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El señor Egea, España y el calcetín
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Leopoldo Abadía

Desde San Quirico

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El señor Egea, España y el calcetín

Estoy en pleno road show. He sacado un libro y ahora hay que venderlo. Aquello de que "el buen paño, en el arca se vende", está

Estoy en pleno road show. He sacado un libro y ahora hay que venderlo. Aquello de que "el buen paño, en el arca se vende", está muy pasado de moda. Ahora hay que sacarlo del arca e intentar moverlo por ahí, para que la gente se entere de que existe el paño y de que tú dices que es bueno, y para que se animen a comprarlo.

Me hacen muchas entrevistas. Al cabo de unas cuantas, llega un momento en que no sabes si eso que estás diciendo se lo has repetido varias veces en la misma entrevista al mismo periodista, o si se lo dijiste ayer a otro. Pero como los periodistas con los que hablo son buena gente, sonríen y ponen cara de estar oyendo una novedad.

Las preguntas son las normales, las que nos hacemos todos desde hace unos años: el rescate, la prima de riesgo, los presupuestos, el déficit... todo eso.

Pero me ha sucedido una cosa curiosa: que, en varias ocasiones, me han preguntado por el señor Egea. Alguien hasta me ha preguntado si existió. Pues sí, gracias a Dios, existió. 

Y decido hacer una cosa que no sé si está bien, que es copiar tres párrafos de mi libro, que, por cierto, se titula "El economista esperanzado" (digo el nombre porque "yo he venido a hablar de mi libro" y, o doy el título, o la gente comprará otros libros, y si los compara con el mío, igual esos otros le gustan más).

Copio:

"...se me va la cabeza a Zaragoza, segunda mitad de los años cincuenta. Mi padre acababa de fallecer. Mi madre administraba un patrimonio que le daba para vivir. No le sobraba, pero no le faltaba. Cuando tenía alguna duda sobre alguna inversión, iba al difunto Banco Zaragozano, a la oficina principal, y hablaba con el director de la oficina, el señor Egea, que  le aconsejaba. Curiosamente, en los muchos años que fue a verle, el señor Egea le dio siempre consejos honrados, que siempre dieron buenos resultados.

No sé si habrá muchos señores Egea en la actualidad. Seguramente los habrá, pero no lo sé. Me temo que hay mucho 'pájaro' suelto por ahí, que, a base de poner objetivos brutales a los que podían ser señores Egea, se los han cargado y han hecho de ellos pequeños sinvergüenzas".

Y sigo copiando:

"Por supuesto, la responsabilidad de lo que yo hago es mía. Y la responsabilidad de lo que hace el que podía haber sido señor Egea -hombre competente, honrado, noble, sincero - y se ha convertido en 'pseudo señor Egea' -incompetente, deshonesto, traidorcete y mentiroso- es suya y solo suya. Pero, profundizando un poco, no demasiado, descubres que el auténtico señor Egea tenía claro lo que estaba bien y lo que estaba mal. Y eso es algo que no todos tienen claro en los tiempos que corren".

Se acabó la copia.

Ya sé que con lo de la revolución civil me estoy poniendo pesado. Ya sé que cuando digo que la revolución civil empieza por mí, y por ti, y por el otro y por el otro, muchos dicen que sí, pero que hay que subir los impuestos a los ricos y que los que tienen que dar ejemplo son los políticos, con menos coches, menos jubilaciones y menos gabelas. Ya lo sé, pero vuelvo a repetir lo de que el que tiene que arreglar mis cosas soy yo. Y a eso le llamo madurar y hacernos mayores.

El señor Egea era un hombre maduro. Y le echo de menos. 

Pienso que debemos conseguir que el ministro de Educación solo tenga un objetivo: que las familias españolas y las escuelas españolas y las universidades españolas "produzcan" muchos miles de señores Egea, todos con un inglés perfecto, cosa que no tenía el señor Egea de verdad, porque en aquel tiempo tampoco hacía mucha falta.

Una vez marcado ese objetivo, y puestos los medios (para lo que es fundamental que los padres y los profesores sean auténticos señores Egea), resulta que ese ministro llegará a su casa y le dirá a su mujer: "Me parece que he empezado a ganarme el sueldo".

Y como premio, podríamos ir a la Fundación Tàpies, que seguro que tienen un modelo de aquel calcetín gigante que querían poner en uno de los Palacios de Montjuic, y regalárselo al ministro, con una dedicatoria: "Para el hombre que ayudó a dar la vuelta a España como un calcetín".

Estoy en pleno road show. He sacado un libro y ahora hay que venderlo. Aquello de que "el buen paño, en el arca se vende", está muy pasado de moda. Ahora hay que sacarlo del arca e intentar moverlo por ahí, para que la gente se entere de que existe el paño y de que tú dices que es bueno, y para que se animen a comprarlo.