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Pablo Pombo

Crónicas desde el frente viral

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La tentación cínica

Los conservadores llevan meses utilizando el terrorismo como asunto de campaña y los laboristas han hecho exactamente lo mismo después de los atentados. Puro electoralismo

Foto: La primera ministra británica, Theresa May. (Reuters)
La primera ministra británica, Theresa May. (Reuters)

Todavía es pronto para contarle a mi hijo lo que ocurrió con Ronald Wells, su bisabuelo. No combatió en la Segunda Guerra Mundial. Fue objetor. Cada noche, los alemanes bombardeaban Liverpool desde el cielo. Y por las calles, bajo el silbido de las bombas, deprisa entre los edificios que ardían y se derrumbaban, él conducía una ambulancia y salvaba vidas. Deseo que el destino me guarde la oportunidad de escribir una novela sobre aquello y lo que vino después.

De aquella guerra queda en el mundo la impresión cierta de que los ingleses comparten una forma de encarar la adversidad colectiva. Esa mezcla de flema, fortaleza y civismo. Y quedan diluidas algunas otras verdades: el nacionalismo exacerbado, el sentimiento de superioridad y el gusto por la dominación de un pueblo que tiene demasiado fresco el recuerdo de un imperio.

Los atentados de Mánchester y Londres han dado muestras de las dos cosas. No es sorprendente. Sí lo es la entrada del terrorismo en la campaña electoral. Eso puede abrir una grieta irreparable.

Humildemente, creo que no faltan motivos para abrir un debate sereno sobre el modo en que las democracias occidentales están afrontando la lucha contra el terrorismo internacional. No han pasado pocos años desde el 11-S y las cosas parecen no haber mejorado mucho.

Ahora bien, también considero que la división de los demócratas frente al terrorismo, en plena campaña electoral, no debe andar muy lejos de las pretensiones del Estado Islámico.

Es la primera vez que ocurre algo parecido en una potencia occidental. Hasta ahora, la unidad se mantuvo en todos los sitios. Quizá pueda mencionarse la excepción del Frente Nacional francés, quizás otras reivindicaciones agresivas en la extrema derecha europea. Pero hasta el momento, ninguno de los grandes partidos sistémicos había quebrado el tabú.

Da que pensar lo poco que hace falta para fragilizar un consenso tan importante: el fanatismo, la imposibilidad de garantizar la completa seguridad y unas pocas dosis de oportunismo político. En este caso, por los dos lados. Los conservadores llevan meses utilizando el terrorismo como asunto de campaña y los laboristas han hecho exactamente lo mismo después de los atentados. Puro electoralismo.

En la campaña británica están compitiendo los dos líderes más débiles y menos atractivos que sus partidos han ofrecido desde hace muchos años. Y lo hacen, a su vez, cuando las dos fuerzas políticas históricas están en pleno proceso de desnaturalización.

En aquellas elecciones se enfrentan dos partidos históricos que por la vía de los hechos están dejando de pertenecer a sus familias europeas. No compiten socialdemócratas contra populares. Colisionan populistas y nacionalistas. Colisionan dos emociones: el sentimiento de humillación que atraviesa a la juventud y a las clases trabajadoras, con el miedo que comparten los mayores y las clases medias ante la evaporación del pasado, la certidumbre y la identidad.

De esa colisión que polariza y envilece la convivencia y la democracia pueden, en mi opinión, extraerse tres lecturas, tres preguntas:

Primero, sobre la posibilidad de que esta línea de tensión entre populistas y nacionalistas pueda exportarse a España en el corto plazo. La evolución de los acontecimientos en Cataluña podría llevarnos a desembocar en ese escenario si la escalada continúa.

El nacionalismo españolista no es un cuerpo extraño en el electorado del PP y tampoco en el de Ciudadanos, la demanda de centralismo y mano dura puede ser pronta y automática.

Por otro lado, el resultado de las primarias socialistas puede haber alterado la distribución de roles en la izquierda. Hasta hace unas semanas había dos opciones: socialdemócratas y populistas. Durante los próximos meses, veremos si solo quedan dos aproximaciones distintas al populismo.

¿Qué emoción cobraría más fuerza en las urnas mientras la economía sigue creciendo y generando empleo aunque sea precario y temporal? ¿La humillación populista o el miedo nacionalista?

El coste del nacionalismo y del populismo, las mayores amenazas que sufre nuestra democracia, no se percibe en tiempo real. Pero llega. Y llegará

Segunda lectura, escrita mientras escucho 'On the level', de Leonard Cohen: “I was fighting with temptation but i didn´t want to win”. El peso de la tentación. El coste del nacionalismo y del populismo, las mayores amenazas que sufre nuestra democracia, no se percibe en tiempo real. Pero llega. Y llegará.

El problema está en que, mientras tanto, funciona. Remover las bajas pasiones, enfrentar a todo el mundo, puede ser un acceso sucio a la decisión de voto, pero es un acceso directo. Esa es la verdad. Y también lo es que la factura viene después. Viene en forma de fractura de muy difícil reparación.

No sé si mi esperanza es demencial. Pero prefiero vivir pensando que el frentismo es políticamente insostenible porque nuestra realidad es demasiado viva, demasiado intensa, demasiado compleja. Vivimos en el tiempo de la interdependencia. Nos necesitamos. Y necesitaremos actualizar el sentido que le damos a la idea de comunidad, al concepto de ciudadanía, al significado de acción política.

Remover las bajas pasiones, enfrentar a todo el mundo, puede ser un acceso sucio a la decisión de voto, pero es un acceso directo. Esa es la verdad

La economía está cambiando, la sociedad no para de transformarse. Si mi generación no abre camino a la redefinición de lo político, si nos dejamos someter por la tentación divisiva mientras la democracia está en riesgo, habremos fracasado. ¿Seguiremos victimizándonos? ¿Terminaremos de fracasar?

Tercera y última lectura. Crecer no es perder la ingenuidad, es saber ubicarla. El bisabuelo de mi hijo no fue un ingenuo. Lo ingenuo no es defender el humanismo. Lo ingenuo no es confiar en el ser humano, no es tener esperanza. Es lo contrario.

Ingenuos son los cínicos, los desconsiderados y los violentos, los que tienen una visión instrumental de las demás personas. Ingenuos son los que dedican al cinismo, a la división, al narcisismo, el tiempo que les queda en este mundo. Ingenuos son los que creen que ganar es derrotar a los demás.

Si tratamos de enseñar a nuestros hijos que la vida no es eso, ¿qué nos obliga a aceptar que la política sí lo sea? ¿Por qué permitirlo?

Todavía es pronto para contarle a mi hijo lo que ocurrió con Ronald Wells, su bisabuelo. No combatió en la Segunda Guerra Mundial. Fue objetor. Cada noche, los alemanes bombardeaban Liverpool desde el cielo. Y por las calles, bajo el silbido de las bombas, deprisa entre los edificios que ardían y se derrumbaban, él conducía una ambulancia y salvaba vidas. Deseo que el destino me guarde la oportunidad de escribir una novela sobre aquello y lo que vino después.

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