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Yo también tengo normas
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Leopoldo Abadía

Desde San Quirico

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Yo también tengo normas

Mis suegros, padres de 10 hijos, eran majísimos. Cuando empecé a ir a su casa, me resultaba difícil orientarme (era hijo único). Poco a poco, me fui

Mis suegros, padres de 10 hijos, eran majísimos. Cuando empecé a ir a su casa, me resultaba difícil orientarme(era hijo único). Poco a poco, me fui acostumbrando, y, ahora, cuando en San Quirico no hay 20 personas, entre hijos, nietos y amigos, tengo una sensación angustiosa de soledad.

En casa de mis suegros había normas. La gente puede pensar que eso es lo natural en una familia numerosa. Yo también lo pensaba hasta que me casé, los hijos fueron llegando y nuestra casa se convirtió en lo que un periodista calificó de "caos organizado". Ni normas, ni nada. Y las que podía haber, no estaban escritas, con lo cual era más fácil cambiarlas.

Una de las normas de mis suegros era que en las comidas no se podía hablar ni de religión ni de política. Les debía de dar miedo que las discusiones se enconasen y que los hermanos se olvidaran de lo principal, que era quererse. Cuando ahora les veo reunirse una vez al año simplemente para demostrar y recordar que siguen siendo hermanos, me hace mucha ilusión.

Ya he dicho que en mi casa no hay normas. Las comidas siempre son una sorpresa, porque nadie sabe sobre qué se va a discutir en cuanto sirvan el primer plato(en cuanto lo sirvan los hombres, porque en mi casa, las mujeres no se levantan a la hora de comer,una norma).

Con tanta gente, cada uno piensa como quiere y, peor aún, lo dice. Digo "peor aún"porque, de vez en cuando, alguno "se tira a la piscina"y dice muy serio algo que hace estallar la discusión inmediatamente. Y, además, lo hace con toda la intención, porque, muchas veces, me mira y me guiña un ojo, como diciendo: "Ya verás cómo entran al trapo".

Y entran. Siempre. No hay trapo que se quede ondeando en el aire. Entran.

Ayer, no sé por qué, se me ocurrió decir una palabra: Rajoy. ¡Nunca lo hubiera hecho! Había bastantes no partidarios del pobre Mariano: porque nos engañó en el programa electoral, porque se pliega a todo lo que diga la jefa Merkel, porque es gallego y ejerce, por lo de Bárcenas y los pagos en negro…

Mis hijos tienen una ventaja: que dicen lo que piensan y que, además, lo dicen gritando y con cara de que se lo creen. Así no tienes ninguna duda: son transparentes como el agua de un arroyo cristalino.

Alguno no es imparcial, porque los recortes le han llegado al alma, pasando por el bolsillo.

En la discusión, mi mujer y yo no solemos intervenir. De vez en cuando, nos miramos y sonreímos.

En plena cena, iban llegando otros hijos, que se incorporaban en marcha a la discusión, sin saber muy bien de qué iba. Pero como el objetivo era discutir, tampoco tenía mucha importancia el tema.

Me gustó que nadie se metió con nadie en lo personal. Ninguno dijo a otro: "Claro, como a ti te van bien las cosas..."No. En el fragor de la batalla dialéctica, había una norma (ya llevamos dos): la del respeto a la persona con la que no estás de acuerdo.

En mi casa, se bendice la mesa al empezar a comer o a cenar. Por tradición, bendice el más pequeño que sepa hacerlo (más normas). Al acabar, damos gracias. Esa oración la rezo yo y marca el momento en que el que tenga sueño o ganas de irse, se va.

Ayer, cuando la discusión estaba en todo su esplendor, mi mujer dijo: "¿Rezamos?". Todos se callaron, yo di gracias, ella se levantó, dijo buenas noches, echó un beso a todos porque si se pone a besuquear uno por uno, aún estaría, y se fue. Aguanté cinco minutos y también me fui. Una de las hijas, cuando me iba, me dijo en voz muy baja: "Cobarde, sacas el tema y te largas sin decir lo que piensas". A esa sí que le di un beso.

Me quedé en el despacho unos veinte minutos, contestando unos correos que me habían llegado. Salí y me encontré a los discutidores tumbados en unossillones muy cómodos que tenemos, viendo la tele y riéndose juntos.

Y me fui a la cama feliz.

Porque, en casa, cada uno piensa lo que quiere y cada uno habla cuando quiere. Pero como se quieren, se respetan.

Estamos a punto de volver de vacaciones. El juez Ruz ha cogido unos días para descansar. Rubalcaba calienta motores para ir a por Rajoy vía Bárcenas. El matrimonio Rubalcaba me cae bien. Como no tienen hijos, es una pareja a la que invitaría a cenar a San Quirico, sin normas ni guion preescrito. Y nos reiríamos y, después de dar gracias, ni mi mujer ni yo nos iríamos a dormir porque los invitados siempre se merecen un respeto, y nos quedaríamos hasta las tantas hablando todos y de todo, antes de reírnos juntos viendo la tele.

Siempre he pensado que los políticos que se atacan violentamente, cuando se encuentran en un bar, se dan un abrazo y se toman un café juntos. No sé si todos, porque algunos se toman lo del odio en serio. Pero creo que bastantes, porque como, de un modo u otro, son empleados de la misma empresa (la nuestra), tienen que confraternizar.

Lo que no me gusta es la sensación que dan de odio a muerte, porque como la gente es como es, o sea, somos como somos, a veces podemos pensar que hablan en serio y nos lo creemos. Y decimos que si Griñán está metido en lo de los ERE andaluces, es un impresentable(palabra que, por lo menos, en mi familia, se ha convertido en la palabra del verano.) Y si Bárcenas y Millet son lo que parecen, son unos impresentables. Y si no te unes a la cadena humana de la independencia, que va a rodear Cataluña, llegando si te descuidas a La Rioja y Cantabria, no eres un buen catalán(certificado que no sé dónde se expide ni qué condiciones has de tener para conseguirlo).

Todo lo que conduzca a desunión, a insultarse, a enfrentarse con el otro es malo, aunque me juren que es bueno y que conviene recordar todo lo que no se sabe si nos hicieron, pero que hemos decidido que nos lo hicieron. Y es muy malo -lo he dicho mil veces, y lo repetiré otras mil- lo de "yo perdono, pero no olvido", porque eso significa que no perdonas.

Me molesta el odio y la ceporrez. Ahora, una pobre señora que trabaja como delegada del Gobierno en Madrid ha tenido un accidente de moto, muy grave. Algunos tuits son repugnantes. Dicen que Twitter es una red social. Red, puede ser, pero social, no. Porque con semejantes socios no quiero estar.

A esa gentuza, que se esconde en el anonimato, no la invitaría a cenar. Y si vinieran, no les dejaría hablar, porque nos estropearían la cena con su baba asquerosa y, lo peor, no podríamos reírnos juntos, viendo la televisión.

Que yo también tengo normas.

Mis suegros, padres de 10 hijos, eran majísimos. Cuando empecé a ir a su casa, me resultaba difícil orientarme(era hijo único). Poco a poco, me fui acostumbrando, y, ahora, cuando en San Quirico no hay 20 personas, entre hijos, nietos y amigos, tengo una sensación angustiosa de soledad.

Matrimonio Familia Mariano Rajoy
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