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Leopoldo Abadía

Desde San Quirico

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No me lo quiero creer

No puedo ni quiero creerme que el mundo está podrido

Foto: Poblado chabolista en Madrid. (EFE)
Poblado chabolista en Madrid. (EFE)

No me lo puedo creer.

Repitiendo esta frase 100 o 200 veces seguidas, llenaría el espacio del artículo y, aunque el texto no fuera apasionante, la moraleja quedaría clara: no me lo puedo creer.

Pero ahora, antes de seguir, cambio de mantra y lo sustituyo por: "No me lo quiero creer". Porque no me quiero creer lo que me ha contado la hija de un íntimo amigo mío. Esta chica, de 20 años, estudia en Madrid. La conozco. Es guapa, simpática, estudiante regular, y maja. Ya sabéis la importancia que le doy a la 'majez' y mi manía por que en las evaluaciones de todo tipo se valore si una persona es maja o no lo es.

Pues esta chica, Elisa (nombre ficticio, porque no me ha autorizado a poner el real), ha enviado a sus padres unas fotos de un barrio de Madrid que no puedo ni quiero creer que exista.

El famoso Pozo del Tío Raimundo, donde hace muchísimos años unos amigos míos hicieron cosas buenas, intentando ayudar a los de aquel mundo a salir adelante como personas, era un barrio de lujo comparado con esto. En aquella época, la relación entre cómo se vivía en Madrid vs. cómo se malvivía allí era infinitamente mejor que ahora en ese barrio donde va Elisa a ayudar, porque en ese barrio se vive horrorosamente mal y en Madrid se vive bastante mejor que entonces.

El famoso Pozo del Tío Raimundo era un barrio de lujo comparado con ese barrio. En él se vive muy mal y en Madrid se vive bastante mejor que entonces

La familia de Elisa, de clase media, con los apuros normales de la clase media, o sea, muchos, porque con frecuencia en el mes les sobran días al final del sueldo, está feliz al ver la generosidad de su hija echando allí una mano. Tampoco se lo podían creer, pero ahora sí que se lo quieren creer, porque Elisa vuelve cada semana y les cuenta con qué se ha encontrado y qué es lo que ha hecho, con otras buenas chicas, que se vuelcan como ella.

Elisa me enseña fotos suyas con niños del barrio y fotos del barrio. Las cosas que me cuenta, escalofriantes.

Que hay 300 niños rumanos gitanos, con una probabilidad del 98% de que no alcancen los 60 años.

1. Que el índice de pobreza alcanza al 93% de la población.

2. Que no tienen agua corriente.

3. Que las viviendas (¿?) tienen unos 15 metros cuadrados y allí se hacinan como media seis personas en cada una.

4. Y así.

Todo ello, a unos pocos kilómetros de la capital de España, una de las economías más fuertes de Europa.

Prefiero no creer que en los alrededores de Barcelona, de Zaragoza, de Sevilla, de Valencia, sucede lo mismo.

Esto sucede en la vieja Europa, la rica Europa, con su moneda común, su unión bancaria, sus Presupuestos aprobados en Bruselas, su futura unión política

Como de costumbre, el fin de semana leo 'Time'. Me encuentro con el desalojo de la Jungla, en Calais: 8.500 personas (sí, sí, cada uno de esos seres es una persona, con cuerpo y alma, como yo, como mi mujer, como mis hijos, como mis nietos, como mis amigos). Vivían en unas condiciones tremendas, y ahora les desalojan e intentan repartirlos como pueden. Esto sucede en Europa, la vieja Europa, la rica Europa, con su moneda común, su unión bancaria, sus Presupuestos aprobados en Bruselas, su futura unión política.

Leo comentarios de europeos, todos con un nivel de vida aceptable. Ni ricos ni pobres. Normales, que es mucho. Con un Estado de bienestar al que todos tenemos derecho, porque, como decían Els Joglars, "todos 'semos' europeos". Estado de bienestar que incluye —lo comenté en El Confidencial— los viajes gratis por ferrocarril para que los chicos de 18 años —el muy próximo futuro de Europa— sean más eurófilos que euroescépticos, que parece que a los pobrecitos niños esto de la Unión Europea no les acaba de convencer.

Los comentarios no son precisamente un dechado de generosidad, de respeto y cariño al prójimo, de solidaridad, palabra que, junto con 'democracia' y sus derivados, ha de salpicar toda conversación seria o declaración pomposa de cualquier politiquillo que quiera medrar, haciendo como que hace política.

Uno hace referencia a las toneladas de cobre que roba esta gente. Otro se pregunta qué hace el Gobierno con los fondos que Bruselas destina para evitar estas situaciones. Otro dice que son los efectos del capitalismo. Y otro se mete con Iñaki Urdangarin y la infanta Cristina, la ingeniería fiscal de las multinacionales y las tarjetas 'black'.

Porque aprovechando que el Pisuerga pasa desde hace bastante tiempo por Melgar de Fernamental, provincia de Burgos, hay quien suelta la mala baba que lleva dentro mientras se desahoga y no hace nada útil.

Visto el mundo desde arriba, en el suelo se ven estrellas brillantes. Son personas que no se quejan, no exigen, ayudan, que se vuelcan por los necesitados

Yo tampoco hago nada útil, porque no se me ocurre ninguna solución al tema de los pobres que viven en la miseria ni se me ocurre nada para resolver el problema de los refugiados. Pero veo tamañas injusticias y tamaños desmadres y tamañas declaraciones, todas falsas, que cuando mis amigos de Rimkietá, en Burkina Faso, me mandan una foto de la pizarra en la que está el nombre de mi mujer para que los niños de la escuela recen por ella el día que tiene una revisión clínica importante, y luego otra foto, dando gracias por el buen resultado de la revisión, y todo a costa del dinero que ponen ellos y sus amigos, pienso que el mundo se divide en tres:

1. Los que necesitan ayuda.

2. Los que hablan y hablan, aprovechando lo del Pisuerga y dejando resbalar el odio por las comisuras de sus labios.

3. Y los que trabajan, aportando todo lo que pueden, sabiendo que nunca lo arreglarán todo, pero sabiendo también que aquel trocito de injusticia concreto en el que trabajan quedará convertido en un trocito de mundo justo y precioso, gracias a su esfuerzo y al esfuerzo de sus amigos.

Pienso que siempre habrá personas en el bloque 1. Y ahora más, porque el mundo está interconectado y eso hace que haya personas que sufren en Siria, que ven que aquí se vive mejor y que están dispuestas a andar kilómetros y kilómetros, pensando que les vamos a recibir con los brazos abiertos.

Siempre habrá personas en el bloque 2. Y ahora más, porque, olvidando que nada es gratis, exigimos que todos (los demás) sean buenos, que no nos molesten y que no nos quiten ni uno solo de los derechos que, trabajosamente, hemos heredado.

Y, gracias a Dios, siempre habrá personas en el bloque 3. Mi amigo de San Quirico dice que, visto el mundo desde arriba, en el suelo se ven estrellas brillantes. Son esas personas que no se quejan, que no exigen, que ayudan, que se vuelcan por los necesitados.

Por eso, como conozco muchos del bloque 3, digo que no puedo ni quiero creerme que el mundo está podrido.

Manías que uno tiene.

Debe ser la edad.

No me lo puedo creer.

Pobreza Refugiados Unión Europea