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Mi amigo de San Quirico llama a la revolución civil (I)
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Leopoldo Abadía

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Mi amigo de San Quirico llama a la revolución civil (I)

Desayuno con mi vecino de San Quirico. Está radiante. Se ha leído mi libro. Habla de “nuestro” libro  y está encantado.  El otro día firmé ejemplares

Desayuno con mi vecino de San Quirico. Está radiante. Se ha leído mi libro. Habla de “nuestro” libro  y está encantado.  El otro día firmé ejemplares en El Corte Inglés. Me llamó por la noche: “¿Cuántos libros hemos firmado?”

 

Hoy, en vez de quedarse tranquilo, descansando sobre los laureles (laurelitos, podríamos decir), dice que ha llegado el momento de echarse a la calle. Además, lo dice en voz alta, con lo que consigue que, una vez más, todos lo que desayunan allí se nos queden mirando. Hasta Jaume, el dueño del bar, hace  como que tiene que limpiar una mesa y se acerca disimuladamente.

Bajo la voz y le digo: “¿No estarás hablando en serio? ¿Te imaginas  si tú y yo nos lanzamos por la Diagonal, desde Esplugas, con una pancarta, no se pone nadie detrás y así llegamos los dos al Paseo de Gracia, plegamos la pancarta y nos metemos disimuladamente en  algún sitio a tomar café?”

 

Como de costumbre, pone la cara de desprecio con la que hace que me sienta pequeñito. Y suelta su discurso:

“¿Qué ha pasado hasta ahora? ¿No lo sabes? Pues coge la servilleta y escribe, que te vas a enterar.

 

Ha pasado lo siguiente:

 

1.     Una cuadrilla -y añade-: ´en el peor sentido de la palabra´- que pretenden mangonearnos.

 

2.     Otra cuadrilla  -y añade-: ´en  un sentido todavía peor de la palabra´- que os estáis dejando mangonear.

 

3.     Y nada más”.

Y se queda tan tranquilo. Ha hecho una síntesis de los problemas  mundiales en tres segundos. Y se  calla y se toma un trago de vino, como si estuviese satisfecho  por el deber cumplido.

Pero no puedo conformarme, porque no le he entendido nada.  Y pongo cara profunda, empiezo por el final y le pregunto: “¿Por qué dices que hay muchos que se están dejando mangonear?”

Lo primero que me dice es: “Habla bien: que os ESTÁIS dejando mangonear”.

Me trago la profundidad, pongo cara humilde y espero, porque se pega otro trago de vino y sigue: “Mira, os estáis dejando  mangonear en muchas cosas, creyéndoos todo lo que os  dicen, aceptándolo sin ningún criterio y tragándoos todas  las teorías que a esta gente se le ocurren”.

 

Prefiero no preguntarle quién es “esta gente”,  porque, como ya sabéis, cuando quiere decir algo, hace como el Director de la oficina de la Caja de Ahorros de San Quirico cuando habla de sus jefes, que señala hacia arriba, aunque esté al aire libre.

Sigue: “Con mucha frecuencia, esta gente miente”. Me mira y dice: “¡MIENTEN! ¿Me has oído?” Sí, sí, le he oído, y los de alrededor, también. Me fijo en que varios ya han acabado de  desayunar, han dado la vuelta a las sillas y nos están mirando, como quien asiste a una representación en un café-teatro.

 

Y, lleno de entusiasmo, finaliza: “Ésta es la época de los cantamañanas, o como diríais los que habéis estado en Arvard (siempre lo pronuncia así): de los singermorning”.

En ese momento, ignora la presunción de inocencia (o sea, que todo el mundo es bueno, mientras no se demuestre  lo contrario) y dice que, en cuanto sale alguien por televisión, piensa: “¡Otro cantamañanas!”. Y como yo ahora estoy saliendo bastante, pongo cara de que no me entero de la indirecta y escribo aplicadamente sobre la segunda servilleta, porque la primera ya está llena.

Y entonces  viene lo  peor: la llamada  a la revolución civil.

 

A mí lo de las revoluciones no me gusta nada.  Me suena a que hay que quemar cosas, romper cristales y tirar botes de humo. Y no estoy para eso, porque, con lo que al género humano le gusta la gresca, sólo falta que los aficionados nos dediquemos a calentar a la gente para que se organice un cisco.

Le pido a mi vecino que concrete, a ver si así consigo que baje el tono de voz y que me dicte despacito. Y concreta. Y  me dice que:

1.     Hay que jubilar al  96,55 % de los políticos en ejercicio en este país. Le pregunto si se refiere a Cataluña o a España. Y dice que por supuesto, a España.

2.     Hay que jubilar al  87,25 % de los financieros de este país. No  le pregunto, pero supongo que también se refiere a España.

3.     Hay que jubilar al 94,12 % de los sociólogos-filósofos-teólogos de  este país.

4.     Hay que echar de España (esto es peor) a TODO cantamañanas que vaya diciendo idioteces por ahí.

Y me dice: “Lo de los  porcentajes no es  exacto.  Pueden ser más o menos.  Pero he puesto una cantidad alta para que quede  claro que son muchos.  Y he puesto decimales para  que se vea que lo tengo muy pensado.  Y así se termina la  primera parte”.

 

Me entran escalofríos, porque, por lo que se ve, hay una segunda parte.

Pero se nos acaban las servilletas. El dueño del bar dice que ha hecho un pedido, pero que como gastamos tantas -lo del libro le ha dejado sin existencias-, sólo le quedan de tela y esas no nos las pone, por si nos da por no respetarlas.

Quedo con mi amigo en que en el  próximo desayuno escribiremos la segunda y última parte.

Y  me dice: “¿Quién te ha dicho que es la última parte? Sí que es  la segunda,  pero no es la última, porque ahora tengo que hacer  dos cosas:

 

1.     Detallarte la cantidad de tontadas que te estás tragando, y eso que tú, oficialmente, eres de los listos. Pues fíjate lo que se tragarán los no listos.

 

2.     Decirte lo que tú y los demás tenéis que hacer. Ahí va lo de la revolución civil.

 

Y no sigo, porque tengo trabajo. La revolución puede esperar una semana. El cliente de Manresa, no”.

Pues esperaremos una semana, pero quiero advertiros de que quizá la revolución se retrase un poco más. Dependerá de las  urgencias del cliente de Manresa.

http://www.leopoldoabadia.com

Desayuno con mi vecino de San Quirico. Está radiante. Se ha leído mi libro. Habla de “nuestro” libro  y está encantado.  El otro día firmé ejemplares en El Corte Inglés. Me llamó por la noche: “¿Cuántos libros hemos firmado?”