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La culpa es de los objetivos
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Leopoldo Abadía

Desde San Quirico

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La culpa es de los objetivos

Cuando yo trabajaba en cosas que me parecían serias, ayudé a implantar en bastantes empresas lo que se llamaba la Dirección por Objetivos, DpO. Yo diría

Cuando yo trabajaba en cosas que me parecían serias, ayudé a implantar en bastantes empresas lo que se llamaba la Dirección por Objetivos, DpO. Yo diría que me salía bastante bien. Por lo menos, las empresas no se quejaban y alguna de ellas, hasta me encargó alguna otra cosa.

 

Lo de dirigir por objetivos me ha gustado siempre, porque me parece que ayuda a ordenar las cosas, porque contribuye a evitar que algunos pongan cara de agotamiento, diciendo que tienen mucho trabajo y luego, a poco que rasques, te das cuenta de que hacen más bien poco.

Como tantas otras cosas, mi mujer inventó también la DpO, cuando, ante la avalancha de hijos que iban llegando, la cantidad de amigos que traían y la cantidad de trabajo que había en casa, decidió que cada uno de los que tuviéramos el más mínimo uso de razón, tuviese un encargo. Así, cuando un hijo, hija o, incluso el marido, nos quejábamos de la cantidad de cosas que teníamos que hacer, mi mujer siempre sacaba su pregunta: “¿Has puesto la mesa?”

 

Con ello, el que tenía por objetivo poner la mesa enrojecía y decía que bueno, que no había tenido tiempo, que estaba en ello. Y mi mujer, implacable, seguía: “No tenías otra cosa que hacer”.

Porque, para ella, poner la mesa incluía quitar lo que hubiera encima (desde un abrigo a tres bolígrafos a los apuntes de Mates), poner el mantel, los platos, los cubiertos, los vasos, la jarra de agua, las servilletas e incluso los platitos para el pan, porque, eso sí, en casa éramos pobres, pero muy dignos.

Mientras tanto, otros luchaban por sacar sus objetivos adelante: preparar el primer plato, preparar el segundo plato, (que podía ser de dos clases: carne rebozada o sin rebozar), sacar el postre, etc.

A mi mujer no le importaba nada lo que había que hacer para preparar el primer plato. O sea, no se le podía decir:

 “¡Cuánto trabajo! Tengo que:

 

  1. Abrir la lata correspondiente de Conservas El Litoral
  2. Poner su contenido en un plato
  3. Poner el plato en el microondas, durante 10 minutos al máximo
  4. Abrir la 2ª lata de Conservas El Litoral
  5. Poner su contenido en otro plato
  6. Etc., hasta que todos tengan su ración”.

Para ella, todo esto no eran más que “actividades”. Decía la palabra “actividades” con cara de asco. Para ella, el primer plato estaba preparado o no estaba. En palabras científicas, o habías conseguido el objetivo o  no lo habías conseguido.  Punto.

Fijaos que aquí nadie ha hablado de dinero. Todos teníamos nuestros objetivos, pero no había remuneración en función de que los alcanzáramos o no. Mi mujer había conseguido que cada uno de nosotros funcionase por objetivos, sin pensar en “si lo hago bien, me darán no sé cuánto”.

Muchas veces he pensado que aquello era la DpO en sentido puro. En este artículo lo he explicado de modo simple, sin referirme a sofisticaciones que inventó mi mujer, pero que ahora no vienen a cuento: los objetivos en equipo, los compartidos, los cualitativos, los cuantitativos… Todo un tratado que, si lo cogen en Harvard, lo copian y que explica el relativo éxito que yo tenía en los trabajos profesionales que me encargaban las empresas.

El otro día di una conferencia en una ciudad española. Conté lo de la Crisis Ninja, lo de los productos financieros extraños, lo de la venta de esos productos al prójimo, lo de las estafas que se han producido, etc.

En el coloquio, uno de los asistentes levantó la mano y dijo: “La culpa de todo la tiene el que inventó la palabra ´objetivo´”.

Ya me estoy acostumbrando a que me hagan preguntas difíciles y a que me planteen cuestiones en las que no había caído. Me sirven para discurrir y, en muchos casos, como una buena cura de humildad, porque hay que sonreír y decir claramente “no lo sé”, lo que ayuda a poner los pies sobre la tierra y a pensar que gurú, lo que se dice gurú lo será algún otro, porque lo que es tú…

En este caso, el que intervenía me ayudó, porque continuó diciendo: “Imponen a la gente unos objetivos brutales, les hacen vender cosas extrañas, les obligan a venderlas en un plazo muy corto. Y si las venden, bonus fuerte. Y si no las venden, a la calle. ¡Y luego quieren que la gente sea honrada!”

Mientras le escuchaba, pensé que era una lástima que mi mujer no hubiera estado allí. Porque, al ser la inventora, hubiera dicho que hay gente que prostituye la DpO. Ya sé que la palabra es dura,  pero mi mujer habla así de claro. (Es una Jordana.)

Prostituir, en este caso, es hacer que algo bueno se convierta en malo por el mal uso que se le da. Concretamente:

  1. Porque el objetivo, en sí, es inmoral:
  1. Porque el producto es malo (“una castaña”, como diría mi amigo Alberto)
  2. Porque el producto, en su concepción y en su desarrollo, es PORQUERÍA (lo de la “concepción y desarrollo” es un modo ininteligible de referirme a esos productos financieros que, con base ninja, se vendieron a medio mundo).
  1. Porque fijar los objetivos así es una vergüenza. Para que quede claro, “así” quiere decir:
  1. Imponerlos, no negociarlos, no ver si el otro es capaz  de hacer lo que se le encarga. Considerarle como “unidad de producción”, no como persona que discurre.
  2. Imponerlos a corto plazo: “Para mañana deberá usted vender 27 paquetitos de porquería”.

 

  1. Y para acabar de estropearlo, ligarlos a la remuneración. Lo que he dicho antes: bonus fenomenal, si vende. A la calle, si no vende.

Ya  sé que cuando uno hace una inmoralidad, el culpable es él. Que no se puede echar la culpa al vecino, en este caso, al superior jerárquico. Pero el superior jerárquico tiene que darse cuenta (que para eso es Master) que a la gente no se le puede exigir la heroicidad constante, porque, con frecuencia ese señor/a tiene mujer/marido e hijos/as que mantener y, ante la extorsión de su jefe/a, hace la inmoralidad.

P.S.

 

  1. En un viaje que hizo a España hace relativamente poco el Presidente del Banco Central Europeo, dijo que:

 

  1. No debíamos comprar nada que no entendiéramos. O sea, que si sospechábamos que había porquería, que no la compráramos. Y que, si no lo sospechábamos, que lo sospechásemos, porque seguramente la habría.
  2. Que no se fijasen “objetivos cortoplacistas”. (Muchas veces he comentado que estos mozos hablan todos muy raro. Con lo fácil que es decir “a corto plazo” y va y dice “cortoplacista”.)

 

  1. Menos mal que Trichet no se encontró con mi mujer, porque de la bronca que ella le pega se vuelve a Bruselas en avión regular y en turista. Ella le habría dicho: “¿Y para eso te pagan? ¿Pero no te has enterado, Jean-Claude (mi mujer llama en seguida a la gente por su nombre) de que estas cosas que has descubierto las sabían hace años en Santa Fe de Huerva?”
  1. Para no dejar flecos, os diré que Santa Fe de Huerva es un pueblo al lado de Zaragoza, de unos 100 habitantes, donde la familia de mi mujer tenía una casa muy maja.

http://www.leopoldoabadia.com

Cuando yo trabajaba en cosas que me parecían serias, ayudé a implantar en bastantes empresas lo que se llamaba la Dirección por Objetivos, DpO. Yo diría que me salía bastante bien. Por lo menos, las empresas no se quejaban y alguna de ellas, hasta me encargó alguna otra cosa.