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Globalizar la decencia
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Leopoldo Abadía

Desde San Quirico

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Globalizar la decencia

Como la semana pasada me quedé sin contestar a la pregunta que me hizo un chaval sobre cómo ser bueno y no ser tonto, y le

Como la semana pasada me quedé sin contestar a la pregunta que me hizo un chaval sobre cómo ser bueno y no ser tonto, y le prometí que lo pensaría,  pues lo he pensado.

Pero siempre me pasa lo mismo: que empiezo a pensar una cosa, luego me voy por las ramas, después por otras ramas y, al final, acabo diciendo aquello de “¿a qué venía todo esto?”.

Mi mujer suele contar cosas de su abuela. Parece que un día, aquella señora, a sus 90 años bien cumplidos, hablaba con otra señora, más o menos de la misma quinta. La otra señora se llamaba Santos, por aquello de que cada uno se llama como quiere. Las dos eran bastante sordas. De vez en cuando, en plena conversación, se callaban las dos. Al cabo de un rato, la abuela de mi mujer decía: “Santos, ¿de qué estábamos hablando?”. Y la buena de doña Santos contestaba: “¡y yo qué sé, hija mía!”. Y seguían felices.

Ya me he ido por las ramas. Pero las ramas, en esta ocasión, me llevan a otra pregunta que me hicieron en otra conferencia: “¿cómo se globaliza la ética?”.

Pregunta llena de sentido común, porque si hemos globalizado la falta de ética y nos hemos dado cuenta de que eso nos ha llevado a la situación actual y vemos que, o nos volvemos éticos o no hay nada que hacer, será que hace falta globalizar la ética.

El tema parece que es difícil, porque todos sabemos que es más cómodo ir cuesta abajo que cuesta arriba. Y, además, hemos ido cuesta abajo a una velocidad tan grande que para frenar y hacer marcha atrás y subir lo que hemos bajado, hace falta mucho esfuerzo. Y muchas ganas.

Oigo hablar de ética, de moral, de decencia, y pienso que todo es lo mismo y que utilizamos cada palabra según nos venga a la cabeza. Como a mí me gusta mucho el Diccionario de la Real Academia Española, me pongo a buscar significados. El Diccionario dice que:

Ética es una cosa “recta, conforme a la moral”.

Moral es la “ciencia que trata del bien en general, y de las acciones humanas en orden a su bondad o malicia”.

Decencia: “dignidad en los actos y en las palabras”.

O sea, que, cuando dicen que falta ética, quieren decir que no se hacen cosas rectas, conformes a la moral, o sea, que se ignora o se desprecia (más bien esto último) el bien en general y que de la dignidad no se preocupa nadie.

Y si a eso le unes lo de la bondad o malicia de las acciones, entiendes que lo que se ha globalizado es un cisco y que, o nos enteramos de eso, o nos pasaremos la vida discutiendo sobre si lo bueno es la austeridad o el crecimiento y si el BCE tiene que fabricar euros y, en caso afirmativo, cuántos. (Respuesta fácil: un montón).

Pero claro, pienso yo: si hablamos de las acciones humanas en cuanto a su bondad o a su malicia, quiere decir que hay humanos que hacen acciones, unas buenas y otras malas. Y los humanos somos señores/as individuales, con lo que lo de la globalización de la ética puede entenderse mal.

Porque hay que darse cuenta que la globalización es el resultado de muchas acciones individuales. Lo que pasa es que, como las comunicaciones están como están, o sea, muy bien, y como todos nos enteramos a la vez de lo que hacemos todos, pues o cada uno de los todos se comporta decentemente o ya te puedes ir olvidando, majo, de lo de la globalización de la ética.

Y si te olvidas de eso, olvídate de las soluciones técnicas, porque las soluciones técnicas, llevadas a cabo por sinvergüenzas, resultan eso: sinvergonzadas. Muy técnicas y muy glamurosas. Pero sinvergonzadas.

Nos metemos mucho con las entidades financieras (yo, el primero). Nos metemos con la clase política (yo, el primero). Nos metemos con las patronales, con los sindicatos, con los equipos de fútbol. Y quizá, nos olvidamos (yo, el primero) de que todas esas cosas no existen. Lo que existen son las personas, que, en unos casos, se han reunido para hacer un Banco y, en otros, para hacer el Alcoyano, equipo al que le tenía mucha simpatía y al que ahora le tengo más, porque el otro día conocí al presidente y al vicepresidente, que son majísimos.

O sea, que esto es difícil. Y que en este tramo horizontal en el que estamos después de la caída, que está siendo largo, duro y doloroso, pero que tenemos que convertir en apasionante, o empezamos a ver cada uno cómo andamos de decencia o, chicos, no hay nada que hacer, a pesar de lo que diga el pobre Rajoy, el pobre Rubalcaba, la pobre Merkel, el pobre Hollande y hasta el paupérrimo Sarkozy, que, después de dar tantas vueltas por el mundo y a tanta velocidad, cambió de mujer y se ha quedado sin empleo.

Sigo diciendo que hay que hacer la revolución civil. Pero esa revolución empieza por dentro de cada uno. Y si por dentro de mí, pienso que da lo mismo decir blanco que negro, jurar que es de día siendo de noche y mentir con toda la paz del mundo, mientras meto la mano en la caja ajena con gran naturalidad, señores, no hay solución.

Y, por eso, si no estamos decididos a hacer lo que los sofisticados llaman la regeneración moral y que consiste solo en que cada uno intente distinguir el bien del mal y, como consecuencia, se esfuerce por hacer el bien, que no me vuelvan a preguntar cuándo se acabará esto. Porque tengo la respuesta clarísima.

Nunca.

P.S.

1. Cuando Miguel Sebastián era Ministro de Industria, nos quiso regalar a cada español una bombilla de bajo consumo. A mí no me llegó y me tuve que comprar una.

2. Pienso que José Manuel Soria, el que sustituyó a Sebastián, nos podía regalar a cada español un espejico, para que nos pudiéramos contemplar detenidamente y, mirándonos a los ojos, decidir de verdad si somos decentes, éticos, morales o francamente mejorables en los tres campos, que son el mismo.

3. Es posible que Soria piense que, en la situación actual, no estamos en condiciones de comprar -y pagar- 47 millones de espejos. Pero D. José Manuel, las prioridades son las prioridades. Y lo de la bombillica de su antecesor podía ser discutible. Lo de la decencia, no.

4. Por aquello de la patafísica (yo pienso en una cosa y tú me hablas de la misma), en el momento en que acabo este artículo, recibo un mail de un amigo mío, con una lista de 127 políticos que están imputados por cosas no recomendables.

5. Aquí pueden ocurrir dos cosas:

Que 126 sean inocentes, en cuyo caso solo habría que inhabilitar a perpetuidad a uno.

Como la semana pasada me quedé sin contestar a la pregunta que me hizo un chaval sobre cómo ser bueno y no ser tonto, y le prometí que lo pensaría,  pues lo he pensado.