Es noticia
Una campaña formidable
  1. España
  2. Crónicas desde el frente viral
Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

Por

Una campaña formidable

Después de todo lo ocurrido durante las últimas semanas, sería absolutamente incomprensible que quedase en España una sola persona desencantada con la política

Foto: El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy (i), el líder del PSOE, Pedro Sánchez (2i), el presidente de Ciudadanos, Albert Rivera (2d), y el secretario general de Podemos, Pablo Iglesias. (Reuters)
El presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy (i), el líder del PSOE, Pedro Sánchez (2i), el presidente de Ciudadanos, Albert Rivera (2d), y el secretario general de Podemos, Pablo Iglesias. (Reuters)

Al final, nada ha sido más viral en toda la campaña que lo grabado en el despacho del ministro de Interior. Un golpe de mano en toda la boca de la nueva política. Esto es novísimo, un ejercicio de transparencia, limpieza y gobierno abierto difícilmente superable por cualquier otra nación avanzada. Y también, ya va siendo hora de reconocerlo, es el broche de oro que exigía este periodo electoral que desgraciadamente termina.

Después de todo lo ocurrido durante las últimas semanas, sería absolutamente incomprensible que quedase en España una sola persona desencantada con la política.

Podría quedar algún indeciso, eso sí. Ha sido tanta la grandeza que hasta parece demasiada. La seducción ha sido tan intensa que nadie votará pensando en la opción menos mala, lo normal es que quien tenga dudas intente votar por lo menos cuatro veces, un voto para cada partido.

El despliegue generalizado de sentido de estado venía ya de antes, eso es cierto. El clima de entendimiento exhibido en el Parlamento hizo que hasta nos pareciese corta la pasada legislatura.

Y mira que tampoco hacia falta tanta altura de miras. La economía va como un tiro, el listón del pleno empleo quedó superado y el bienestar no puede ser más amplio.

Lo grabado en el despacho del ministro de Interior es el broche de oro que exigía este periodo electoral que desgraciadamente termina

Pensábamos que la armonía territorial no podía ser mayor y que la democracia disfrutaba de su mejor tiempo. Pero nos quedamos cortos. Por lo visto merecíamos todavía más.

Así que los grandes líderes compitieron para ofrecernos más excelencia.

Nos costó acostumbrarnos a una vida política en la que la primera persona del singular dejó sencillamente de conjugarse, así, de un día para otro.

Despertamos una mañana y el personalismo había quedado donde el partidismo, en la oficina de objetos perdidos.

Las siglas se habían convertido en puentes y la honestidad intelectual elevó el debate público hasta niveles previamente insospechados.

Conscientes del valor democrático del diálogo, los líderes renunciaron a la tentación de vender propuestas que no llegarían a cristalizar porque el pacto además de imprescindible les parecía deseable.

Se nos ofrecieron las ideas sin envoltorios de oportunismo, con fondo, como puntos de partida hacia el encuentro necesario.

Y la ciudadanía, abrumada ante tanto respeto a la inteligencia del votante, sintió un estímulo político sin precedentes y pidió polarización.

Polarización de la rica. No el conflicto de una mitad del país contra la otra, sino el enfrentamiento del ser y el deber ser, el país que somos ante el espejo ético colectivo, la imagen de la España posible y necesaria que podríamos construir juntos.

Los medios de comunicación, entusiasmados, asumieron el reto de convertir la agenda del país en el mayor espectáculo democrático que puede imaginarse.

Y el público correspondió echando un vistazo al fútbol en los descansos de los programas en los que se estudiaba cómo evitar que muera un solo refugiado más.

Y entonces llegó el debate.

La encendida polémica que protagonizaron Rajoy y Sánchez sobre el papel que debe tener la cultura para el crecimiento del país.

Las citas sutiles de Faulkner con las que contraatacó hábilmente el pillín de Iglesias.

El momento en que Rivera anunció que dejaría de decir lo que dijo Churchill, porque había decidido empezar a leerlo.

¿Quién podrá olvidar aquella noche? Marcado quedará en la memoria ibérica aquel calor en el corazón que sentimos los millones de padres que despertamos a nuestros hijos, y les llevamos frente al televisor para que viesen de cerca el tesoro de la democracia que un día heredarán.

Aquello puso la campaña y la moral nacional en pie. Los mítines de los partidos empezaron a llenarse con personas que no eran militantes.

Por todas las calles llegaron mujeres y hombres que deseaban conocer la visión y los valores de cada uno de los candidatos, ávidos por informarse.

El 'marketing' dejó de ofrecer productos intercambiables. Todo, desde los lemas a los vídeos, pasando por las cuñas de radio, empezó a plantear preguntas en lugar de frases que parecían callejones sin salida.

Así fue como la publicidad política ganó en nobleza, nutriendo las neuronas democráticas del público. Nada de espectadores, ciudadanos que han quitado -con máximo cuidado- los carteles electorales de los barrios para enmarcarlos y colgarlos en las casas.

Y así, día tras día, hasta que llegamos casi a las puertas del colegio electoral, saciados, colmados, desbordados por tanta generosidad.

Apenas falta nada. Por fin es domingo 26 de junio. Subimos felices las escaleras, entramos en la cabina de voto. Demasiado tranquilos, corremos la cortina de nuevo. Nos quedamos solos y a oscuras, en el centro de un silencio cósmico. Algo no va bien.

Justo cuando el sobre está a punto de ser cerrado, cae el peso de una mano helada sobre nuestro hombro.

La piel entera se nos eriza, un escalofrío que recorre nuestra espalda. El sonido de una respiración lenta se acerca a nuestro oído.

Despacio, demasiado despacio, se oye la voz del ángel de la guardia del ministro del Interior. Sé lo que hiciste el último verano. Despierta.

Al final, nada ha sido más viral en toda la campaña que lo grabado en el despacho del ministro de Interior. Un golpe de mano en toda la boca de la nueva política. Esto es novísimo, un ejercicio de transparencia, limpieza y gobierno abierto difícilmente superable por cualquier otra nación avanzada. Y también, ya va siendo hora de reconocerlo, es el broche de oro que exigía este periodo electoral que desgraciadamente termina.

Campañas electorales Mariano Rajoy Pedro Sánchez