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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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Podemos, el final de la inocencia

La apertura de un trauma que va para largo, que pondrá a prueba la fortaleza de las relaciones personales y que ya se ha llevado por delante buena parte de la mística morada

Foto: El líder de Unidos Podemos, Pablo Iglesias (c), acompañado por Alberto Garzón (i) e Íñigo Errejón (d), durante su comparecencia ante la prensa tras conocer los resultados de las elecciones generales. (EFE)
El líder de Unidos Podemos, Pablo Iglesias (c), acompañado por Alberto Garzón (i) e Íñigo Errejón (d), durante su comparecencia ante la prensa tras conocer los resultados de las elecciones generales. (EFE)

Imaginen la montaña rusa emocional que debió vivirse en el cuartel general de Podemos desde que se hicieron públicos los sondeos a pie de urna -que daban por hecho un amplio 'sorpasso' al PSOE y abrían las puertas a un Gobierno progresista en España- hasta los cánticos de “¡Sí se puede!, ¡Sí se puede!” que atronaron la calle Génova.

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Imaginen la devastación anímica que sintieron los 20 ó 30 amigos que fundaron ese partido, las dos docenas de personas que hace no demasiado tiempo eran amigas y habían llegado hasta aquella noche más unidas por el vértigo del ascenso que por un afecto carcomido por la vanidad.

Y de golpe un impacto sorprendente y enorme, tan brutal que sencillamente no puede absorberse en tiempo real. La apertura de un trauma que va para largo, que pondrá a prueba la fortaleza de las relaciones personales y que ya se ha llevado por delante buena parte de la mística morada.

Es bueno que Podemos comprenda que existen distancias entre la literatura y la vida. Las peores pesadillas del siglo XX se levantaron con relatos que no tuvieron en cuenta lo que la democracia nos enseña cada día: nadie ha nacido para vencer, nada es irreversible y ningún país se hereda.

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Y creo que, además, sería muy positivo que la necesaria digestión del resultado lleve a ese partido a evolucionar, a madurar cívicamente, dejando atrás la adolescente bandera de la superioridad moral y el ingenuo mástil de la soberbia intelectual. Entre otros motivos porque defender a la gente humilde pasa inexcusablemente por defender que ningún voto vale más que cualquiera de los demás.

Es pronto para intuir por dónde saldrá el proceso de duelo que ha iniciado Podemos. Ahora lo único que vemos es venganza y celos, una lucha de egos entre personas que eran uña y carne hace unos meses.

Puede que el tiempo les permita asumir lo que no puede discutirse, que han tenido un buen resultado y que con 71 escaños pueden hacerse muchas cosas por nuestro país.

Sin embargo, al menos por el momento, lo que transmiten a través de sus teléfonos móviles es un enfrentamiento personal revestido de conflicto ideológico.

Lo recordarán quienes vieron el distanciamiento entre Felipe González y Alfonso Guerra. Entonces como ahora, las ideas se utilizaron para camuflar el simple hecho de que dos protagonistas habían dejado de soportarse. Y entonces como ahora, los secundarios se encargaron de recrudecer la lucha.

En este caso, el choque se sostiene sobre dos pinceladas en el agua, dos líneas ficticias de tensión ideológica.

La primera es la conveniencia o la no conveniencia de la coalición con Izquierda Unida. Es un falso dilema. No había otra opción.

La decisión se tomó por una cuestión de pura necesidad competitiva, fue una acción estrictamente defensiva. La gestión de la negociación para conformar Gobierno, la frase de la “cal viva” y la actitud de Garzón durante los meses posteriores al 20-D habían abierto en Podemos una brecha electoral hacia IU que solo podría remediarse mediante una fusión electoral.

Todos los dirigentes morados lo sabían, también quienes más reacios se habían mantenido hasta entonces. Por eso los partidarios de la transversalidad no dieron la cara y no hubo debate.

Y como aquello fue un movimiento reflejo colectivo, algo parecido a agarrar un flotador cuando el agua llega al cuello, a nadie le pasó por la cabeza la necesidad de explicar el paso a las bases de las dos organizaciones.

Dedicaron más noches a negociar, provincia a provincia, los puestos de salida en el Congreso, que días a construir y compartir la identidad del nuevo cuerpo político que habían creado.

El segundo eje de tensión en el ficticio conflicto ideológico que atraviesa Podemos se ubica en el desarrollo de la campaña electoral, otra excusa para ajustar cuentas pasadas.

En este espacio hemos venido hablando de cómo la campaña de Podemos desnaturalizaba a la formación, alejándola producto a producto de su razón de ser.

No creemos que sea una cuestión de más o menos 'marketing', sino de trabajo más o menos eficaz. Y parece razonable sostener, como hemos hecho, que una candidatura con este perfil necesita -todavía más que las demás- que la publicidad no huela a dinero.

Emerger en el caldo de cultivo de un movimiento de indignación popular para acabar emitiendo un programa electoral copiado del catálogo de una multinacional, está más cerca de triturar la esencia que de fortalecerla.

Ahora bien, quizá resulte conveniente preguntarse si Podemos solo ha perdido jirones de autenticidad durante la campaña electoral o si la confusión en el mensaje venía ya desde otros puntos de la organización.

No sé si alguien ha generado más desorientación en las bases de Podemos que el propio Pablo Iglesias, cada semana ha sido un desmentido a la anterior. Pero sí que tengo la sensación de que el carácter mutante de su mensaje responde más a un método que a las ideas. La fascinación por el leninismo como manual de instrucciones para asaltar el poder parece funcionarle como un disolvente ideológico.

Solo así puede entenderse el trayecto discursivo que va desde el 15-M hasta el cierre de campaña del pasado viernes: “Patria, ley, orden e instituciones”.

El 26-J ha quebrado la inocencia, ha roto el mito del brillo estratégico, ha arrojado dudas sobre las habilidades de comunicación y ha dañado muchos de los nervios del discurso. Pero también ha dejado 71 diputados. No es poca cosa.

La autocrítica también puede ser vista como una señal de vida. Donde existe, hay un motivo para la esperanza. Siempre lo es, pero solo servirá si en lugar de la crueldad se desata la honestidad intelectual.

El 26-J ha quebrado la inocencia, ha roto el mito del brillo estratégico y ha arrojado dudas sobre las habilidades de comunicación

Puede que durante los próximos días y semanas, el conflicto morado se siga vendiendo como ideológico aunque sea estrictamente personal.

Pero si Íñigo y Pablo llegan a asumir que están a tiempo de reconstruir la cuestión de fondo, Podemos estará en condiciones de afrontar el verdadero tirón que vendrá después con alguna garantía de éxito futuro.

Y si hay divorcio, ni las confluencias, ni Izquierda Unida tendrán muchos motivos para quedarse en casa. Se marcharán sin más.

En cualquier caso, lo que acabe ocurriendo en Podemos dependerá del tándem, buena parte de la esperanza de vida de este proyecto que montaron entre unos amigos está en sus manos.

Son sus egos los que tienen que elegir entre la posibilidad de repetir 'Rebelión en la granja', parodiar 'La vida de Brian' o convertirse en una herramienta política útil para España. Ellos deciden, los españoles no esperarán.

Imaginen la montaña rusa emocional que debió vivirse en el cuartel general de Podemos desde que se hicieron públicos los sondeos a pie de urna -que daban por hecho un amplio 'sorpasso' al PSOE y abrían las puertas a un Gobierno progresista en España- hasta los cánticos de “¡Sí se puede!, ¡Sí se puede!” que atronaron la calle Génova.