Es noticia
Los papeles de mi vecino y el señor Mullis
  1. España
  2. Desde San Quirico
Leopoldo Abadía

Desde San Quirico

Por

Los papeles de mi vecino y el señor Mullis

Mi vecino de San Quirico viene alborotado. Ni pide el desayuno. Trae unos cuantos papeles arrugados en la mano. (Su sistema de archivo no es muy

Mi vecino de San Quirico viene alborotado. Ni pide el desayuno. Trae unos cuantos papeles arrugados en la mano. (Su sistema de archivo no es muy sofisticado). Me grita: “Pero estos tíos, ¿de dónde han salido?”

 

Siempre que habla de “estos tíos” se suele referir a los que nos gobiernan y, como dice él, “también a los otros”.

 

Y sigue: “¿De dónde los sacan?” Como se puede ver, los matices de mi vecino son muy sutiles. Primero se pregunta de dónde salen y luego de dónde los sacan. En una de éstas se interesará por el proceso de selección y se meterá con los head-hunters.

Todo esto viene a cuento de las anchoas del Presidente Zapatero, de los trajes (¡de Milano!, dice mi amigo) y de los bolsos de Dª Rita, que a mí me ha parecido siempre una señora simpaticota, maja, a la que no le pega mucho ir con un bolso de Louis Vuitton.

Doña Rita ha dicho que “todos los políticos de este país, del primero al último, reciben regalos”. Y luego ha dicho algo así como que a los políticos “gordos” les regalan cosas más gordas.

Y esto, a mi vecino le pone nervioso. Lo de las anchoas de Zapatero le parece llevable. Lo de los trajes de Milano, cutre. En lo del bolso, quiere enterarse primero de si es bueno o está comprado en un top manta. Y esto lo dice porque en esos sitios te encuentras cosas muy aparentes, que, bien envueltas, pueden dar el pego.

En esto coincido con mi amigo. Me contaron el caso de señoras que van a Loewe y se compran un bolso bueno, pero bueno de verdad y auténtico.

Y que, como en frente de Loewe hay un señor que vende gafas Chanel, Prada y Christian Dior y que asegura por sus antepasados que la señora Chanel, el señor Dior y la familia Prada las han garantizado, se compran unas gafas de esas por 3 euros, al contado, y se van a casa tan contentas, dispuestas a presumir con sus últimas compras de X euros (el bolso) + 3 (las gafas).

Pero mi amigo saca más papeles. Ahora quiere que lea un artículo en que dice que la frase más constantemente repetida por los dirigentes de un determinado partido político en sus discursos y documentos es que “política es pedagogía”. Y, además, el autor del artículo dice que esto está copiado del título de un libro de 1933. Y mi amigo está que trina, porque dice, gesticulando, que estos chicos no inventan nada y que cada vez copian más y de cosas más antiguas.

Cuando no sé qué quiere decir algo, voy al Diccionario de la Real Academia. ¡Pero mi vecino ya ha ido! Y me dice -éste es el tercer papel que lleva- que, según el Diccionario, pedagogía es “lo que enseña y educa por doctrina o ejemplos”.

Y por ahí no pasa. Y yo tampoco. Puede ser que en 1933 esto fuera verdad. Fue el año en que nací, por lo que no tengo datos de primera mano. Pero hoy, NO ES VERDAD.

Y mi amigo, con la cara roja, dice cosas tales como “¡Qué pedagogía ni qué niño muerto! Pero si estos mozos no pueden enseñar nada a nadie!”

Y como está lanzado y en el bar se ha hecho un silencio sepulcral, continúa de un tirón: “¡Lo mejor que podían hacer es estar callados e ir a lo suyo, que eso lo hacen muy bien! Lo que pasa es que van a lo suyo y, además, hablan. Y como dicen tantas tonterías, uno aprende a leer la prensa y pasa de la primera página a la 26 en un abrir y cerrar de ojos, porque para leer lo que dicen, prefiero entretenerme con lo de la Vuelta a Francia.”

 

En confianza, yo si fuera Director de algún periódico, estaría preocupado. Porque, a poco inteligente que sea la gente (y la gente es mucho más inteligente de lo que estos chicos piensan), no leerán NADA de lo que digan, porque es una absoluta pérdida de tiempo.

Acabamos de desayunar. Ha sido un desayuno un poco agitado.   Llego a casa. Me encuentro a Helmut, mi perro. Está jugando con un periódico. Como, además de jugar, se lo come, le quito el periódico.

No tenía que haberlo hecho, porque, sin querer, he salvado una entrevista que le hacen a Kary Mullis en La Contra de la Vanguardia. Vosotros tampoco sabéis quién es Kary Mullis. En la entrevista dice que es Premio Nobel de Química, y, hasta ahora, los Premios Nobel eran gente que sabían de lo que hablaban.

Pues este señor va y se refiere al cambio climático, aquel del que nuestro Presidente dijo “¡han saltado las alarmas!” (o así. No tengo la frase exacta. Supongo que él, tampoco.)

Y don Kary dice que “hacer cualquier predicción sobre lo que va a pasar y comenzar de forma tan osada un debate implicando a nuestra humilde especie en todo este complejísimo proceso y darle un papel protagonista y decisivo al suponer que somos capaces de cambiar el clima, es más que osado…¡es penoso!”

Es lo que me faltaba. Que la pedagogía, además, fuese falsa. Menos mal que mi vecino no lee La Vanguardia.

Confiemos en que el Premio Nobel no tenga razón. Pero me da mala espina cuando el periodista le pregunta si se da cuenta de lo que dice y él contesta: “Yo soy científico”.

 

Y uno, que, a veces, tiene el colmillo un poco retorcido, piensa que lo que ha querido decir es “yo no soy político”, pero que como no es de aquí, no ha sabido decirlo en castellano.

Mi vecino de San Quirico viene alborotado. Ni pide el desayuno. Trae unos cuantos papeles arrugados en la mano. (Su sistema de archivo no es muy sofisticado). Me grita: “Pero estos tíos, ¿de dónde han salido?”