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Leopoldo Abadía

Desde San Quirico

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¿Trabajar más?

Cada día pasa algo. A algunos, esto les intranquiliza. A mí me apasiona, porque cuando recojo La Vanguardia a la puerta de mi casa, o me

Cada día pasa algo. A algunos, esto les intranquiliza. A mí me apasiona, porque cuando recojo La Vanguardia a la puerta de mi casa, o me la dejan colgada del pomo de la puerta en el hotel Los Galgos, en Madrid, lo hago con nerviosismo exultante, pensando lo que habrá pasado, lo que habrá dicho no sé quién o lo que le habrán dicho a no sé quién.

Esta semana me he entusiasmado, porque las noticias vienen a pares, o a triples, o a cuádruples.

Empieza Juan Roig, a quien conozco de lejos, porque le vi en Valencia el día que reapareció José Tomás, lo cual indica que el señor Roig, además de ser un buen empresario, tiene muy buen gusto. Pues va y dice que “tenemos que trabajar todos más o España será intervenida”:

De la gente que me encuentro. a casi nadie le afecta lo de la intervención, porque no saben lo que es, y a casi todos les molesta lo de trabajar más, porque sí que lo saben. Y todos dicen eso de “¿qué se cree ese señor? ¡que trabaje él!”.

Lo malo es que ese señor trabaja y tiene muchas personas que, si no fuese por él, no tendrían trabajo y lo de trabajar más no es una improvisación suya, porque no hace más que repetirlo. O sea, que lo debe tener muy pensado y muy vivido.

Yo pienso que no hay que trabajar más horas (el que no las trabaje, sí, por supuesto.) Lo que hay que hacer es que cada hora de trabajo sea una hora de trabajo, bien empezada, bien desarrollada, bien terminada.

Cuando empecé a trabajar en el IESE, tuve la suerte de que me nombraran adjunto a la dirección general. La suerte no fue el nombramiento. La suerte fue que el director general era Antonio Valero.

Al cabo de pocos meses de estar allí, comentaba con él algo que había oído sobre “el éxito fulgurante del IESE”. Antonio, como siempre, me dejó hablar -escuchaba muy bien- y, cuando acabé, me dijo: “mira, Leopoldo, de fulgurante, nada. El éxito del IESE es la demostración de lo que pueden hacer veinte personas normalmente inteligentes, trabajando en serio ocho horas diarias”

Si esto fuera verdad, que lo es, habría que hacer un repasillo de nuestro día, descontando de las ocho horas diarias, o de las diez o de las doce, cosas que hacemos a lo largo de esas horas. Aquí es cuando hay que decir eso de que menos café y menos corrillos. Pero más importante es pedir más concentración, que es lo que hacen los porteros de fútbol con mala cara cuando un defensa se ha puesto a pensar en las musarañas y el otro equipo  les ha metido un gol.

Puede ser que eso se  llame “aumentar la productividad”. En mi tierra, eso se ha llamado siempre trabajar bien. Y me parece que, en ese terreno, todos tenemos que aprender bastante.

En la comida de Espasa, con motivo de la Feria del Libro, me encontré con un autor, sofocado por la fecha de entrega del manuscrito a la editorial, cosa que me hizo simpatizar en el acto con él, porque eso ya me lo sé yo, que lo he sufrido. Hablando de  cómo trabajaba, me dijo que había decidido trabajar horas completas, poner el temporizador de su móvil en una hora determinada y no hacer otra cosa hasta que sonara la Marimba, que es el sonido que tiene instalado en el iPhone. Y me decía que así, durante ese rato, no hacía otras cosas que le apetecían, aunque, “externamente”, si alguien le vigilara, podría parecer que trabajaba. Cosas tales como llamar por teléfono, mirar si le ha llegado correo, comprobar un dato en vez de apuntarlo con otros que también tenía que comprobar y dedicar luego una hora a las comprobaciones.

Me dijo: “Seguramente, este ´descubrimiento´ es una tontería, pero cuando me olvido, mi productividad baja. Y si mi productividad sube, resulta que ´fabrico´ más páginas en menos tiempo, y el tiempo que me sobra, puedo dedicarlo a corregir lo que he escrito y afinar todo lo afinable. Después, si el libro sale mal, no es cuestión de productividad. Es cuestión de que el fabricante del producto (yo) no da más de sí”.

Aquel día entendí mejor lo de trabajar más. Y cuando, al día siguiente, me encontré con una chica joven que me dijo que trabajar 8 horas no es lo mismo que trabajar 7 horas y media, pensé que la revolución civil, esa que quiero hacer en España, tiene esa característica: trabajar bien.

Y en estos momentos, más. Porque con lo mal que están las cosas y la competencia que hay, el que trabaje chapuceramente se hundirá (gracias a Dios) y le echará la culpa a  la crisis.

P.D.

1. No he hablado de la intervención, porque España está intervenida desde el 12 de Mayo de 2010. Desde entonces, hemos hecho severos planes de ajuste, hemos cambiado la Constitución, nos hemos metido con los bancos (ya iba siendo hora), recibimos visitas de gente de organismos internacionales que no vienen precisamente a tomar el sol, y nos pasamos el día mirando a Bruselas.

2. Po tanto, en cuanto a la posible intervención, no hay que preocuparse. Ya estamos intervenidos.

3. No he hablado del rescate, o sea, de que alguien eche dinero a los bancos para que, de una vez, se aclare qué es lo que pasa.

4. No he hablado de la amenaza del señor Goirigolzarri, que, asesorado por Goldman Sachs (uff…) dice que, o 23.000 millones o no juega y se va a su casa, que ya tiene otras ofertas.

5. Pero sí quiero decir que sigo viendo ejemplos de personas a las que les falta un hervor. Me encuentro con que la señora Sáenz de Santamaría vuelve de Washington, donde ha ido a la reunión del Club Bilderberg y, de paso, a otros organismos internacionales, y dice: “marcaremos el paso porque este país no se arredra ante nada, lo ha demostrado en el pasado y lo va a hacer ahora”. ¡Sí, señora! ¡Ya iba siendo hora de que alguien dijera algo así!

4. ¡Dios mío! ¡Y esta  es la Vicepresidenta! ¿Cómo serán los/las demás?

Cada día pasa algo. A algunos, esto les intranquiliza. A mí me apasiona, porque cuando recojo La Vanguardia a la puerta de mi casa, o me la dejan colgada del pomo de la puerta en el hotel Los Galgos, en Madrid, lo hago con nerviosismo exultante, pensando lo que habrá pasado, lo que habrá dicho no sé quién o lo que le habrán dicho a no sé quién.