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Enrique, los bisílabos y la reunión del G-8 en L'Aquila
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Leopoldo Abadía

Desde San Quirico

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Enrique, los bisílabos y la reunión del G-8 en L'Aquila

Con tanto viaje, llevo tiempo sin “subir”  a San Quirico. Este fin de semana he subido. Todo está igual. El sábado hizo frío y tuvimos que

Con tanto viaje, llevo tiempo sin “subir”  a San Quirico. Este fin de semana he subido. Todo está igual. El sábado hizo frío y tuvimos que poner un rato la calefacción.

 

Cenamos donde siempre, igual de bien que siempre. Vamos a la Misa de  siempre, pero en una capilla cercana, porque están pintando nuestra iglesia.

Pasa la bandeja Enrique.  Es uno de los de siempre.  Esta vez va acompañado de una nieta suya, de 6 o 7 años, muy maja. La niña lleva la cestita donde vamos echando los euros. La gente es generosa. Se ven billetes bonitos.

Nada nuevo. Pero me doy cuenta de que Enrique, cuando alguien le pone dinero en la cestita, dice “gracias”. Y como ponemos dinero todos, nos dice a todos “gracias”. Y, como es natural, la niña lo  oye.

Cuando acaban, van a la sacristía y dejan allí el dinero. Les veo salir. El abuelo, serio. La niña, sonriente. Resplandeciente. Ha hecho algo importante.

Pues sí. Pero el que ha hecho algo importante es Enrique, porque, durante 10 minutos, ha estado educando a la niña y nos ha estado educando a nosotros. Y, además, no se ha dado cuenta de que lo hacía.

Esa niña ha aprendido a decir “gracias”. Seguramente lo sabía de antes,  pero su abuelo se lo ha remachado. Y los demás hemos recordado que hay que decir “gracias”.

Leo muchas cosas sobre el fracaso escolar, sobre los problemas de los maestros en las escuelas (antes, “maestro de escuela” era un piropo), sobre las actitudes de los padres que piensan que dejando a un niño en un colegio ya está educado, que cuando van a hablar con los profesores de  los colegios les amenazan, que cuando acompañan a sus hijos a hacer deporte, les gritan: “¡Estás acabado! ¡A por él!, ¡Al suelo, al suelo!” (o sea, “¡ponle la zancadilla, que se te escapa!”).

 

Y me acuerdo de un amigo mío, experto en temas de educación -y en muchas otras cosas- que me decía que en un colegio, lo primero que hay que hacer es educar a los padres, lo segundo a los profesores y lo tercero, a los chicos.

Y ese mismo amigo me recordaba que la educación se recibe en la familia y que el colegio, por muy bueno que sea, no es más que un complemento de lo que se haga en casa.

Y es verdad. Estoy seguro de que la nieta de mi amigo dice  “gracias” cuando su madre le pone la comida y cuando su padre le compra unos chuches. Y si no lo hace porque se olvida, allí está su abuelo para recordárselo de ese modo que hemos oído tantas veces: “¿Qué se dice? Gra…” Y el niño acaba “cias”.

Comento esto por teléfono con mi vecino de  San Quirico, que me ha mandado un mail que decía: “¿Cuándo vas a dejar de hacer tonterías y venir a desayunar?”

Me dice que en la Misa  del domingo anterior sucedió lo mismo. Esta vez no era Enrique el que pasaba el cestito. Era otro, que iba solo, sin nieta. Pero también decía “gracias”.

Lo de siempre. Que esto de la educación no lo arregla una nueva Ley de Educación, aunque esté consensuada/pasteleada por unos y otros y todos digan que es una maravilla. Que el tema es mucho más difícil, porque es más profundo.

En un plató de televisión, mientras esperaba mi turno, me dijo uno de los que trabajan en el programa cuando oyó lo que decía uno de los invitados: “¡Qué mal hablamos!, ¿verdad?”

Pues sí, hablamos mal. La velocidad de tacos/blasfemia por minuto ha subido. Antes se decía aquello de “hablas como un carretero”, porque parece que los carreteros, cuando una mula no quería andar o se tumbaba, intentaban convencerle con argumentos cortos, secos y contundentes.

Ya no hay carros  ni mulas. Ya no hay carreteros. Pero cuando en la sala VIP de un aeropuerto o en preferente del AVE encuentras a un señor muy elegante,  muy repeinado, trabajando en su ordenador, hablando por teléfono y soltando groserías, piensas que el carretero, por lo menos, no tenía  cultura.

Pero es que el del ordenador, tampoco. Ya  sé que es Master por algún sitio. Pero no tiene cultura. No es  presentable.

En esto de  la revolución civil que me obsesiona un poco, me parece que las  familias  se lo tienen que plantear. Que no es  cuestión de  dinero. Es cuestión de una cierta riqueza de vocabulario, tampoco demasiada.

Las familias tienen que empezar hablando bien en casa. Porque si aprenden a hablar bien en casa, hablarán bien en el trabajo, y no repetirán bisílabos con tanta frecuencia. Quizá hay que empezar poniéndose metas alcanzables y poco ambiciosas. Por ejemplo, en vez de decir eso 15 veces al día, vamos a intentar decirlo sólo 10. Y cuando llevemos así dos semanas, a ver si conseguimos decirlo sólo 8 veces. Y, de ese modo, poco a poco, hasta hablaremos bien.

Y quizá consigamos que este esfuerzo se contagie a los que trabajan con nosotros, a los proveedores y a los clientes.

Y, puestos a soñar, hasta es posible que todos ellos hablen bien en casa y que, cuando vayan con los niños a ver cómo juegan al fútbol, lleguen a pensar que lo importante es participar, como dicen que decía el Barón de Coubertin. Y que, cuando vean que su niño no lleva camino de ser Cristiano Ronaldo, le griten. “¡Ánimo, que tú puedes!” Y de ánimo en ánimo, y de finura en finura, hasta conseguimos que la Ley de Educación -la que sea-  sirva para algo.

P.S.

 

LOS BISÍLABOS

 

  1. Digo lo de los bisílabos porque la palabra  “hostia”, que tiene dos sílabas, se repite de forma abrumadoramente molesta. Ya sabéis que para los católicos, “la Hostia” es el Cuerpo de Cristo.
  2. Por eso, cuando una exclamación puede molestar -de hecho, molesta, y mucho- a gente que tiene unas determinadas creencias, no hay por qué utilizarla.
  3. No puedo creer que haya dos tipos de gente: los católicos y los groseros.
  4. Porque, además, temo que alguno de los groseros sea católico.

 

LA PARIDAD

 

  1. Cuando en el artículo utilizo sólo el género masculino, es porque en castellano se usa ese género para referirse a hombres y mujeres.
  2. Pero quizá debería haber puesto hombres y mujeres, padres y madres, profesores y profesoras, chicos y chicas, etc., porque con frecuencia voy por la calle y oigo a algunas mozas decir cosas que harían enrojecer al carretero que he  citado antes.

 

ES DE BIEN NACIDOS

 

  1. Leo que el Presidente  Zapatero, al acabar la reunión del G-8, que se ha celebrado en l´Aquila, donde hubo un terremoto muy fuerte hace poco, ha dado las gracias a Berlusconi por haberle invitado.
  2. Señor Presidente: eso es buena educación. Quizá le  han llegado  los influjos de mi amigo Enrique. Pero no creo que haya sido eso. Estoy seguro de que se lo enseñaron sus padres. ¡Muy bien, sí señor!

Con tanto viaje, llevo tiempo sin “subir”  a San Quirico. Este fin de semana he subido. Todo está igual. El sábado hizo frío y tuvimos que poner un rato la calefacción.