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La profesionalización
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Leopoldo Abadía

Desde San Quirico

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La profesionalización

De un modo o de otro, llega el "profesional". Y la gente de la empresa lo mira. A veces, lo miran porque no le gusta el despacho que le habían reservado. Se trae a su secretaria y se pone a dirigir

Foto: Foto: Corbis Images.
Foto: Corbis Images.

Con mucha frecuencia veo que las empresas familiares "se profesionalizan". La profesionalización se realiza, por lo que veo, de dos maneras:

a) incorporando personas de fuera de la familia para ocupar cargos directivos;

b) incorporando al Consejo personas no pertenecientes a la familia, dándoles nombres distintos:

- dominicales, si representan un paquete de acciones;

- independientes, si no lo representan y se les elige por su valía profesional y humana y, en algunos casos, por su agenda. Es decir, por la cantidad y calidad de gente que conocen y porque se supone que, agarrando el móvil, pueden conseguir un pedido.

También se les puede elegir por el partido político al que pertenecen, por aquello de las puertas giratorias que dijo no sé quién y le molestó a no sé quién.

Como todas las cosas, la profesionalización tiene sus ventajas y sus inconvenientes.

Una de las ventajas es que nadie en la empresa pensará que los hijos de papá tienen derecho a dirigir la empresa si son vagos e incompetentes, y que incluso al pobre Luisito, que apuntaba buenas maneras, le han relegado a un segundo nivel. (Claro que, si al pobre Luisito le hubieran formado bien y él se hubiera dejado, igual no habría que haber ido a buscar al profesional fuera de casa.)

Un inconveniente es que la gente de la empresa que antes pensaba que el hijo de papá les taponaba el ascenso ahora ven que el "taponador" es un desconocido, o un conocido porque sale mucho en los medios de comunicación, aunque a veces, cuando aparece, solo falta la palabra "publicidad".

De un modo o de otro, llega el "profesional". Y la gente de la empresa lo mira. A veces, lo miran con una cierta perplejidad porque no le gusta el despacho que habían reservado para él y manda hacer obras. Se trae a su secretaria, por supuesto, y se pone a dirigir.

El estilo es distinto. Puede ser humilde o no humilde. Humilde quiere decir natural, de ayuda a la gente, demostrando que eres el jefe, pero demostrándolo bien, no mirando a las personas con displicencia, como pensando "a ver si este tío se calla, porque no pienso hacerle ningún caso, me aburre soberanamente y ya he bostezado tres veces en un cuarto de hora".

El no humilde suele ser detectado inmediatamente por sus subordinados, que piensan lo que yo pienso cuando un nieto me trae una novia nueva a casa: "¡Pa lo que va a durar!".

Y dura poco, mientras te enteras de que está buscando nuevos retos profesionales, lo que, traducido al castellano, suena así: "Aquí, una vez más en mi vida, no tengo nada que hacer. A ver si consigo que me echen, que me paguen una indemnización maja y, hala, a seguir mi carrera profesional".

No me gustan los consejeros dominicales. Me parece que tienen tentaciones de pensar más en los accionistas que representan que en la empresa

El trabajo de consejero es distinto. Puede no saber de aquello en concreto, pero sabe de empresa y, como está dispuesto a aprender, estudia, habla con la gente, se aprende la jerga de ese negocio y toma una posición activa.

O no. Porque los hay impresentables. Los que van a la reunión, no se han leído los papeles y sueltan unos rollos largos, largos, explicando la situación actual de España y aburriendo al resto de los consejeros que miran asombrados tamaño despliegue de cara dura y lucimiento personal.

Sigo quemando papeles viejos. Me encuentro con actas de consejos de hace 30, 40 años. Los balances en pesetas me hacen mucha gracia. Una cosa me gusta: que hay mucho papel escrito por mí, de lo cual deduzco que yo era un consejero independiente en 1973, cuando no se habían inventado todavía los independientes, y que me lo tomé en serio.

Ya sé que tomarse las cosas en serio no tiene ningún mérito, porque en la definición de trabajo está incluido intentar hacerlo bien, lo contrario de la chapucería, que se manifiesta de muchas maneras, todas ellas con un denominador común: el "trabajo" (con comillas) mal hecho, mal comenzado, mal desarrollado, mal terminado. Y, con una cierta frecuencia, presentado de tal manera que la gente tarda un rato en darse cuenta de que aquello es un bodrio, porque, en cuanto a presentación, ese tipo es un artista.

No me gustan los consejeros dominicales. Me parece que tienen tentaciones de pensar más en los accionistas que representan que en la empresa. Y si los dominicales tienen número de votos o derecho a un número de consejeros en función de sus acciones, eso no se llama consejo. Se llama junta de accionistas.

Al llegar aquí, me doy cuenta de que escribo cosas de cuando yo trabajaba en serio, algo que me ha dado por decir ahora, recordando reuniones, entrevistas, preparación de clases, más preparación de clases, más preparación de clases y, una vez preparadas y vueltas a preparar, clases, clases y clases. (Unas salían bien y otras, menos bien.) Entonces me divertía mucho. Pero lo comparo con mi actual actividad y pienso que lo de ahora es mucho más apasionante.

¿Por qué no tengo que exigir lo mismo a los políticos, y a todos los que tienen responsabilidades, desde el presidente del Gobierno hasta el padre de una familia?

Luego pienso que si exijo preparación, responsabilidad, trabajo bien hecho, trabajo en equipo, ayuda a los demás, lealtad a la empresa, para los que de un modo o de otro, trabajan en negocios, ¿por qué no tengo que exigir lo mismo a los políticos, y a todos los que tienen responsabilidades de algún tipo, desde el presidente del Gobierno hasta el padre o la madre de una familia?

Veo apariciones de políticos de los que puedo asegurar que no saben nada. Supongo que serán leales, trabajadores, etc., porque me gusta pensar bien de la gente. Pero de política, de luchar por el bien común, de sentirse responsables de los cientos, miles o millones de personas que tienen bajo su cuidado, me parece que saben poco. Es posible que sepan, pero que no lo demuestren. Es posible que no les importe mucho. Es posible que lo que les importe sea su partido. Es posible que lo que les importe se resuma, para ellos, en una palabra: yo.

Es posible que sepan que hay que saltear todo lo que digan con palabras tales como democracia (esa es obligatoria), libertad, igualdad, solidaridad o, según quien seas, casta, privilegios, etc. También, en un alarde de oratoria, puedes decir, cuando despides a una señora porque la pobre no ha conseguido sus objetivos, que le agradeces el coraje de dar un paso atrás. (Frase que nunca se me ocurrió decir cuando tuve que despedir a alguien, pero que, si se me hubiera ocurrido, no sé si habría tenido el suficiente valor para decirla sin parpadear.)

Y saco conclusiones:

1. Trabajar es difícil.

2. Hay que aprender.

3. Cada día se nota más la diferencia entre el preparado y el no preparado.

4. Preparado quiere decir persona con competencias profesionales (lo que antes se llamaba "un hombre de estudios") y con competencias humanas, que son las más difíciles de conseguir y que hacen que de alguien se pueda decir: "No sé por qué, pero de este me fío o no me fío".

5. Preparado quiere decir que se haya ganado la vida antes de dedicarse a la política y que se la ganará después, sin necesidad de que le hagan senador, eurodiputado, consejero independiente (con comillas) o mejor, dominical, porque así obedece a su dominus (señor), que, en confianza, es lo que le gusta. Y, en más confianza, es lo único que sabe hacer.

6. Si esa persona tiene la vida resuelta y no necesita la política para vivir, mejor. Si no cobra y la política le cuesta dinero, mejor todavía.

Poco a poco, estoy empalmando mi vida anterior con mi vida actual. Seguramente, es porque solo hay una vida y, si has vivido de una manera en "tu primera vida", vives del mismo modo en la segunda, porque es lo que te sale.

Oigo muchas veces que España no es una empresa y que, por esa razón, no se puede dirigir como una empresa. En algún artículo he hablado también de otra cosa que oigo, que lo político debe primar sobre lo técnico.

Como no me creo ninguna de las dos cosas, les dejo que hablen. Y me acuerdo de mi Real Zaragoza, que durante unos años ha sido llevado –no digo "dirigido"– como algo que no era una empresa y así estamos.

Ayer me encontré con un amigo. De vez en cuando me reúno con él y otros y les cuento lo que pienso y discutimos y lo pasamos bien. Tenemos que fijar fecha para el próximo desayuno. Me pregunta qué prefiero, antes del 27-S o después. Le digo que después del 27-S y antes de las generales.

Si me hubiera dejado vencer por la pereza, que es lo que me apetecía, le habría dicho que después de todo, incluyendo en el todo las municipales, autonómicas, las del Barça y las generales, porque, a toro pasado, todos acertamos.

Pero quizás, después de la última autonómica que nos queda, tendré las ideas ligeramente más claras.

P.S.

Me parece que a Artur le molesta que al 27-S le llame la última autonómica del año. Pero es que, en estos momentos, Artur me recuerda a esos jugadores de fútbol que, a fuerza de regatear, acaban poniéndose la zancadilla a sí mismos.

Y como se han caído por su culpa, no consiguen que el árbitro pite penalti a su favor.

Con mucha frecuencia veo que las empresas familiares "se profesionalizan". La profesionalización se realiza, por lo que veo, de dos maneras:

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