y también críticas e enemistades de los que no compartían sus ideas. Pero lo indudable es que trabajó mucho y tuvo una carrera meteórica. Empezó como concejal de Esplugues de Llobregat, luego diputada en Madrid, vicepresidenta del Congreso en el 2004 tras la victoria de Zapatero, ministra de la Vivienda, y en el 2008 ministra de Defensa, la primera mujer que accedía a este cargo.

No deja de resultar curioso que el primer ministro de Defensa de Felipe González en 1982 -cuando todavía se hablaba y se temía el ruido de sables- fuera un economista catalán que no había hecho el servicio militar y que la ministra de Defensa emblemática de Zapatero fuera una socialista catalana que, en su primer acto oficial, pasó embarazada revista a las tropas. Es quizás solo anecdótica pero la izquierda española -cuando ha ocupado el poder- ha puesto al mando de las fuerzas armadas -en el caso de Serra en un momento muy delicado- a dos políticos catalanes. Y eso pese a que la presencia de catalanes en los gobiernos españoles ha sido siempre escasa.

Chacón actuó con tenacidad y ambición con un objetivo: influir y pesar en la política catalana y española y, a ser posible, intentar ser la primera mujer, y el primer catalán, que llegara a la presidencia del Gobierno en muchos años. Desde el general Prim, Estanislau Figueras, que dimitió de presidente de la I República para no firmar una pena de muerte, y el federalista Pi i Margall en el siglo XIX.

Trabajó y logró un ascenso rápido quizás porque fue la mejor expresión de las nuevas generaciones del Baix Llobregat, muy a menudo hijos de inmigrantes, que llegaron a la universidad gracias a las becas de los primeros gobiernos de Felipe González -aludió a ello cuando se definió como “la niña de Felipe”- y que luego a través del PSC unieron el socialismo y la voluntad de enraizamiento de Cataluña. El Baix Llobregat contribuyó a que el PSC fuera uno de los dos grandes partidos catalanes y siempre quiso pesar en el PSOE. Parece que la decisión final de que Josep Borrell se presentará a las primeras primarias socialistas se tomó un domingo en casa de José Montilla, entonces un poco conocido alcalde de Cornellá.

Y Chacón se sumergió con fuerza en la sublevación moral de la Cataluña progresista contra la segunda legislatura de Aznar, la de la mayoría absoluta, la de la boda de El Escorial y la de la foto de las Azores. Y esa sensibilidad encajó bien con la victoria renovadora de Zapatero en el congreso socialista de 2000. Así Chacón ya formaba parte del núcleo zapaterista cuando -contra pronóstico- Zapatero ganó a Rajoy las elecciones de 2004 tras el atentado de Atocha. Un político conservador me dijo entonces que Aznar había conseguido algo histórico: perder unas elecciones sin ser candidato.

Pero las ilusiones del zapaterismo que superaron el primer choque con la realidad -ahí está la segunda victoria del 2008- no lograron sobrevivir a la crisis económica más grave del capitalismo. No es el momento de profundizar pero parece indiscutible que las medidas de rigor del 2010, que Zapatero defendió con convicción pero a las que no quiso comprometer demasiado al partido –“yo me iba y me comía el marrón y el PSOE quedaba libre de culpa”, me dijo años más tarde- contribuyeron al declive del PSOE. Cuando se toman medidas excepcionales como aquellas -que salvaron a España del rescate- no se puede no defenderlas a fondo, o luego ponerse medio de perfil como hicieron Rubalcaba y Chacón. Quizás el declive del PSOE se debe a haberse visto impotente de convencer a la opinión pública de que eran imprescindibles. Quien no defiende a fondo una política relevante que ha realizado, por atacada o impopular que haya podido ser, tiene difícil conservar la confianza de la ciudadanía.

Chacón se sumergió en la sublevación moral de la Cataluña progresista contra la segunda legislatura Aznar. Eso encajó bien con la victoria de Zapatero

La historia reciente del PSOE indica que el final dramático del zapaterismo ha tenido consecuencias y ha lastrado las carreras de tres políticos brillantes como Rubalcaba, Bono y Chacón. Pero en el caso de Carme Chacón -que por ser más joven quizás podía haber superado el bache- hubo otro factor que jugó en su contra. Desde que Felipe y Alfonso Guerra firmaron el pacto con el PSC de ser partidos separados pero unidos (de una forma distinta pero parecida a como lo son en Alemania la CDU de Merkel y la CSU bávara), el mayor activo del PSOE fue tener amplías mayorías en la primera comunidad de la España del sur (Andalucía) y en la más industrializada Cataluña, que quedó definida como nacionalidad (una nación con visto bueno del Ejército de entonces) en la Constitución del 78.

Y es en este entorno político-ideológico de un claro optimismo -la democracia pasaba de nada (Franco) a poco (Transición) y a más (Constitución)- en el que se piensa que Cataluña puede tener un autogobierno satisfactorio dentro de una España plural, en el que el PSC (y el PSOE como consecuencia) tiene sus mejores resultados. En aquel entorno un catalán quizás podía aspirar a ser presidente del Gobierno y parece que -en cierto momento- Felipe González pensó que ese papel le correspondería a Narcis Serra.

Pero ese entorno se rompió en la áspera y calamitosa discusión del Estatut. Con los errores de la parte catalana en la negociación (lucha competitiva entre CiU, PSC y ERC que llevó a cierto maximalismo), por la desconfianza de una parte del PSOE (la frase de Alfonso Guerra “nos lo hemos cepillado”), por la oposición frontal del PP, por el recurso masivo del PP ante el Tribunal Constitucional, porque la influencia de Federico Trillo en el tribunal superó a la de Teresa Fernández de la Vega, por la sentencia final que tardó cuatro largos años y por la interpretación que de dicha sentencia hizo el nacionalismo catalán.

En este nuevo clima las relaciones España-Cataluña han llegado al punto en el que están ahora, con el 47,8% de los catalanes votando opciones separatistas y con el resto de España desconcertado o irritado. ¿Dónde estuvo el fallo, aparte de la actitud intransigente de un PP irritado por la derrota del 2004? Seguramente en una falta de confianza Zapatero-Maragall (excelente alcalde de Barcelona que llegó demasiado tarde a la Generalitat), que continuó en el tándem Zapatero-Montilla. Sea como sea, en el clima posterior a la sentencia del Constitucional del 2010, era muy difícil que un socialista catalán pidiera ser presidente de España y -antes, condición necesaria- líder del PSOE.

En parte, solo en parte, esa es la razón por la que Carme Chacón, que se presentaba como la renovación (sin excesiva razón), perdiera el congreso de Sevilla ante Rubalcaba, que desde luego tenía más carga histórica.

Carme Chacón estuvo en medio del gran conflicto del Estatut pero no en la primera línea. Encarnaba el Baix Llobregat, estaba en el núcleo íntimo de Zapatero, había sido propulsada por Montilla y Pepe Zaragoza, pero -primero en Vivienda y luego ocupándose del Ejército, en una función que algunos creyeron que la salvaba del desgaste político- no pudo influir mucho en la etapa final de la discusión estatutaria. Su pertenencia al Gobierno lastró, cuando la sentencia, su imagen en Cataluña. Luego originó algún desencuentro con la dirección del PSC. Pero el problema era de fondo. A partir de la sentencia del Estatut una socialista catalana (que siguiera siendo del PSC) sería muy atacada tanto en Cataluña como en Madrid si aspiraba a ser primero líder del PSOE y luego presidenta del gobierno español.

Con menos ambición ahí tienen al pobre Miquel Iceta que ha tenido que hacer todos los papeles para conseguir que el PSC no sea arrollado por el desencuentro. O sea, que no quede descalificado para seguir siendo -con dificultades- la tercera fuerza catalana y que, al mismo tiempo, no sea expulsado del PSOE por impuro o sospechoso.

El caso de Chacón es una buena ocasión para reflexionar sobre algo que falla: la escasa participación de catalanes en gobiernos de Madrid

Carme Chacón -una gran política a la que su corta vida le ha impedido demostrar toda su posible capacidad- fue víctima de este desencuentro. Pero su caso es una buena ocasión para reflexionar sobre algo que falla en la política española (si Cataluña tiene que seguir formando parte de España): la escasa participación de catalanes en los gobiernos de Madrid. No me refiero ya al gobierno actual sino a una corriente histórica de fondo. Antes de la Guerra Civil solo los políticos de la Lliga -Francesc Cambó y Joan Ventosa- tuvieron un cierto papel -pero no decisivo- en los gobiernos de Alfonso XIII. Jaume Carner fue un buen ministro de Hacienda del bastante fugaz gobierno de Manuel Azaña, pero la enfermedad le apartó del cargo.

Con Franco tenemos el caso sorprendente de Laureano López Rodó, que con su influencia en Carrero Blanco y su pertenencia al Opus Dei fue decisivo en la restauración monárquica, influyó en la liberalización económica del régimen y conectó bien con el 'establishment' catalán que el franquismo permitía.

Luego está el caso -frustrado- de Narcís Serra. El intento de Roca Junyent -más frustrado todavía- de liderar el Partido Reformista…y casi nada más. La oferta de Fraga y Abel Matutes a Carles Ferrer Salat de liderar Alianza Popular, que debió quedar en poco más que una sugerente conversación nocturna, la ambición -otra vez frustrada- de Josep Piqué

Es una participación tan escasa -y más comparada con la andaluza o la gallega- que indica que algo no funciona en la relación España-Cataluña desde mucho antes que la sentencia del Estatut. Hace unos días el diario 'Expansión' invitó a su interesante foro catalán a uno de los hispanistas británicos de más prestigio, John H. Elliott, autor de los famosos 'La España imperial' y 'La rebelión de los catalanes'. Elliott, que cree que la separación sería un grave error y perjucicaría tanto a Cataluña como a España, hizo una comparación entre la integración de Escocia en el Reino Unido y la de Cataluña en España y subrayó las similitudes y las grandes diferencias.

Sin intentar resumir su exposición, tres ideas merecen una reflexión. La primera es una sugestiva frase del escritor catalán del siglo XVIII Antoni de Capmany: “Cataluña es mi patria, España mi nación”. La segunda es la tranquilidad con la que Elliott afirma que los constituyentes se equivocaron al consagrar el término “nacionalidades” en vez del de “naciones”, que hubiera facilitado la superación de muchos malentendidos. Tiene razón pero quizás al historiador le habría convenido una conversación a fondo con dos padres de la Constitución como Miguel Herrero y Miquel Roca para entender los condicionantes de la Constitución del 78.

En Gran Bretaña, desde 1850, nueve escoceses han sido primer ministro. Los últimos los recordamos todos: Tony Blair y Georges Brown

Pero lo que más me llamó la atención es una de las diferencias que subrayó entre Escocia y Cataluña. Mientras, a efectos prácticos, en la historia moderna de España no ha habido ningún presidente catalán, en Gran Bretaña desde 1850 nueve escoceses han sido primer ministro. Los últimos los recordamos todos: Tony Blair y Georges Brown, que tuvo mucha influencia en el referéndum sobre la independencia escocesa del 2014.

¡Nueve a cero es un resultado que ni el Barça de la peor época podría soportar! Y quizás tenga bastante que ver con la crisis actual. ¿La culpa la tiene la ineptitud política de los catalanes (hasta de Vilarausau, Fainé y Oliu se habló de ineptitud financiera), o es que Madrid es un coto prohibido a los catalanes, que solo pueden presidir -como Carles Ferrer o Joan Rosell- la patronal, y muy de tanto en tanto?

Carme Chacón intento coger billete para entrar en ese coto y fracasó. Su muerte, prematura e injusta a los 46 años, nos deja sin saber si habría habido segundo intento. Y si como Serra, Roca o Piqué, también se habría estrellado contra… no se qué.

Carme Chacón ha sido una política con fuerza e impacto en la política catalana y española. Quizás por eso generó grandes adhesiones y esperanzas -obtuvo 25 diputados en Barcelona en las elecciones del 2008, el mejor resultado del PSC- y también críticas e enemistades de los que no compartían sus ideas. Pero lo indudable es que trabajó mucho y tuvo una carrera meteórica. Empezó como concejal de Esplugues de Llobregat, luego diputada en Madrid, vicepresidenta del Congreso en el 2004 tras la victoria de Zapatero, ministra de la Vivienda, y en el 2008 ministra de Defensa, la primera mujer que accedía a este cargo.

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