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Como una empresa
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Leopoldo Abadía

Desde San Quirico

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Como una empresa

Yo siempre he pensado que dirigir un Gobierno es como dirigir una empresa. Pero como mucha gente dice que no y pienso que ellos saben, no

Yo siempre he pensado que dirigir un Gobierno es como dirigir una empresa. Pero como mucha gente dice que no y pienso que ellos saben, no lo digo muy alto, para que no me tachen, una vez más, de ignorante.

Lo que pienso es muy simple:

En la empresa hay un número uno, con el nombre que queráis: presidente ejecutivo, CEO, consejero delegado, director deneral…

En el Gobierno hay un señor que dirige, cuyo título es ese: presidente del Gobierno.

Si yo soy accionista de la empresa de la que estoy hablando, exijo al responsable que la dirija bien. En este caso, que el precio de venta de lo que vende sea mayor que el coste, y que esa diferencia sirva para pagar todo lo que haya que pagar, y, una vez liquidados los impuestos, yo pueda llevarme algo a casa y dejar el resto en la empresa, para  que no se descapitalice. Una empresa, así, va bien.

Es posible y frecuente que esa empresa necesite que los bancos le presten dinero. Los bancos, o la familia o los amigos de los accionistas, que se fían del responsable y le prestan dinero. (Cuando Ruiz-Mateos necesitó dinero, mucha gente se fió de él y se lo prestó. Luego, la cosa no salió bien, pero como ejemplo, sirve).

La empresa controla la deuda, porque habrá que devolverla algún día y, además, habrá que pagar intereses; y, si se debe demasiado, las cosas pueden estropearse para la empresa, para sus empleados, que pueden irse a la calle, y para mí y otros como yo, que hemos puesto dinero allí.

El que dirige la empresa la organizará de algún modo, siempre en función de lo que quiera conseguir: si quiere exportar pondrá un director de exportación, si quiere que los sistemas y los procesos funcionen bien pondrá un director de eso, etc. Si la empresa tiene muchos productos y mercados distintos, descentralizará. Si es al revés, centralizará. Pero siempre, cuando descentralice, procurará que haya una filosofía común y que todos se sientan partes de un todo y no versos sueltos que, al fin, ni poema ni nada.

Esto de la organización puede tener un problema. Lo he contado alguna vez. Cuando yo trabajaba en el IESE, asistí a una clase que daba otro profesor. El tema era Estructura de Dirección. El profesor fue dibujando en la pizarra un organigrama lleno de cuadritos. Dibujando y dibujando, llenó la pizarra. Y preguntó: “¿qué os parece esta estructura para la empresa que estamos estudiando?”. Hubo intervenciones de todo tipo. Uno de los asistentes se fijó en la figura del director general y dijo: para dirigir una empresa con esa organización hay que tener carisma”. En aquel momento, otro, que normalmente estaba callado y que parecía que no se enteraba, dijo: ¡'carisma, carisma´ es esa organización, con tanta gente mandando!”.

Todos nos reímos. Él, no. Porque quizá no sabía lo que era carisma y entendió que se hablaba de que la organización era carísima, pero nos estaba transmitiendo un mensaje muy serio: como montemos una organización con cientos de cuadritos y, dentro de cada cuadrito, una persona que cobre su sueldo, los gastos fijos serán enormes y como los gastos fijos se pagan con la diferencia entre lo que se vende y lo que cuesta lo que se vende, o subimos precios o bajamos costes… O bien, cambiamos la estructura y nos dejamos de fantasías, que los tiempos no están para fantasías.

Exijo al que dirige mi empresa que haga equipo, porque un reloj con unas agujas preciosas, que cada una decida ir por su cuenta, la grande para adelante, la pequeña para atrás, etc., hará muchas cosas y muy bonitas, excepto una: dar la hora.

En España somos unos cuantos millones de accionistas que hemos elegido a unos señores para que nos gobiernen. Hemos elegido a estos porque nos parecía que lo harían mejor que los otros. Y se han puesto a trabajar, hace un año y medio, más o menos.

La situación es complicada, como le ocurre a cualquier empresa que tiene mucha competencia, que tiene algún producto que ya no se vende porque se ha pasado de moda, etc.

El director general de mi empresa, a la que podíamos llamar España, Inc., nombre nada original que ya se les ocurrió a los japoneses hace tiempo, intenta poner en orden las cuentas, que el anterior director general se las dejó un poco liadas.

Poner en orden siempre es doloroso, porque a todos nos gusta un poco la jarana, que es muy divertida, pero que luego hay que pagar.

Y, además, resulta que la empresa no es independiente. Es una filial de una multinacional, y, por mucho que grite el Director General, se calla cuando habla el Presidente de la multinacional.

En la empresa, el director general lucha por formar equipo, y, además, por intentar sacar de todos lo mejor que llevan dentro, porque un equipo cohesionado e ilusionado funciona mejor.

Si el director general tiene un consejo de administración por encima de él, al que tiene que rendir cuentas, es bueno que también el consejo forme un equipo cohesionado, porque si cada uno va a la suya, suceden dos cosas: que acaban no pensando en la empresa, sino en sí mismos, y que le vuelven loco al director general, que se pasa el día templando gaitas en vez de hacer lo que tiene que hacer: vender y ganar dinero.

Hace años, yo estuve en un consejo en el que había dos bandos: los buenos (nosotros) y los malos (ellos). La cantidad de tiempo que perdíamos preparando planes para arrollar al equipo contrario hacía que se nos olvidara para qué estábamos allí.

Y cuando se olvida una cosa tan importante, los accionistas y los empleados tienen derecho a insultarte, porque lo que estás haciendo es una injusticia.

Si el director general anterior sigue yendo por la empresa porque es amigo del portero del edificio y le sigue dejando pasar, y en vez de sonreír a todos, tomarse un café con uno, cotillear un poco -lo justo- con otro e irse al cabo de 15 minutos, se dedica a distraer a todos y a decir que antes, cuando él estaba, qué bien iban las cosas, mientras que ahora, que no está, qué mal van las cosas, un día se encontrará con que han cambiado de portero y que el nuevo portero del edificio tiene una lista de personas non gratas, encabezada y finalizada por él, porque non grato sólo hay uno, él, y que le piden por favor que se vaya a tomar café al bar de enfrente, donde tiene todo pagado.

Nuestra empresa, España, Inc., está en una situación difícil. Como todas. Nos han despertado de un sueño, que era eso: un sueño.

Y cuando te despiertas de un sueño, en el que todo era de color de rosa y te casabas con la guapa, resulta que descubres que todo sigue siendo como siempre, o sea, gris rosáceo, y que no te casas.

Ahora, el consejo de España Inc. tiene que apoyar al director general.

Y los accionistas, también. Hubo accionistas, muchos, que no le eligieron, pero lo de la democracia tiene esas cosas: que unas veces ganas tú y otras veces gana el otro.

Dicen que el Estado es diferente de la empresa. Puede ser, porque en una empresa no se toleraría la rebelión de los empleados, varones o hembras, exigiendo cada uno sus derechos y olvidando alguna obligación que otra. No se admitiría que hubiera uno -he dicho uno, no dos o tres: uno- que metiera la mano en la caja y si hubiera uno -he dicho uno- en esa situación, primero se le echaría a la calle y luego se discutiría si el despido era procedente, improcedente o mixto. Y la discusión se podría alargar lo que se quisiera. Pero el tipo ese, a la calle.

En España, Inc. tenemos deudas, casi un millón de millones, como lo que producimos. O sea, somos una empresa que produce un millón y debe un millón (de millones, claro). Pues ya se ve que igual nos podemos endeudar más, pero que mejor que no.

¿Bajar los impuestos? Me encantaría, porque si bajamos los impuestos, las empresas se animan, empiezan a trabajar, a ganar dinero y los impuestos se reaniman, porque hay más empresas pagando.

Me parece fenomenal, pero no sé si podemos, porque si bajan los impuestos, bajan hoy y si se recuperan las empresas, es mañana y de hoy a mañana ha aumentado el déficit, y lo que hemos ganado lo perdemos, y hay que financiar ese déficit unos meses, o algún año que otro. Y más recortes, y más deudas, no, por favor.

Sigo con mis ideas fijas. La Administración pública, el modelo de Estado, el comportamiento de la Administración central y de cada una de las 17 comunidades autónomas más Ceuta y Melilla. Veo que poco a poco van metiendo la tijera. Lo de los ayuntamientos pequeños, quitándoles competencias para dárselas a las Diputaciones, me parece un procedimiento para resucitar a estas últimas. Igual será bueno, pero tampoco estoy seguro. Es que no estoy seguro de nada.

Y de ahí deduzco que Rajoy y sus ministros tampoco están seguros de nada. Ni la oposición. Ni los partidos periféricos, que gritan, mientras sus autonomías siguen viviendo del FLA, o sea, de los 'hispabonos'.

Y por eso, pienso: ¿por qué no dejamos dirigir España a los que hemos elegido para dirigir España?

José María Aznar siempre me ha caído muy bien. Ana Botella, su mujer, alcaldesa de Madrid, aún me cae mejor. Pero Ana, por favor, dile a José María que ahora no es el momento de hablar. Que seguro que, si volviera, lo haría bien. O no. Como todos. 

Que lo estamos pasando mal, sí. Que esto no es la 'purga Benito', también. (Te purgas y ya está). No. Esta es una purga dolorosa y larga. Pero dejemos que gobierne el que gobierna, que para eso le pagamos el sueldo. Es verdad que todos llevamos un seleccionador nacional dentro. Todos sabemos a quién hay que poner en el equipo nacional. Pero, al final, el único responsable hoy se llama Vicente del Bosque.

Pues hoy, el único responsable se llama Mariano Rajoy, que está emparedado entre la presidenta de Europa, Inc. y los accionistas de España Inc.

Me parece muy bien que la oposición se oponga, que para eso está. Con cabeza, como es natural, porque muchas veces  las oposiciones se oponen sin cabeza y dicen tontadas.

Pero que se opongan los de tu familia, y, además, en público, me parece muy triste. Porque no ayudan nada. Porque si te callas, los periódicos dicen que Rajoy se muestra indiferente con Aznar”.

Y como los de tu equipo también hablan, en seguida la hemos liado y vuelve a estar en marcha ese gallinero que es cualquier partido político que se precie. (No sé de qué se precian, pero se precian).

Empecé el artículo hablando de si el Gobierno de un Estado era como el de una empresa o no. Sigo sin aclararme. Pero, mientras me aclaro, he llegado a dos conclusiones:

Yo siempre he pensado que dirigir un Gobierno es como dirigir una empresa. Pero como mucha gente dice que no y pienso que ellos saben, no lo digo muy alto, para que no me tachen, una vez más, de ignorante.

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