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Si tuviéramos que juzgar nosotros a Picasso, a Urdangarin, a los Pujol... a Rita Barberá, lo haríamos sin tener todos los datos y dejándonos llevar por nuestras filias y por nuestras fobias

Foto: Flores y velas en el Ayuntamiento de Valencia en memoria de la exalcaldesa Rita Barberá. (EFE)
Flores y velas en el Ayuntamiento de Valencia en memoria de la exalcaldesa Rita Barberá. (EFE)

No conocí a Rita. Simplemente, un día, en Valencia, la saludé: "Hola, alcaldesa". Este miércoles me entero de que ha fallecido. Me da mucha pena.

Me está pasando mucho últimamente. Me dan pena los que sufren, me dan pena los enfermos, me dan pena los que se mueren.

Me da pena Urdangarin, me dan pena mis vecinos de la familia Pujol, me da pena Echenique por su enfermedad, me da pena Clinton. Me dan mucha pena, muchísima, los que viven del odio, se alimentan del odio, siembran el odio. Pobres.

Como se dice ahora, tengo sentimientos 'transversales'. Lo mismo me da uno que otro. Lo mismo me da pena el que ha robado que el que ha perdido unas elecciones que parecía que iba a ganar y encima, además de que ha ganado 'el otro', la bolsa sube.

Foto: Los diputados de Podemos abandonan el hemiciclo durante el minuto de silencio. (Reuters) Opinión

He hablado algunas veces de Barto, un profesor del IESE que falleció hace unos años y al que le debo muchas facetas de eso que, en una emisora de radio, llaman 'filosofía Abadía'.

Una noche hablábamos de Picasso. Barto alababa sus virtudes humanas, centrándose en su laboriosidad, en su afán por trabajar y por trabajar bien. En la misma conversación, salieron otras facetas de su vida, porque Picasso tenía muchas facetas —como cada uno de nosotros—. Era 'poliédrico', palabra que me suena muy cursi. Como no todas las facetas eran positivas —como nos pasa a cada uno de nosotros—, Barto remató la conversación: "Menos mal que el que tiene que juzgarle es Dios".

Menos mal. Porque si tuviéramos que juzgar nosotros a Picasso, a Urdangarin, a los Pujol... a Rita Barberá, lo haríamos sin tener todos los datos, externos e internos, y dejándonos llevar por nuestras filias y por nuestras fobias.

Foto: Rita Barberá. (EFE) Opinión
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Lo del Juicio al final de nuestra vida está muy bien pensado. Juicio total, por dentro y por fuera, y, al final de los tiempos, público, con lo que algunos —bastantes— nos sonrojaremos y no podremos decir aquello de "es que...".

Si, lleno de optimismo, pienso que alguien ha llegado hasta aquí leyendo este artículo, supongo que habrá unos cuantos que no creerán en el Juicio. Conozco mucha gente —tengo muchos amigos— que asegura ser agnóstica o atea. Y cuando les hablas del Juicio y, claro está, de la sentencia definitiva de ese Juicio, te dicen: "Mira, Leopoldo, que eres muy majo, pero que te tragas cada bola que no me lo puedo creer. Que estudiaste carrera, que fuiste a Harvard y que eres famoso. Y no entiendo cómo estás tan atrasado y te crees todavía lo del Juicio, el Cielo y el Infierno. ¡Vamos, hombre!".

No me gusta meterme en discusiones. En esto no me parezco nada a mis hijos, que entran a todos los trapos y cuando no hay trapo lo inventan y cuando defienden una opinión, tienes que estar muy atento, porque, si te descuidas, cambian de opinión y defienden lo contrario de lo que defendían al principio.

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Repito: no me gusta meterme en discusiones, pero me he dado cuenta de que este asunto no es opinable: si hay Juicio, hay Juicio. Si no hay Juicio, no hay Juicio. Y ya nos podemos dejar de zarandajas y decir "pues yo opino...", porque si llueve mucho y tú opinas que hace un día espléndido y sales a la calle sin paraguas, te vas a poner hecho una sopa.

Pienso que si yo procuro portarme bien, siendo leal a mi mujer, siendo leal a mi empresa, trabajando honradamente aunque algunos me digan que eso ya no se lleva, ayudando a los demás, siendo una persona de bien, pueden ocurrir dos cosas: a) que sea un cuento lo del Juicio y la vida de después, en cuyo caso la gente se acordará de mí con una sonrisa y alguien, alguna vez, pondrá unas flores en el nicho 149 de San Quirico; b) que no sea un cuento y que, además de la sonrisa de la gente, haya Alguien que me 'evalúe' como en los colegios y de ahí salga premio o una mala nota. Y, además, por supuesto, las flores.

A nivel muy rastrero, sin elevarme a las cumbres de la Teología, me resulta más conveniente actuar en el supuesto b).

No vaya a ser que.

No conocí a Rita. Simplemente, un día, en Valencia, la saludé: "Hola, alcaldesa". Este miércoles me entero de que ha fallecido. Me da mucha pena.