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La confesión y otros menesteres
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Leopoldo Abadía

Desde San Quirico

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La confesión y otros menesteres

Tengo un amigo, periodista, muy buena persona, profesional de muy alto nivel, con el que, de vez en cuando, hablo de lo divino y de lo

Tengo un amigo, periodista, muy buena persona, profesional de muy alto nivel, con el que, de vez en cuando, hablo de lo divino y de lo humano, o sea, arreglamos el mundo y, casi siempre, no solo el mundo, sino el cosmos y lo de más allá. No recuerdo de qué hablábamos, pero sí que el periodista me dijo: “La confesión ha hecho mucho daño a la sociedad, porque, por ejemplo, los calvinistas, que no se confiesan, se exigen a sí mismos una reparación, un desagravioque hace que el recomenzar sea mucho más duro. Vosotros, los católicos, os confesáis y a vivir”.

Estábamos con dosgin-tonics(no eran los primeros) y no consideré oportuno contestar, quizá porque los vapores del alcohol hacían que no tuviera la mente suficientemente clara como para meterme en discusiones teológicas.

Pero, una vez que tuve la cabeza en su sitio, o sea, al día siguiente, pensé que el que se confiesatiene que proponerseseriamente, honradamente, o sea, de verdad, arreglar aquel desarreglo, aunque le cueste mucho. Es decir, que si le ha insultado gravemente a alguien, se tiene que proponer no volver a mentarle a su madre. Si ha robado, a devolver lo robado, (no solo a“cumplirsu deuda con la sociedad”después de haber estado site años en la cárcel, saliendo a dormir a casa todos los días y haciendo fiesta los sábados y domingos) y se proponga muy en seriono volver a robar, aunque le cuesteesfuerzo, sangre, sudor y lágrimas.Si se ha acostado con el marido/la mujer de su mejor amiga/o, porque para eso están los/las amigos/as, que esté dispuesto/a a pegarse una ducha fría, helada, cuando note que el cuerpo se le desmanda. Y si no es bastante, otra ducha.

O sea, que la confesión (con minúscula) es buena si es Confesión (con mayúscula). Si no, es un cuento. Y los cuentos hacen daño, a no ser que sean cuentos para niños.

Estoy en Madrid, presentando mi nuevo libro. Ya se sabe: de la radio a la tele, de la tele a otra tele, de la prensa a otra prensa. Divertidísimo. Un poco cansado, sí. Pero fenomenal. Además, como el libro se titula Cómo hacerse mayor sin volverse ungruñón,no puedo permitirme el lujo de poner mala cara, ni aunque la entrevista sea por teléfono y no se me vea.

En una tertulia en televisión, hablamos de la corrupción. Me acuerdo de lo de“yo he venido a presentar mi libro”,pero como la presentadora y los tertulianos son majísimos, entro en el juego.

Hablamos de muchas cosas: las tarjetas opacas, los viajes de los diputados y senadores a cargo del Congreso y del Senado, respectivamente, y aún nos queda tiempo para comparar la situación española, en este terreno, con la de otros países, e incluso, para que yo me entere de que hay un crío en Podemosque debe ser uncrackpor la cantidad de cosas que ha hecho en su vida. Parece que tiene que hacer un proyecto para una universidad y que no le llega el tiempo. Y quieren que devuelva el dinero de la beca o que no lo cobre. A mí me parece que eso no es corrupción. Es que este chaval ha calculado mal y la vida no le da para tantas cosas.

Estando así, ya se me ha olvidado la presentación de mi libro y estoy pasándomelo muy bien.

Y de repente, me sorprendoporque uno de los tertulianos, periodista, tan buena persona y tan buen profesional como mi amigo, repite palabra por palabrael argumento de que la confesión tiene una gran parte de culpa en lo de la corrupción. Repite lo del calvinismo, lo que me desconcierta, no porque dude de cuál debe ser mi respuesta, sino porque me extraña que dos personas, que quizá ni se conocen, repitan textualmente el mismo argumento. Pienso que, o se le ocurrió al primero que me lo dijo, lo hizo correr por ahí y el otro lo copió, o es algo que alguien ha dicho y les ha convencido a los dos.

Como esta segunda vez no tengo más que un vaso de agua delante, porque en las teles no ponengin-tonics, no vaya a ser que los tertulianos, animados por el alcohol, se enzarcen a bofetadas o, llorosos, se abracen y acaben cantando elAsturias, patriaquerida”,le contesto lo que he puesto en un párrafo anterior. Que si la confesión es Confesión, es muy buena. Y si no, es una soberana pérdida de tiempo, que nunca he entendido, porque si quiero seguir haciendo fechorías porque hay que ver lo que me gustan, ¿para qué hago el paripé?

Se acaba el tiempo de la tertulia en la tele, que me ha resultado muy corta y agradabilísima, porque poder discutir con personas que piensan distinto y que una me escucha y yo le escucho, es una gozada.

Para colmo, la presentadora, con muy buen hacer y mucho cariño, ha hablado de mi libro. ¿Qué más puedo pedir?

Al día siguiente,chat.Preguntas a las que tengo que contestar de modoconciso ysencillo”,según las instrucciones que me da mi hijo Gonzalo, que me conoce a fondo. Me defiendo bastante bien. Hablo despacio, procurando no liarme con explicaciones enrevesadas, porque la periodista que escribe lo que yo digo se puede perder con mis elucubraciones.

Una de las preguntas es:“¿Usted cree, encontra de la opinión mayoritaria, que hay vida después de la muerte?”

Contesto dos cosas:

  1. Que estoy convencido de que no es la opinión mayoritaria.
  2. Que, por supuesto, creo que hay vida después de la muerte.

Tengo un amigo, periodista, muy buena persona, profesional de muy alto nivel, con el que, de vez en cuando, hablo de lo divino y de lo humano, o sea, arreglamos el mundo y, casi siempre, no solo el mundo, sino el cosmos y lo de más allá. No recuerdo de qué hablábamos, pero sí que el periodista me dijo: “La confesión ha hecho mucho daño a la sociedad, porque, por ejemplo, los calvinistas, que no se confiesan, se exigen a sí mismos una reparación, un desagravioque hace que el recomenzar sea mucho más duro. Vosotros, los católicos, os confesáis y a vivir”.

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