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Leopoldo Abadía

Desde San Quirico

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Elegancia

Veo muchas personas no majas, no finas, no educadas. Las veo en puestos importantes. Las veo 'triunfar', aunque de triunfo, nada. Las veo ganar -cobrar, porque no se lo ganan- mucho dinero

Foto: Varias personas se reflejan en una ventana de cristal. (Reuters)
Varias personas se reflejan en una ventana de cristal. (Reuters)

Sucedió hace mucho tiempo. El protagonista falleció en los años 50. Me lo han contado ahora. Era un hombre de negocios. Trabajaba mucho, se jugaba su dinero y creó muchos puestos de trabajo. Le ofrecieron ser miembro del Consejo de una compañía importante. Reunía todas las condiciones. La oferta le vino del presidente del Consejo, que se desplazó al despacho de este señor para hacerle el ofrecimiento.

Le hizo ilusión. Económicamente, no le resolvía nada, aunque la remuneración no era despreciable. Conocía a unos cuantos consejeros… sobre todo a uno. Cuando dijo su nombre, el presidente carraspeó. Algo había pasado con aquella persona, le habían "sugerido" que abandonase el Consejo y... habían pensado en él para sustituirle.

Allí se acabó la conversación. Este señor –repito, SEÑOR–rechazó amable, pero tajantemente, el ofrecimiento. "No puedo aceptar el puesto que, por la razón que sea, ha dejado vacante mi amigo".

Desde que me lo contaron, he pensado mucho en la elegancia de esta persona. No hablo de la ética. Hablo de la elegancia, de la finura, de la delicadeza. Y como no son características que estén de moda y lo que se lleva con frecuencia es la zafiedad, la cutrez y la suciedad, me acuerdo de este señor y simbólicamente, porque nunca lo he llevado, me quito el sombrero. ¡Qué nivel!

Hace mucho tiempo que no contrato a nadie. He dicho muchas veces que, cuando lo hacía, intentaba ver si aquella persona era o no era maja. Ya sabía que tenía carrera, que era máster de alguna escuela de negocios de prestigio, que sus aficiones eran la lectura, la música y el senderismo… pero la casilla de "majo" no existía.

Siempre he sido bastante exagerado. En casa se ríen de mí cuando digo que soy el menos exagerado del mundo. Pero pienso que el que no es majo,no es majo. Y el que no es elegante,no es elegante. Y el que no es fino y delicado, es más ordinario que la lija del 4, que el otro día compré y toqué por primera vez en mi vida, porque mi mujer me mandó a hacer la compra y, además de leche, pan, melocotones y nectarinas, todo en grandes cantidades, me encargó lija del 4.

Por eso, me gustaría que en las escuelas de negocios se incluyera la asignatura de majeza, delicadeza, finura y, de paso, educación. Pero aquí hay una diferencia con lo que hacía yo cuando daba clases de Política de Empresa. A mis clases la gente venía sin haber oído hablar de esa materia en su vida, porque los padres, en casa, no hablan de eso y no se preocupan de si sus hijos son o no políticos de empresa. En la nueva asignatura de la que hablo, hay que venir de casa siendo majo, delicado, fino y educado, porque, si no, ya pueden trabajar los profesores del IESE y similares, que fracasarán. Y si fracasan, la gente les echará la culpa a ellos, porque, desde la calle, se ve más a los profesores que a los padres de esos ceporricos.

Hace mucho tiempo que no contrato a nadie. He dicho muchas veces que, cuando lo hacía, intentaba ver si aquella persona era o no era maja

Veo muchas personas no majas, no delicadas, no finas, no educadas. Las veo en puestos importantes. Quizá sustituyeron a amigos suyos en los puestos que ahora ocupan, sin tener la delicadeza que tuvo la persona a la que me he referido al principio.

Los veo 'triunfar' y lo pongo entre comillas, porque eso, de triunfo, nada. Les veo ganar –perdón, cobrar, porque no se lo ganan–mucho dinero. A alguno le veo con situaciones familiares complejas, confirmando mi teoría que, como es mía, me gusta mucho: que el/la que no es fino/a, majo/a, delicado/a, en casa, ¿por qué lo ha de ser en su empresa, en su partido político, en su autonomía o en la Unión Europea?

Leo mis dos periódicos de costumbre. En teoría, no son sensacionalistas, pero la atmósfera está tan cargada de cosas feas, de desigualdades graves, de desprecio a la vida humana, sea de la edad que sea, que, cuando acabo, tengo la sensación de que por hoy ya he cubierto el cupo.

Y vuelvo hacia atrás y pienso qué han hecho los padres de esta gente y en qué se han entretenido mientras a su lado, y bajo el mismo techo, crecía un monstruito al que, como dice Serrat, probablemente en su pueblo se le recordará como cachorro de buena persona. Pero el cachorro creció y ahí le tienen.

Es absurdo que yo dé consejos a las escuelas de negocios. Absurdo, porque en la última –y única–que estuve ya se intentaban hacer las cosas bien. Absurdo, porque allí di la última clase en 1987, hace la friolera de 28 años, y hace 28 años los que ahora mandan en esa escuela y la mayoría de los profesores eran unos pipiolos que iban al colegio. Absurdo, porque en 28 años las cosas han cambiado mucho y quizá yo no.

Realmente, no tan absurdo, porque lo esencial no ha cambiado nada. Veo que el Papa, en Ecuador, ha dicho que "sobre la propiedad de los bienes pesa una hipoteca social", repitiendo casi palabra por palabra lo que dijo Juan Pablo II en Puebla en 1979.

A veces me da por los Papas. Y me he ido hacia arriba, buscando un radio-mensaje de Pío XIIen el que me parece que también hablaba de la hipoteca social que grava la propiedad de los bienes.

Pero como pasa siempre, tiras de una cereza y te sale un racimo. Y me encuentro con que Pío XII, en algún momento entre 1939 y 1958, período en el que fue Papa, dijo que "las dotes morales, intelectuales y prácticas de los gobernantes son una cuestión de vida o muerte de la democracia".

A uno le hace ilusión que el Papa esté de acuerdo con él. Aunque, bien mirado, para que nadie piense que soy tonto perdido, debería hacerme ilusión decir algo que concuerda con lo que dice un Papa.

Pío XII no había oído hablar de los cachorros antes citados y era mucho más fino en sus expresiones que yo.

Pero más claro, agua.

P.S.

Hoy no he hablado de las elecciones ni de Grecia ni de la Unión Europea.

O sí.

Sucedió hace mucho tiempo. El protagonista falleció en los años 50. Me lo han contado ahora. Era un hombre de negocios. Trabajaba mucho, se jugaba su dinero y creó muchos puestos de trabajo. Le ofrecieron ser miembro del Consejo de una compañía importante. Reunía todas las condiciones. La oferta le vino del presidente del Consejo, que se desplazó al despacho de este señor para hacerle el ofrecimiento.

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