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Aquellas fotos de Aznar riendo con Mubarak en Mallorca
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Matías Vallés

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Aquellas fotos de Aznar riendo con Mubarak en Mallorca

Imagino la estupefacción de los egipcios, al contemplar al todopoderoso 'rais' Mubarak tumbado en una camilla dentro de una jaula, para ser juzgado no por Osiris,

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Imagino la estupefacción de los egipcios, al contemplar al todopoderoso 'rais' Mubarak tumbado en una camilla dentro de una jaula, para ser juzgado no por Osiris, sino por su semejantes. Y comparto ese asombro masivo porque hace diez años estuve en Mallorca a la misma distancia del entonces presidente de Egipto que le separa a usted de este texto. Si fuera Ryszard Kapuscinski embellecería aquel instante, memorable por tantos conceptos. Desde el ascetismo que impone la condición de cronista veraniego, debo transmitir con fidelidad que le miré, me devolvió la mirada glacial, pero ninguno de los dos logró despertar un interés especial en el otro. Nos hallábamos en los jardines del hotel Formentor, nunca suficientemente ponderado en esta sección. El antiguo piloto de la RAF –un rasgo que comparte con el padre de Assad– estaba abrazado a otro personaje famoso, y no sólo por su bigote. Se llama José María Aznar. El entonces presidente del Gobierno español se enlazaba a su vez con el único fallecido de la serie, Yasir Arafat. Y el cuarteto de líderes internacionales se completaba con Simon Peres, hoy presidente de Israel.

Los lectores más conspicuos se preguntarán a quién se le ocurriría colocarse a unos centímetros de este cuarteto extravagante –por utilizar el adjetivo que Aznar dedicó a Gadafi, en su defensa de los autócratas norteafricanos–. Muy sencillo, en aquel noviembre de 2001 se vivían las turbulencias desatadas por el 11-S, y deseaba averiguar a quemarropa si los cuatro líderes allí congregados disponían de alguna clave para enderezar la situación. La inspección ocular fue provechosa, en los semblantes de Aznar, Mubarak, Arafat y Peres no aparecía ni rastro de una solución a la nueva polarización del planeta. La década subsiguiente lo ha demostrado. Con el 'rais' egipcio enjaulado, adquieren plena significación las imágenes en que el entonces presidente del Gobierno español no sólo lo abraza, sino que ríe aparatosamente sus mínimas ocurrencias. La carcajada aznarista era demasiado aparatosa, la risotada sin límites de las personas que no han ejercitado los músculos de la risa.

El encuentro mallorquín de máximo nivel se produjo en el Foro Formentor patrocinado por Repsol, y supuso la última salida al exterior de Arafat previa a su muerte. Aznar se empleó a fondo como casamentero, para que el líder palestino ofreciera una muestra de acercamiento a Peres. Finalmente se produjo el apretón de manos, impostado y ayuno de sinceridad. Para lograrlo, la voz de Mubarak que hoy suena horizontal en la sala de juicios se escuchó durante una hora, en un discurso tan repetitivo que Josep Piqué descabezó un sueñecito. El entonces ministro de Exteriores era el niño mimado de Aznar y de su esposa (de la esposa de Aznar, de la otra le distanciaron los acontecimientos). El presidente egipcio citó en ocho ocasiones al 11-S, para chantajear a Europa sobre los males que se abatirían sobre ella si no sufragaban generosamente las arcas de su dictadura –en aquellos tiempos, gobierno ejemplar–. Este discurso chantajista le ha mantenido una década más en el poder.

Mubarak era en Mallorca un ensortijado faraón incaico, el verdugo de 'El regreso de la momia'. Con la cadencia de una oración, extrajo el único fragmento del Corán que habla del respeto a otras culturas. Aunque se expresó en árabe, habla un inglés impecable a diferencia de los presidentes del Gobierno español habidos y por haber. Sería exagerado concluir que su oratoria justifica la humillación a que hoy se ve sometido, pero sus víctimas menores hemos experimentado algo parecido a una retribución. En cuanto a Aznar, el yate de Abel Matutes le aguardaba fondeado en la bahía de Formentor, para una jornada de navegación presidencial que hoy desaconsejaría la austeridad. Por cierto, Aznar no sabe nadar.

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Imagino la estupefacción de los egipcios, al contemplar al todopoderoso 'rais' Mubarak tumbado en una camilla dentro de una jaula, para ser juzgado no por Osiris, sino por su semejantes. Y comparto ese asombro masivo porque hace diez años estuve en Mallorca a la misma distancia del entonces presidente de Egipto que le separa a usted de este texto. Si fuera Ryszard Kapuscinski embellecería aquel instante, memorable por tantos conceptos. Desde el ascetismo que impone la condición de cronista veraniego, debo transmitir con fidelidad que le miré, me devolvió la mirada glacial, pero ninguno de los dos logró despertar un interés especial en el otro. Nos hallábamos en los jardines del hotel Formentor, nunca suficientemente ponderado en esta sección. El antiguo piloto de la RAF –un rasgo que comparte con el padre de Assad– estaba abrazado a otro personaje famoso, y no sólo por su bigote. Se llama José María Aznar. El entonces presidente del Gobierno español se enlazaba a su vez con el único fallecido de la serie, Yasir Arafat. Y el cuarteto de líderes internacionales se completaba con Simon Peres, hoy presidente de Israel.